Cuando pensaba en la anterior entrega de esta naciente saga, me preguntaba cuál había sido su peso en la taquilla allá por el lejano 2020. Descubrí que la peli había arrancado muy bien, justo antes de los cierres mundiales de ese año, por lo cual los estudios sintieron que podrían continuar las aventuras del simpático y adorable personaje de Sega de los lejanos 80'. Siendo gamer de la primera ola, pasé muchísimas horas de mi vida jugando "Sonic" en todas sus variantes y conozco bastante de su universo, aquí representado en forma más libre y relajada. Al frente de la dirección tenemos otra vez a Jeff Fowler y su equipo técnico, gente aparentemente en ascenso, a juzgar por el pronto lanzamiento del retorno de "Pink Panther" que se espera para fin de año. ¿Ideas nuevas? Pocas. Expansión del universo. Sí, un par de personajes. ¿Diversión garantizada? Según la edad. La propuesta es bastante básica y no arriesga demasiado en transgredir lo esperado en este tipo de producciones. Sonic la pasa bien, en su casa y con sus "papás" (James Mardsen y Tika Sumpter, de vuelta), que lo cuidan y quieren. Juega a ser superhéroe por las noches y vive una vida sin demasiados problemas. Pero Robotonik, que estaba exilado en un planeta lejano, regresa por una circunstancia extraña junto a una versión clásica de otro personaje de la saga, Knuckles. El villano, gracias a ese evento descubre que hay un esmeralda verde que otorga poderes increíbles a su poseedor. Casualmente, Sonic es "el guardián" del mapa que conduce a donde la misma está y es el blanco de la acción de esta nueva asociación entre Robotonik y el poderoso Knuckles. A las circunstancias que se van generando, le sumaremos algunos secundarios nuevos (Tales) y el simpático Stone (Lee Majdoub), adorador del villano principal. Pero el corazón del film (si se pudiera definirlo) es el trabajo de Jim Carrey como el centro neurálgico del humor que respira la cinta. Su maléfico doctor está lleno de tics y rememora los mejores personajes grotescos del actor. El resto, entre animados y humanos, apenas cumple con lo mínimo. Carrey, en cambio, se toma la película en serio (o en broma, para ser justos). El guión es predecible, con predominancia de las acciones simples. No hay sorpresa en el recorrido y se extraña, mayor presencia de cuadros musicales o que hagan homenajes a otros marcos, que descontracturen al personaje principal. No se destacan los rubros técnicos y la cinta, solo transcurre. En síntesis, "Sonic 2" será aceptado por el público mas menudo de la sala, aunque dudo que suceda de la misma forma con los adultos que acompañen. Sí reconozco que lo más entretenido de las dos horas de proyección fue la actuación de Carrey. Es un producto demasiado convencional y esquemático, en una época donde transgredir, hace la diferencia. Ahí, se queda corta. No alcanza con lo que se presenta y su director, en mi opinión, queda en deuda. Como nota de color, al final, hay escena post-créditos, que algo de lo que viene, podría anticipar.
Mientras ingresaba a la sala a ver «The Cave», pensaba en cuantas oportunidades un evento dramático de gran difusión internacional, se transformaba en una oportunidad de contar una historia, a nivel cinematográfico. Esto sucedió en muchos casos («Los 33», «Horizonte profundo» -si, es un caso real-, «Lo imposible», etc) con suerte dispar. Habitualmente, yo creo que la gente y la opinión especializada prefieren los documentales antes que una ficcionalización del relato. Pero algunas han funcionado. «The Cave», no está mal, aunque su guión ha sido discutido bastante en el país donde ocurrió el incidente. En caso de que ustedes no hayan conocido la historia, «Milagro en la Cueva» presenta la búsqueda de un equipo de fútbol local y su entrenador, quienes se pierden en una excursión en un parque nacional, en el norte de Tailandia. Los 13 extraviados, serán buscados por los equipo de rescate del país, con gran preocupación, dado que al encontrarse en ese momento en época de lluvia, las chances de supervivencia eran bajas. Sin embargo, al confirmar que ellos estaban vivos, unos días después de su desaparición, el problema se complejizó. Al haberse desplazado buscando salida adentro de una montaña llena de cuevas inundadas, los chicos y su líder quedaron alejadísimos del punto de partida, haciendo el rescate una tarea imposible. Como bien describe la película, para intentar el mismo, tres alternativas estaban en juego y sin anticiparles cuál se usaría, si podemos decir que las fuerzas locales necesitaron apoyo de buzos profesionales para proceder al salvataje. «The Cave», dirigida por Tom Waller, un tailandés hijo de madre irlandesa, es un intento de poner en valor la cooperación ante la emergencia a través de un discurso liviano pero efectivo. En su tierra natal, a muchos no les gustó cómo se analizó el accionar de las autoridades y le han discutido el enfoque a Waller, pero realmente, y sin conocer demasiado sobre el tema en profundidad, desde lo fílmico, no se le puede reprochar nada. La historia está interpretada por un grupo mezclado entre actores y reales protagonistas del equipo de rescate, lo cual, por momentos no genera el dramatismo esperado aunque despeja las dudas sobre cómo se estructuró la compleja labor de organización en la zona. Las notas de color, basadas en todo lo que rodeaba al incidente (todo el marco religioso, por ejemplo) se presentan como necesarias, aunque se desearía saber más acerca de cómo fue la estadía de los perdidos, siendo que pasaron muchos días en oscuridad, sin alimentos y aislados, casi sin esperanza. Waller prefiere dejar eso de lado y enfocarse en la reacción de la gente y las discusiones políticas entre los equipos de rescate, en las que se encuentran opiniones extranjeras (de hecho, el principal personaje es un buzo que es traído desde Irlanda para ayudar a la solución). La película fluye natural aunque de a ratos parece un documental falso actuado sin demasiado compromiso. Pero donde si funciona, es en el andamiaje que contextualiza la difícil tarea. Se respira un aire de urgencia dinámico que colabora para resolver el esquemático guión. En líneas generales, «Milagro en la Cueva», ofrece una visión personal sobre un rescate mediático de gran impacto global. Tiene un ritmo frenético y sus rubros técnicos no descollan, pero tampoco defraudan. Las actuaciones son discretas pero la historia es tan emotiva, que no tendrás demasiadas quejas al respecto. Aprobada y entretenida, sencillamente cumple su objetivo principal, que es ofrecer una nueva mirada a un hecho público de relevancia mediática.
Quise tomarme unos días para reflexionar sobre «The Batman», porque realmente en todo el mundo han corrido ríos de tinta (digital y física) sobre el cambio del personaje central (sale Ben Affleck, entra Robert Pattinson) y la propuesta del talentoso Matt Reeves para relanzar al clásico personaje de DC. Y lo primero que creo importante decir, es que esta versión del encapuchado héroe tiene que leerse también en contexto. Es decir, Marvel luego de la pandemia afila sus garras y cuenta sus cuantiosas ganancias con la tercera entrega de SpiderMan mientras se prepara a facturar de lo lindo con más de Doctor Strange, abriendo las puertas cinematográficas de un multiverso, donde todo puede suceder. Entretanto, en las oficinas de Warner y DC parece haberse tomado una difícil decisión, que es no caer en los enfoques clásicos para sus personajes insignia, sino en ofrecer una variedad conceptual, que pueda acortar las diferencias con la trayectoria fílmica que viene desarrollando su gran rival. ¿Qué quiero decir con esto? Siento que «The Batman» intenta, primeramente, no parecerse demasiado a lo que ya conocemos (aunque mantiene el encuadre histórico del personaje), sino que explora la veta del impacto siniestro, presente en títulos como «The Joker». Es decir, hay suspenso, dolor, angustia, incertidumbre, oscuridad. Todo, enmarcado en un concepto que parece alinearse a los cánones del «film noir». Asesino(s) dementes, pistas intrigantes, asesinatos y tarea detectivesca. Por ahí va esta propuesta de Reeves. Lo cual, nos hace preguntarnos cómo reaccionará el público, porque este superhéroe tampoco parece a priori captar el interés de la audiencia juvenil. Dicho esto, creo que DC intenta algo distinto por acá. No pelear «golpe por golpe» sino probar con una producción más cruda, áspera y hasta en cierta manera, más personal. El director parece que se ha preocupado mucho en instalar una Ciudad Gótica infernalmente oscura y poner en el centro de la escena a un actor a quien el rol, quizás no lo favorezca, como Robert Pattinson. Quiero decir en su defensa, que me gusta como intérprete (en «Tenet» me encantó, por ejemplo), pero aquí lo tenemos recreando parte de lo peor de su repertorio: caras apagadas y enigmáticas, aire lacónico, escaso lenguaje corporal. Claro, Bruce Wayne es un tipo conflictuado. Era una tentación no usar lo que hay en el repositorio… Más allá de eso, hay que decir que este Batman tiene un cast muy interesante, pero ninguno descolla y eso que cada uno tiene suficiente espacio para hacerlo, dada la extensión de la peli. Reeves esquiva lo fácil y busca lo complejo: equilibrar la oscuridad (la fotografía me desconcertó, realmente) interna con la externa y dar continuidad a una trama más de suspenso que de acción y aventura. Dicho todo esto, no hay demasiado que pueda agregar a lo que puede decirse sin spoilear. En este nuevo «reboot» de Batman hay lugar para villanos que ya conocemos (fatal Colin Farrell!!, un poco mejor Paul Dano), romances imposibles (Zoe Kravitz en el rol de Gatúbela) y fuerzas amistosas y del orden reconocibles (Jeffrey Wright -que vuelva Westworld pronto!!- y Andy Serkis, a reglamento). El despliegue visual no es como quizás el que esperan (sigo diciendo que lo de Christopher Nolan en su trilogía es insuperable en este aspecto) y se agradecen algunas coreografías de combate novedosas, junto con cierta fría ironía a la hora de reflexionar sobre el sentido de la honestidad, puesto a prueba a cada momento. En líneas generales, considero que es un intento de hacer algo nuevo y eso es valioso. Se ve mucho esfuerzo de producción en todos los campos (la soundtrack es mortal) y eso, como espectador, se agradece. Sabemos que al público adulto le va a gustar. «The Batman» ofrece una nueva visión a un héroe del que sabemos todo (y eso le quita margen a las historias para evolucionar) y provee entretenimiento a la altura de una blockbuster importante. La próxima, por favor, mejoren la iluminación y revisen cómo editan para pantalla ancha porque seguramente, eso se puede mejorar.
Me cae bien Tom Holland. Creo que es un tipo talentoso. Y la industria ha detectado que tiene un grupo de seguidores enorme, merced a su trabajo en «Spider Man». Es así que era esperable que le llegaran propuestas dentro del género familiar para aprovechar su popularidad en la taquilla. Así es que finalmente, después de mucho tiempo de pre-producción, llega a nuestras salas «Uncharted», versión fílmica de un videojuego al que los gamers de todo el mundo, aman. De hecho, algunos que estaban en la función en la que ví la cinta, estaban realmente enojados con la adaptación que veían, la edad del protagonista… Y yo, que no jugué nunca «Uncharted», descubría bastantes clichés relacionados a aventuras clásicas de los 80′ como la saga de «Indiana Jones». Un entorno desafiante, buenos efectos en relación a los combates y un relato, simple… efectista. Pero mis colegas seguían enojados porque, en sus términos, «no respetaba la esencia del juego original». Sí me pasó de ser jugador, en cambio, de la saga «Resident Evil» de Capcom muchos años. Y cuando me tocó ver, especialmente la última entrega, me gustó volver a esos lugares del primer juego de Playstation 1. Lo disfruté, realmente, más allá que la peli no es un concierto de virtudes y tampoco es un film memorable. ¿Por qué digo esto? Creo que hay que tomar el concepto detrás de las generalidades que ofrece «Uncharted» y respetar la adaptación de guionistas y director. Hay trazos gruesos de los personajes, un universo familiar a los seguidores de la saga y no mucho más. Y no creo que importe. Porque al final de cuentas, la recordaremos (y habrá segunda parte si la taquilla es buena) por lo que es y de dónde viene, o cuál es su fuente de inspiración. Desde ya, la mayor parte de películas inspiradas en videojuegos son de discretas para abajo pero… no es el caso. Esta «Uncharted» es entretenida. La historia es la de nuestro amigo Nathan Drake (Holland) quien es un aventurero conflictuado que será convocado a ser parte de la búsqueda de un tesoro, por Víctor «Sully» Sullivan (Mark Walhberg). Dicha tarea, será obviamente en escenarios interesantes, con una adecuada dosis de acción y gran despliegue visual. Walhberg luce mejor de lo esperado, tiene más humor que Holland, quien parece atado a su rol de ídolo teen arácnido. Los villanos, son nombres desperdiciados (con Antonio Banderas a la cabeza) y el sentido de la trama, es hacer un recorrido de aventura mientras internamente, Drake, hace su proceso para resolver los temas que tiene con su hermano de hace un tiempo atrás. El director de «Venom», Robert Fleischer, intenta dotar a su relato de todos los elementos que conocemos en sus films anteriores («Zombieland», sin ir más lejos) pero falta química en la pareja central para mostrarse como una «buddy movie» de primera línea. Lo es, por una cuestión de presupuesto, no de calidad. Si buscan un rato de esparcimiento sin mayores expectativas y no se conflictúan porque la propuesta, no está «a la altura del videojuego», tienen vía libre para verla. Insisto, está debajo de lo esperado (por elenco, director y producción), pero teniendo en cuenta la realidad de esta cartelera «post-pandémica», pueden considerarla una opción válida.
Creo que las comedias románticas son un género subvalorado. De hecho, la Academia que está por entregar los premios en unos días, siempre ha preferido dramas como sus cintas ganadoras. La audiencia, hoy en día, se enfervoriza con cada lanzamiento de Marvel y DC, mostrando que el cine de aventuras y superhéroes, retribuye muy bien cualquier inversión. Y así podría seguir con muchos ejemplos, para hipotetizar que las «rom com» son un placer culposo. Mucha gente las ve, pero desconoce su importancia en la industria. Pero no, es un género fuerte, que requiere modesta inversión y provee mayores márgenes de ganancia, cuando el producto es de calidad. De hecho, cualquiera de nosotros sabe líneas de «Love, actually», o canta con soltura «Save a little prayer» de «My best friend’s wedding» y no las olvida a pesar de los años transcurridos… Están instaladas en la cultura popular y extrañamente, por la pandemia, apenas un puñado de ellas están llegando a las salas de todo el mundo (exceptuando las que llegan vía streaming a las plataformas digitales, por supuesto). De ellas, la que nos toca analizar hoy en día es «Marry me». Una propuesta bastante tradicional, instalada en el mundo de la música pop con grandes estrellas que encabezan elenco: Jennifer Lopez y Maluma. Hay que decir primero que J-Lo tiene un recorrido en el género, numeroso, como lo demuestran «Second Act», «Maid in Manhattan»,»The wedding planner», «The back-up plan» y más. Son las cintas donde mejor ha funcionado ella como intérprete y donde se siente más cómoda. «Marry me», la nueva cinta de la ascendente Kat Coiro, propone algo sencillo, directo y vistoso: combinar la enorme popularidad de los cantantes y bailarines que encabezan el cast, para traer una nueva versión del clásico cuento de hadas «chico pobre-chica rica y famosa» a la pantalla grande. Entiendo que el proyecto se afirma en el talento musical y carisma de la pareja de cantantes y ese es el punto de partida de la historia, una trama modesta en la cual veremos a Kat (Lopez), tomar una decisión mediática y de vida fuerte, en un momento incómodo. A punto de casarse con Bastian (Maluma) ante un gran auditorio, conoce la noticia que se han filtrado imágenes de su novio con su asistente y han generado un gran escándalo en las redes. Parada en el escenario, elige un hombre al azar de los que portaba carteles con la frase «Marry me» (que era el leiv-motiv del evento) y lo invita a casarse ante el estupor de toda la audiencia. Ese hombre es Charlie (Owen Wilson), un apagado profesor de matemáticos, divorciado y padre de una hija muy ocurrente, Lou (Chloe Coleman, gran acierto del cast), que ha ido al concierto de casamiento, sólo por accidente. En pocos minutos se encuentra casado, aturdido y sin comprender qué sucedió y porqué contrajo matrimonio con una desconocida que es una de las estrellas pop más conocidas del mundo. De ahí en más, veremos una liviana comedia de enredos y descubrimiento, bastante convencional pero que se luce en los cuadros musicales. En lo personal, creo que Wilson tiene poca química con cualquier actriz y J-Lo, no es la excepción. Coiro trabaja muy bien la repercusión mediática y busca rememorar en el público esta cuestión que Julia Robert mostró muy bien haciendo de Anna Smith en «Notting Hill»: cómo no ser devorada por el sistema, cuando se está encumbrada y tan expuesta. Lopez tiene menos recursos pero canta, y lo hace muy bien. Maluma acompaña con soltura, sin problemas y como en toda rom com, el peso también se apoya en los secundarios: John Bradley y Sarah Silverman hacen lo suyo con oficio y aportan algún color necesario para sostener el interés en la trama. Creo que no van a encontrar nada novedoso aquí, tampoco una pareja protagónica explosiva y sí, un film sencillo y discreto que evoca, en cierta manera, aquellas clásicas comedias románticas de los 90′ donde todo lo imposible, se hacía realidad. Si no es tu género favorito, quizás recomendaría que pases de él.
Fue inesperado que en 2017, «Asesinato en el Expreso de Oriente» concitara la atención del gran público. Fue tal el éxito (quizás no lo recuerden así), que multiplicó las ganancias de los estudios de tal manera que estaba confirmada una secuela, poco tiempo después de su estreno. La misma fue programada para 2019, pero por problemas de producción se retrasó y con la pandemia, fue puesta en modo «espera» con todo lo sucedido en este tiempo. Pero al parecer, le ha llegado el momento. «Muerte en el Nilo» arriba a cartelera en forma global con varios puntos en común con su predecedora: un director y protagonista central veterano y confiable (Kenneth Branagh), un gran elenco, la idea de generar una franquicia y por supuesto, un libro ya probado y exitoso. No vamos a hablar de las versiones previas de este relato, que las hay, porque sabemos que el director las ha visto varias veces y dicha influencia se hace presente en la cinta. De hecho, Kenneth parece convencido que hay que ser un purista de ideas y diálogos, muy artificioso y teatral y quizás eso no sea tan «mainstream» en estos días. Creo que no todo el público ha retornado a las salas y el sector más reticente a volver, quizás sea al que esta cinta va dirigida. A ver, los jóvenes y adultos de hasta 40, han regresado a los cines. Los espectadores de mayor edad, no lo han hecho en forma masiva. Ergo, los estudios no arriesgan tanto en este tiempo con este tipo de producciones ni lanzamientos. Prefieren esperar. Pero como «Death in the Nile» ya estaba lista a fines de 2019… no cambiaba demasiado la ecuación. Lo que si se ve, es que pensar en una tercera entrega para la pantalla grande, no sería demasiado posible con el poco público adulto que transita salas hoy en día. Y si bien analizo lo comercial en función de la pandemia (que quizás no sea la idea de esta entrada pero… «el contexto es el texto»), hago la salvedad porque creo que Kenneth se pasa de estructurado. Es probable que con un guión menos restrictivo y más abierto (responsabilidad de Michael Green), que jugara con otros elementos, podría pensarse en un producto de más llegada. La historia vuelve a traer al clásico Poirot, detective belga nacido de la imaginación de Agatha Christie (exitosísima autora de novelas de suspenso y policiales), quien esta vez llegará a un crucero para ser testigo de una conspiración… intrincada. Sabemos que en «El expreso de Oriente» todo sucedía en un tren, aquí, la mayor parte transcurrirá dentro de un fastuoso barco. Como siempre (o en la mayoría de los casos), Poirot se muestra sagaz e incisivo y trata de seguir la pista del asesino bajo condiciones particulares, todas más literarias que cinematográficas (en mi visión). El elenco de sospechosos y sospechosas se completa con una larga y variada lista de personajes secundarios que tienen su rato de lucimiento personal en interrogatorios y diálogos fugaces e intensos (desde Tom Bateman hasta Russel Brand, de Annette Bening hasta Gal Gadot y más, mucho más). Si la pregunta es… ¿es fiel al libro original? La respuesta es «bastante». Incluso, «demasiado» para mí, en este tiempo atribulado. Pero es también cierto decir que Branagh tiene bastante carisma para el rol y si bien todo el relato me parece esquemático, los casi 130 millones de dólares que costó, la hacen dinámica y certera. El film luce elegante por en el diseño de arte, el vestuario y la banda de sonido propuesta. Además, toda la ambientación en Egipto… (que era esperable), está muy bien fotografiada. En pocas palabras, si entraste a la sala y lo tuyo es descubrir el misterio y disfrutar de giros y engaños en una trama sólida, esto te va a gustar. Si por el contrario, sos un espectador más propenso a ser sorprendido o te gustan las versiones que rompen más la propuesta original en la que están basadas, es probable que te sientas un poco defraudado, como yo. En líneas generales, se deja ver y a la vez, es también fácilmente olvidable. Demasiado diría. Veremos si la «saga» logra afirmarse o no. La tiene difícil, anticipamos.
Creo que todos podemos estar de acuerdo que pensar ya en la definición «cine catástrofe» nos coloca en una posición un tanto compleja para analizar cada producto. Partimos de la base que lo que veremos, rara vez tiene algún sustento lógico. Y para valorarlo en forma justa, debemos liberarnos de las ataduras sensatas y medidas con las que analizamos otros filmes, de otros géneros. Y digo esto porque me impacta la crudeza de algunos atacando este film, que es sólo una expresión cabal de la propuesta en la que se alinea. Es decir, no podemos pedirle a Roland Emmerich sutileza, cuidado por el costado lineal y esperable de un relato. Nunca fue su fuerte y a esta altura de su carrera, uno de los 20 directores que más dinero generaron con sus películas en la historia, no iba a comenzar un camino nuevo. Su idea sigue intacta. Habrá envejecido o el público será distinto, pero el hombre es fiel a sus principios de éxito. Es importante decir que tampoco creo que por el sólo hecho de encuadrarse dentro del género, cualquier propuesta cuente con todas las licencias del caso. No, claramente que por ahí tampoco vamos. «Moonfall» tiene sus temas. Parte de una idea no muy original pero efectiva y organiza una gran cantidad de recursos para conmover desde lo visual, como premisa central. Hay una apuesta convencida de que la catarata de efectos, estallidos y desastres climáticos varios podrán mantener la atención de la audiencia a lo largo de todo el metraje. Como hace un tiempo atrás solía suceder. Emmerich se afirma en premisas elementales para organizar su relato. Sentado en mi butaca, tres títulos que sostienen esta visión, desfilaron por mi mente: «Independence Day», «2012» y «The day after tomorrow». Tres megatanques del mismo director que de alguna manera, siento «condensados» en «Moonfall». Puede decirse, que el cineasta repite sus mejores momentos en dichas producciones, intentando emular el sentido heroico que tanto lo distinguía en sus años más taquilleros y apelando a una estructura narrativa, endeble y ruidosa. En «Moonfall» tenemos un problema, Houston. La luna, por razones desconocidas en un principio, comienza a desviar su órbita y este suceso, amenaza seriamente la vida humana. Las autoridades y la comunidad científica al principio descreen de esta posibilidad pero al corto tiempo, las primeras manifestaciones del problema se hacen visibles y la búsqueda de estrategias para enfrentarla, se hacen ostensibles. Así es que en pocos cuadros, la NASA organizará una misión a la luna contrarreloj para evitar su impacto con la Tierra y para ello, buscarán a un gran piloto y astronauta, caído en desgracia: Brian Harper (Patrick Wilson). Junto a él, el astrónomo que descubrió el problema (KC, jugado por John Bradley) y su ex compañera de aventuras (con quien se encuentra enfrentado), Jo Fowler (aka Halle Berry) serán los encargados de intentar detener el colapso de la luna que podría destruir a la humanidad en su conjunto. Si, hay una historia de heroísmo aquí, cierto personaje redimido (o tal vez, dos) y un clima de conspiración que no debería extrañarnos en este tiempo. Emmerich sigue su manual y abusa del CGI como en sus mejores épocas. Destrucción, escape, misión, supervivencia. Esas son las claves que sustentan el film. Desde el punto de vista de los personajes, todos son discretos, a pesar de los esfuerzos que realizan para darle algo de sustento a la historia. El más coherente y carismático es Bradley, a quien la peli le sienta muy bien. Los otros dos protagónicos son limitados, aunque Berry tiende a lagrimear con sentido, un poco más. Sí, no es de las más interesantes de las creaciones del legendario realizador, desde ya. Tiene sus problemas pero, en cierta forma y a pesar de sus dificultades, «Moonfall» logra que los espectadores transiten la trama con cierto interés. No hay grandes momentos, ni demasiadas emociones, pero sí garantía de entretenimiento en la sala. Podrán discutir si sus ideas pasaron o no de moda, pero lo que no se puede negar es que son efectivas. En consecuencia, si aman el cine catástrofe, el maestro, está de vuelta.
Quienes siguen mis reseñas hace una década, saben que me encanta el cine de Woody Allen. No es que me parezca puramente original, en general y mucho más sobre esta última época, sus producciones son rodadas en tierras europeas y versan sobre los mismos tópicos con algunos matices. Siempre encontramos a un culto, misógino, verborrágico y ácido protagonista, que se relaciona, fallidamente, con su medio, cualquiera que sea. Y en esa vuelta, se encuentra siempre el interés romántico puntual, que fracasa, o se quiebra, o se resignifica en un contexto dinámico donde predominan los movimientos parsimoniosos y los escenarios bellos. Lejos del Allen neoyorkino puro de los 70/80/90, en el cual hemos visto sus manías obsesivas en lo urbano y las relaciones complejas. Esta nueva entrega, primero, es celebrada porque se estrena luego de casi dos años de espera (fue filmada antes de la pandemia) y después porque no podemos dejar de decir que estamos viendo la obra de un cineasta de 86 años. Maduro, incisivo y con un humor intelectual y sutil que ya no se encuentra en esta generación, Allen ha construido una carrera que seguramente será rescatada por su coherencia y destacada por haber conseguido los servicios de cientos de actores prestigiosos por pocas monedas. Ha hecho films memorables (y no hago una lista porque sería discutible y no viene al caso) y este, en particular, puede colarse en su top 10, según mi opinión. ¿Es «Rifkin’s festival» una obra maestra? No, desde ya que no. Es otra aguda mirada sobre un hombre experimentado, entrado en años, culto, preparado y frustrado, que debe enfrentarse a una nueva generación de artistas con valores distintos, quienes además, interfieren dramáticamente en su vida. Caldo ideal donde Woody Allen cocina sus personajes, desde ya. La historia es más de lo mismo. Bien hecho, pero no esperen nada demasiado novedoso. Rifkin (Wallace Shawn) es un docente de cine y escritor que nunca pudo concretar su gran anhelo (publicar una novela a la altura de los grandes literatos de este tiempo) y que visita el festival de cine de San Sebastián junto a su esposa, Sue (Gina Gershon), una agente de prensa que ya no está tan unida a su marido como debería. Es más, la pareja está en franca crisis y su llegada a un ambiente festivalero, empeora las cosas. Claro, ahí aparecerá el galo Philippe (Louis Garrel) quien es un cineasta de moda que presenta una producción muy esperada por el público. Fundamentalmente porque tiene un seguimiento medíatico fuerte al haber estado involucrado con la mujer de un ministro francés. Pueden imaginarse el resto. Sue y Philippe se relacionarán y empujarán a Rifkin a analizar no sólo esa circunstancia, sino todo el ambiente que lo rodea en función a la fragilidad de ese mundo donde todo es vano, fugaz y sin brillo. Porque Allen quiere dejar claro que su personaje principal, obsesivo e inconformista, es quien mejor ve las cosas, aunque claro, necesita un analista para ponerlo en blanco sobre negro. Hay más, porque el director quiere que Ritkin tenga también su perfil ganador, así que lo involucrará sentimentalmente, mientras corre de fondo el ritmo de un festival real (San Sebastián) y toda su magia, bien descripta para quienes desconocen ese ambiente. En síntesis, una clásica cinta de autor. En lo personal, sin embargo, destaco el esmero de Allen por dejar todas sus ideas expuestas bajo un manto de fino humor. Incluso las situaciones dramáticas están resueltas con mucha altura y distinción, todo dentro de la perspectiva de sujetos preparados, con mucho mundo y predispuestos a caer siempre, bien parados, suceda lo que suceda. La mirada sobre el ritmo festivalero y algunas actuaciones destacadas (Shawn me parece una revelación en un protagónico), sumado al encanto de un cine que no se hace habitualmente (y no se volverá a hacer cuando Allen deje de rodar), hacen de esta propuesta una de las delicatessen que este verano porteño ofrece en cartelera. Yo, iría por ella sin dudar.
Svyatoslav Podgaevskiy es un nombre que viene asomando en el cine de género desde hace un tiempo. El cineasta ruso ya viene sonando internacionalmente desde «La novia» y «La sirena», productos desparejos pero con promisorias ideas. En un contexto de globalización, el director trabaja con presupuestos acotados e historias conocidas. Pero el enfoque que logra imprimir, aporta cierta frescura visual. No, no estamos frente a la reencarnación de Wes Craven. Pero sí, vemos su progreso lento en el rubro, sostenido y con mayor ventas en el mundo. En esta oportunidad, Podgaevskiy va a narrar una historia sobre un amor despechado. Una joven esposa y madre, Zhenya (Yana Yenzhayeva) decide recurrir a una hechicera gitana para lograr que su amado (Konstantin Beloshapka), un artista confundido emocionalmente, regrese a ella. Claro, todo tiene un precio en la vida. Nada es… digamos, gratis. Para hacer realidad su deseo, tiene que hacer un conjuro llamado «Boda negra». Ups. Suena complicado ¿no? La cuestión es que, dicen los que saben, que hay cierta veracidad en este acto (es decir, hay seguidores que lo practican) y en esta oportunidad, parece tener éxito en relación al pedido de Zhenya. Pero no todo es como debería ser. Si se pudiera decir así. Su esposo regresa a ella con una obsesión descontrolada hacia la mujer, acosandola, persiguiéndola a cada instante y tratando de estar siempre él en control de su atención. Y si bien estamos viendo una cinta de terror, parece que toda la primera parte, el foco está puesto en lo romántico fallido y lo peligroso que es «forzar» a una persona a hacer algo que conscientemente no quiere hacer. Es cuando promedia la cinta que la cosa va in crescendo y ya dejamos atrás las sutilezas y reflexiones acerca de cuál debería ser el límite de cuidado en las relaciones, y nos adentramos en una resolución más lineal, sobre lo que ya sabemos que tiene que ser erradicado: el hechizo que envenenó el destino de esta familia. En ese sentido, la cinta siente el cambio de registro y ofrece una imagen desbalanceada en su relato. Aparece con fuerza el repertorio del director para ofrecer algunos sustos y golpes de efecto, pero nos quedamos con la sensación de que quizás este crossover de géneros, por así decirlo, no logró ensamblarse con precisión. Podría decirse que son casi, dos películas distintas en una, con los mismos protagonistas. ¿Está mal? No, para nada. Es válido en tanto y en cuanto el espectador las disfrute. En lo personal, todo el conflicto de celos y control, a pesar de parecer en cierto modo a una peli romántica onda «adult young», me pareció consistente. La segunda parte es más de lo que habitualmente vemos en la industria y no sorprende demasiado. Aún con acotado presupuesto, este director logra ofrecer un relato aceptable sobre un tópico siempre cautivador para el género: los conjuros y el poder de la magia negra. Si lo tuyo es el género, es probable que «Boda Negra» tenga algo para ofrecer.
Seguramente si recordás, «Sing» (2016) en su momento, fue una forma de incursión nueva de Illumination Studios en un terreno nuevo para ellos: el musical de animación. De aquella producción exitosa, se pudo ver que había público dispuestos a dejarse llevar por una experiencia de este tipo, intensa, divertida y familiar. En la primera entrega de «Sing», conocimos a todos los personajes que integraron el show final de la misma. Todos están y en caso de que sea tu primera aproximación a la ahora franquicia, ya deberías conocerlos a todos. Recordemos que en la versión en inglés (la que vimos), los protagónicos están a cargo de Matthew McConaughey, Reese Witherspoon, Scarlett Johansson, Taron Egerton y sigue la lista (esta vez incluso con el villano jugado por Bobby Cannavale), lo cual garantiza familiaridad y disfrute para el espectador experimentado. Pero como toda buena peli familiar, su secreto debe radicar en ser placentera para todo tipo de público: los peques de la casa y los adultos que los llevan al cine. Y para eso, Garth Jennings, tiene oficio en su haber. El director y guionista de la original, regresa y pone el pie a fondo para que no dejemos de cantar a lo largo de los 110 minutos de metraje. Para ello, se vale de la habilidad de Joby Talbot, quien supervisó la música y armó el score en hace 5 años y repite su trabajo, subiendo un poco la vara, ya que hay pocos momentos donde no haya una canción sonando en la cinta. El trabajo de selección de los intérpretes es lo más destacado de esta producción: estar en sala es no parar de tararear hits. Claro, los más pequeños y las más pequeñas no podrán reconocer el impacto de tamañas composiciones en nuestras ancianas vidas. El argumento no es innovador ni mucho menos. Buster Moon ha logrado afirmarse en su teatro y con sus compañeros y aspira a más. Ante la llegada de una scout de talentos para llevar a su crew a un teatro más grande, se altera y espera con expectativas, pero al ser descartados rápidamente, decide tomar cartas en el asunto. Convencido de que pueden ascender en el «show business», sube a su team a un micro y se va en busca del despótico Mr. Crystal, productor estrella a quien Moon no le cae bien pero… los acordes de una canción tocada en el casting le recuerda a un famoso artista retirado y finalmente accede a financiar el proyecto, si le garantiza que el mismo (que es jugado por Bono, de U2), estará en el mismo… Moon aceptará el convite aunque jamás vio ni tuvo contacto con Clay Calloway (el genio en cuestión) y deberá llegar a él y sumarlo a la obra, junto con escribir y dirigir un ensamble ruidoso en un escenario mucho más grande que en su pequeño teatro. La trama no ofrece más que pequeñas asociaciones simpáticas entre personajes y no hay demasiada intensidad ni humor en ningún tramo. Sí hay mucho por disfrutar y está centrado mayoritariamente en la catarata de éxitos de todos los tiempos que desfilan a cada instante. Es ideal para ver en una buena pantalla con Dolby Digital. Bajo esas condiciones, es una interesante alternativa para este tórrido verano porteño.