Que mal cuando se intenta sorprender con recursos ya vistos, muy recientemente, y el resultado final es lamentable. Así tendría que decir la frase aclaratoria debajo del arte de “Intrusos”, película que Adam Schindler dirige con tan poca pasión que termina por convertirse en un refrito de otras propuestas. Si en “No respires” el uruguayo Fede Álvarez construía un apasionante thriller a partir de la historia de la víctima de un robo que escondía un secreto muy oscuro, en esta oportunidad, y en este film que se estreno en Estados Unidos directamente en streaming, la presa será una mujer a quien recientemente le fallece un hermano y debe afrontar sola, con sus fobias, el enfrentar al mundo. Nada la haría suponer que su luto se vería opacado por el ingreso de una serie de maleantes, alertados por un “amigo” de la mujer, sobre cierto dinero en la casa. Además de calcar a “No respires”, la poca producción, las resoluciones obvias y las malas actuaciones hacen naufragar a una propuesta de género tediosa y rutinaria. Atentos al regreso de Rory Culkin (una de las víctimas) a la pantalla grande.
Pablo Larraín bucea en la vida de Pablo Neruda (Luis Gnecco) mientras huye de un obsesionado policía (Gael García Bernal) que intentará detectar su paradero tras huir luego del pedido de captura por parte del Presidente González Videla. Acusado de comunista, Neruda asume un rol en la sociedad celebrado, pero al encontrarse en la encrucijada de dejar todo atrás para poder ser libre, huye con su mujer (Mercedes Morán) mientras es acechado de cerca por la policía. Larraín construye una obra potente y sólida, en la que prevalece lo onírico y la poesía, pero que termina inclinando el tablero hacia el personaje de García Bernal, con el que se puede empatizar rápidamente, sea porque es el narrador en off o porque se muestra mucho más honesto en su composición. Gnecco no puede superar la artificialidad con la que impregna al personaje, y así y todo “Neruda” avanza a paso firme en una pesquisa bien lograda y traducida en imágenes, que se resume en la búsqueda de la identidad de un hombre que mientras avanza sobre la sombra del poeta, termina constituyéndose como ser, o personaje, a sí mismo.
¡Bienvenida “Yo sé lo que envenena” (Argentina, 2015)! Una agradable sorpresa en medio de la ráfaga de estrenos que hace semanas llenan los cines y se acumulan y se descartan tan rápido que imposibilitan a los espectadores llegar a conocerlas. La película de Federico Sosa bucea en las entrañas de una amistad marcada a fuego por la música “pesada” local, potenciándose por utilizar a Ricardo Iorio y todos los grupos en los que estuvo, su referente local para armar su verosímil. Iván (Federico Liss) mantiene su habitación llena de imágenes de Iorio, de Almafuerte y se cierra al afuera ante cualquier exigencia de asumir responsabilidades o de avanzar con el compromiso con su novia (Florencia Otero); por su lado Chacho (Gustavo Pardi) quiere triunfar como actor, dejar su desagradable trabajo en un matadero y además dejarse influenciar por Marlon Brando, su aspiración máxima en las tablas; y el último de los amigos es Rama (Sergio Podeley), un motocadete, que mantiene vivo su deseo de poder conquistar a una joven llamada Lucy, a quien conoce luego de asistir el accidente en el que el novio de ésta pierde su vida. El trío se complementa, viven juntos en una vivienda humilde, se nutre, se relaciona, pero abren también la posibilidad de alimentar los sueños personales y de dejar, al menos por un instante, los egos de lado y poder así ayudar al otro a alcanzar cada una de las metas que poseen. Pero el entorno es hostil, y si Chacho decide dejar su trabajo para permitirse hacer castings y responder a la incipiente demanda laboral que puede llegar a tener, sus amigos estarán ahí, a pesar de no entender del todo el plan, y tampoco, en el fondo, querer hacerlo. “Yo sé lo que envenena” va narrando la historia de manera digresiva, apocada, para explotar en momentos claves , al igual que el trio protagónico, que intenta siempre mantener un cambio menos antes de tomar alguna decisión que saben que va a afectar al resto. Los personajes están claramente definidos a partir de los contrastes entre ellos y con las particularidades y singularidades relacionadas a la actividad de cada uno. Sosa los hace hablar con el slang de cada tribu a la que pertenecen, potenciando la incorrección política de los diálogos, al igual que la impresión sobre sus cuerpos va modificándose a medida que avance el relato. “Yo sé lo que envenena” además se nutre de una imaginería popular relacionada al objeto musical en cuestión, el heavy autóctono, y en particular la obra de Iorio, potenciando a partir de sus canciones y de la consolidación de sus ideas críticas a lo establecido, el poder mirar hacia adentro para hablar del sentimiento argentino relacionado a nociones de pueblo, nación, patria, etc. La música es la excusa, y la amistad también, para poder trabajar con un verosímil sobre los casi “treinta” que permanecen estáticos, sin poder cambiar su destino a pesar de desear profundamente muchas cosas para su vida pero las oportunidades nunca llegan. Sosa es un hábil narrador, y en la contraposición de deseos y conflictos de los protagonistas se permite hablar sobre tribus urbanas, el conurbano, la cultura rockera, la pasión desenfrenada, la noche, los locales nocturnos y sus particularidades, y puede construir una película dinámica, auténtica, honesta, que cumple con su objetivo y lo supera. Una verdadera sorpresa.
Según como se mire Hay veces que el cine sirve como vehículo catártico en el cual los realizadores depositan algunas ideas interesantes sobre sí mismos y el mundo que los rodea. No es el caso de Las lindas (2016), ópera prima de Melisa Liebenthal, que bucea en la imagen femenina, el sexo opuesto y cómo la mirada del otro influye en la constitución de la identidad. La directora, a través de primeros planos de ella, su grupo y del detalle de determinadas zonas “conflictivas” de su cuerpo, busca formar un contexto apropiado para que su discurso, acerca de la obsesión por la belleza y la determinación sobre qué es bello y qué no, termine por naufragar ante la obsesión por hablar de algunos conceptos. Si sus amigas son bellas, ella contrasta diciendo que nunca lo fue, o que su voz no ha ayudado a ser percibida como una mujer, y mucho menos que el sexo opuesto detecte en ella una atracción hacia su cuerpo. El archivo se utiliza para afirmar los pensamientos de Melisa Liebenthal, pero también para generar tedio ante la imposibilidad de encontrar otro recurso de empatía con el espectador. “Tengo cara de orto”, “Me confunden con un hombre”, “Me preguntan si me gustan las chicas”, algunas de las palabras que la realizadora despliega en la pantalla. Las lindas son sus amigas, las que viajaron, las que triunfaron como modelos. Las feas son las otras, que a medida que las lindas avanzaron en relaciones amorosas, fueron quedándose solas o aisladas, reforzando aún más su pensamiento. Las lindas olvida rápidamente que es una película, y va acumulando información cual manifiesto sobre la juventud, la amistad, el amor, el rechazo, el cuerpo, el odio, -y principalmente la belleza-, sin generar una narración aceptable sobre el conflicto y contraste entre las concepciones que se puedan tener sobre cada uno. La foto como evocación de otra época también resta potencia al presente de Melisa Liebenthal, lleno de oportunidades e ideas concretas, que claramente no pudieron ser plasmadas correctamente en esta oportunidad, porque en vez de confrontar lindo versus feo, hombre versus mujer, podría haber tomado otro camino hacia la afirmación de nuevas corporeidades y maneras de entender al sexo opuesto. Seguramente en próximas ocasiones florezca su potencial.
Ensayo en Pentagrama Hacía ocho años que la realizadora Albertina Carri no presentaba un largometraje. Abocada a múltiples tareas, el cine había quedado postergado ante la falta de un proyecto atractivo que la llevara a ponerse detrás de cámaras. Pero Carri, lo ha dicho en más de una oportunidad, deseaba profundamente volver al ruedo y decide hacerlo con el personalísimo Cuatreros (2016), un ensayo que juega con el cine y ofrece una mirada lúcida sobre el mismo y en el camino deja algunas reflexiones sobre la profesión y su propia vida. Cuatreros surge como la posibilidad de retomar un proyecto maldito como lo fue el de llevar a la pantalla la épica de la familia Velázquez, últimos exponentes de gauchos revolucionarios, que sirven para comparar y contrastar su propia historia y la de otros. Si la elección de la narración en off constante, podría perturbar la calma necesaria para poder absorber y procesar la multiplicidad de información que Carri coloca en la narración, a los pocos minutos y en ese diálogo imaginario vemos como no solo funciona como guía para poder adentrarnos en el laberinto que construye, sino que, principalmente, permite que la conexión con el relato sea efectiva. El archivo es resemantizado, pero no en un sentido ilustrativo, la incorporación de la directora con anécdotas y sentimientos, los nombres que dispara, y la directa mención al dispositivo y la industria, terminan por configurar el diferencial del film. Además, y para complejizar aún mas todo, pero en el buen sentido, la utilización de autores para poder construir su relato son nombrados para también dar cuenta que estamos asistiendo a un ensayo personalísimo sobre ella, su vida y el cine. Así y todo, por momentos la duda sobre las anécdotas y comentarios, permiten aún más el juego por parte del espectador, que seguramente se preguntará si aquello que está escuchando son verdades sobre la directora y su entorno o si tal vez (no lo sabemos) son recreaciones imaginadas sólo con el fin de potenciar sus ideas. Y más allá de la ubicación de Carri en el primerísimo lugar que se coloca, hay una posibilidad de deslumbrarse con el juego que realiza con cada uno de los materiales, ya que el archivo dispara un sinfín de expresiones asociadas a la decisión de dividir la pantalla en dos, tres y hasta en cinco, lo que requiere una elección particular para ver en dónde se depositará la mirada. La directora revisa el pasado, analiza hechos que finalmente no le permiten construir una historia sobre la misma, entonces se va hacia otro lugar, un espacio en donde el errabundeo y la construcción permiten que avance en un universo particular como el que crea. El quinto largometraje de la directora linda la ficción y el documental, y si en el arranque ella dice “voy tras los pasos de Isidro Velázquez, el último gauchillo alzado de la Argentina”, en realidad lo que manifiesta es justamente esa impronta de búsqueda, de pesquisa, porque justamente allí es en donde el film se potencia y ella como realizadora se introduce en el relato, generando una obra principalmente provocadora, que requiere de un espectador activo sin inhibiciones.
Loop coreográfico La coproducción franco/canadiense Bailarina (Ballerina, 2016), trae una vez más a la pantalla el clásico cuento de la joven que desea algo con todas sus fuerzas pero la realidad en la que vive le impide poder cumplir sus sueños. Felicia es una niña huérfana que pasa las horas del día limpiando la vajilla mientras practica coreografías complicadas. Su anhelo más profundo es poder escapar del orfanato, alejado de la ciudad y llegar a París para conocer la Ópera y poder ahí concretar su sueño con una formación que la ayude a perfeccionarse. Felicia verá como su suerte cambia al conocer a Odette, una ex-bailarina que se dedica a limpiar el lugar, y también la casa de una aristócrata déspota que tiene una hija aspirante a ingresar a la escuela de baile. La oportunidad, al llegar una carta de aceptación para Camila (la hija de esta mujer desagradable), de reemplazarla y bailar profesionalmente. Bailarina toma de grandes clásicos como Príncipe y Mendigo, La Cenicienta, Oliver Twist, y los reversiona, (hasta afirma “no somos personajes de una novela de autor”), tratando, además, de acercarlos al espíritu de época reinante en el que desarrolla la trama, un París de comienzos de l Siglo XX. El film no logra superar su clásica narración aunque puede plantearse como una puesta al día de aquellos relatos en los que el protagonista, en este caso Felicia, construye una oda al progreso y a la autorrealización como ideal para subsistir.
En algún tiempo lejano Lasse Hallstrom era un realizador con convicciones e ideas que trascendían lo banal y simple de algunas producciones que estuvieron bajo su coordinación. Si con “Mi vida como perro” conquistó el mundo, y con “Las Reglas de la Vida” acarició nuevamente cierto prestigio, con “La razón de estar contigo” retrocede varios pasos en su carrera. La propuesta, añeja por donde se la mire, no es más que una sucesión de historias hilvanadas por un supuesto perro que va encarnando en nuevos caninos tras producirse su deceso. Personajes almibarados en situaciones dignas de telefilm, terminan por generar fastidio a la segunda reencarnación, sin que el oficio de actores como Dennis Quaid o John Ortiz puedan reforzar el relato, ni mucho menos los jóvenes Britt Robertson o la nueva sensación de Hollywood K.J.Apa.
Resistencia Cuando la temporada de premios se acerca, hay una serie de películas que comienzan a aparecer y que, en la superficie, pueden ser entendidas como producidas únicamente con el fin de ganar algo. Films que ahondan en dramas humanos, generalmente inspirados por hechos reales, a los que se convoca a una serie de estrellas para que los protagonicen y así lograr impactar en la taquilla y llegar a cada vez más espectadores con mensajes pseudo trascendentales. Pero hay veces que la ecuación supera el planteo inicial, y es cuando películas como Talentos ocultos (Hidden Figures, 2016), de Theodore Melfi (St. Vincent), terminan por construir narraciones empáticas en las que se destacan valores a partir de la particularidad de la historia que cuenta y desde allí proyectar algo más que un producto efectista. En Talentos ocultos viajaremos a la década del sesenta del siglo pasado, en los avances de la carrera espacial y la guerra fría, para asistir a la lucha de un grupo de mujeres afroamericanas, encabezado por la matemática Katherine Johnson (Taraji P. Henson), empleadas de la NASA, que sufrieron todo tipo de discriminaciones al intentar perseverar en la búsqueda de sus metas y encontrar un lugar similar al de los hombres que digitaban todo en ese momento. El color de la piel fue uno de los factores principales, pero no el único. Como mujeres debieron superar condiciones laborales desiguales en las que sus superiores, por prejuicio, las habían relegado a tareas menores, desaprovechando todo su potencial y conocimiento, y, en algunos casos, hasta a neutralizarlas. Theodore Melfi, al igual que en su película anterior, se esmera para lograr que los personajes no sean bidimensionales y va mostrando a lo largo del metraje diferentes aristas de cada uno, que enriquecen la propuesta y dinamizan un relato tradicional, tenso hacia el final, pero con un claro objetivo de entretener con mieles y sin sabores por igual. Talentos ocultos afianza sus ideas cuando a partir del humor refuerza y acentúa características de sus protagonistas -el verdadero talento del film- con Taraji P. Henson a la cabeza, pero también con Octavia Spencer (nominada por el papel al Globo de Oro y los premios Oscar de la Academia), Janelle Monáe, Kevin Costner, Kirsten Dunst y Jim Parsons.
Dos amigos se la juran a un país a partir que uno de estos es traicionado por su mujer con un extranjero. “Decime que se siente: La venganza” de Fernando Frahia es una comedia de enredos y confusiones que se desarrolla en dos países latinoamericanos pero que bien podría trasladarse a cualquier territorio. ¿Quién dijo que los hombres no lloran por amor? “Decime que se siente…” plantea un juego en el que la batalla de los sexos y la rivalidad entre Brasil y Argentina es sólo el preámbulo de una comedia lúcida y sin prejuicios que fusiona nacionalidades para construir un relato libre de prejuicios.
Inés juega con su memoria. La explora, la bucea, intenta comprender hechos del pasado y en ese constante devenir la directora Milagros Mumenthaler, logra transmitir una idea potente sobre la identidad, las pérdidas y los recuerdos. Carla Crespo y Rosario Bléfari la acompañan con solvencia mientras “La idea de un lago” supera el constante ir y venir deteniéndose en el pasado, presente y la idea de un futuro en donde el dolor sea tan solo un recuerdo más allá de cualquier presunción sobre aquello que nos determina y conforma como seres humanos.