La estrella de Belén: relato bíblico en clave animada Contar la historia de la Inmaculada Concepción y el nacimiento de Jesús en versión animada debía resultar una apuesta tan tentadora como poco original. Dirigida por Thomas Reckart (Anomalisa), La estrella de Belén logra, pese a sus acartonados convencionalismos, algunos momentos de inesperada gracia, como el anuncio del ángel a María y la travesía de los Reyes Magos por el desierto. Contada desde el punto de vista de Bo, un burro aventurero que abandona su destino de esclavo para hacer historia, el film sigue el relato bíblico con más didactismo que ambiciones estéticas, persiguiendo emociones antes que risas, salvo las que genera un palomo, bufón infaltable de toda fábula.
Feliz día de tu muerte: muerta otra vez, pero para bien Como en Hechizo del tiempo, Tree (Jessica Rothe) se levanta todas las mañanas para vivir el mismo día. Pero, a diferencia de Bill Murray, lo que la espera al despertar no es el hastío, sino la muerte. Lo que parecía ser otra más de las películas de terror filmadas con urgencia y sin inventiva se revela como una verdadera sorpresa: la mezcla de algunos momentos de inquietud, el homenaje autoconsciente a la obra maestra de Harold Ramis, las explosiones slasher y la gracia de su protagonista permiten darle a Feliz día de tu muerte más que una oportunidad. Si Tree es una de esas chicas de fraternidad (o sororidad) norteamericana, odiosa y engreída, las muertes que la esperan en ese día eterno serán el camino más largo para una posible redención. Su contoneo soberbio por los caminos arbolados del campus se trastoca, entre despertares y cuchillazos, en una huida violenta y vertiginosa que nace primero de su mala conciencia, para luego hacer eco en su silencioso perseguidor. Así, con un humor lúdico y adolescente, la película se desmarca de las consabidas imposiciones del género que obligan a acumular sustos y revolear sangre. Dirigida por Christopher Landon (director de una de las imposibles secuelas de Actividad paranormal y guionista de Disturbia de D. J. Caruso), no es comparable con algunos de los últimos hitos del género como El conjuro o La bruja, pero en su simpleza y honestidad está su encanto.
Al desierto: ecos míticos, pero poca tensión La nueva película de Ulises Rossell alcanza sus únicos momentos intensos en el preludio de una travesía. Julia (Valentina Bassi) es una buscavidas en la Patagonia: empleada como camarera de un casino, anhela vivir en la playa; sin embargo, sobrevive con un sueldo magro y en una vivienda azotada por fríos vendavales. En una de las monótonas noches de juego y azar, conoce a Armando (Jorge Sesán), un trabajador de una planta petrolera que pasa sus francos en la mesa de apuestas. Rossell desplaza el clima de incomodidad y frustración del inicio para sugerir un peligro inminente cuando Julia acepta una propuesta de trabajo de Armando y se sube a su camioneta camino al desierto. El paisaje, que inicialmente es clave para definir el tono, se exhibe al servicio de una belleza mítica que lentamente ahoga la narrativa. La inmensidad vacía subraya la pequeñez humana, la polvareda acentúa la caída, las montañas relucen al fondo como el marco de una acción que siempre se ve opacada por ese galanteo del entorno. Los principales problemas de la película se concentran en el vínculo que se establece entre la cautiva y su carcelero, ambos ecos de mitos universales (referencias al paraíso perdido) e hitos históricos (historias de las cautivas), que descansa en imposiciones externas (de guión, de género) antes que en el despliegue de un verdadero entramado de sentimientos complejos y contradictorios.
Pérdidas e ilusiones en un mundo globalizado El mundo se ha convertido en un extenso movimiento humano. Hombres, mujeres y niños abandonan sus lugares de origen para escapar de misiles y bombardeos, para encontrar un destino mejor ante la crisis económica, para salvar sus vidas del desprecio y la hostilidad. Así lo registra la cámara del artista Ai Weiwei -la Fundación Proa presentará aquí desde diciembre una retrospectiva de su obra- a lo largo de un viaje de un año por 23 países del mundo. Las guerras sangrientas en Medio Oriente, los residuos del colonialismo europeo, el vertiginoso cambio climático y las crecientes desigualdades económicas han originado un crecimiento exponencial de las migraciones durante este siglo XXI. Lo que puede verse en titulares de diarios, en cifras de registros migratorios o en declaraciones de líderes globales, adquiere en Marea humana una dimensión concreta y desgarradora, alejada de la tentación del anecdotario y construida como un mosaico de historias personales y comunitarias, con la fuerza de un presente que se forja día a día ante nuestros ojos. Ai Weiwei es un personaje fascinante, como lo muestran los breves rastros de su presencia en la película, interactuando con sus nacidos personajes, ajustando el foco de su cámara, haciendo evidente la magnitud de la crisis que hoy aterra a Europa. Artista y disidente de la China contemporánea, exiliado en Berlín y ciudadano del mundo, su mirada documental lleva la reflexión sobre el cine en tanto testimonio a un nuevo territorio en el que viejos conceptos como refugiado, acuñado en las postrimerías de la Segunda Guerra, pueden pensarse al calor de la extendida globalización. El impacto de las imágenes aéreas capturadas por drones se conjuga con el anclaje en el territorio, con la descarnada verdad de su destrucción en regiones como Siria o la Franja de Gaza, con la voz de sus miles de habitantes atrapados en hangares alemanes, en andenes de estación, en esperas infinitas. Las imágenes del mar abren y cierran la película. Allí se vislumbran los botes que llevan a los migrantes, los salvavidas que recuerdan el omnipresente peligro, los rastros de los que ya no están. Con esa fuerza del mar abierto, de pérdidas e ilusiones, Weiwei abre y cierra una historia que no termina, de la que su aventura global desde el desierto de Jordania hasta la frontera militarizada entre Estados Unidos y México parece ser sólo el comienzo.
En El empleo del tiempo, aquella película de Laurent Cantet filmada apenas dos años después de su consagración con Recursos humanos, un ejecutivo era despedido de una empresa y esa decisión económica abría un abismo moral ante sus pies: ¿cómo seguir ahora, con esas horas vacías, con el enigma de lo que se viene? Para el Ariel (Juan Nemirovsky) de Cauce, la ópera prima del santafesino Agustín Falco, la pérdida es similar, repentina, percibida como irreversible y tan trágica como aquella, aunque en otro tiempo y otro lugar. El mundo del trabajo, moldeado bajo las normas del capitalismo, se vuelve vida y necesidad, identidad y enajenación. Cuando llega a su lugar de trabajo, Ariel descubre que ha sido despedido, que no puede entrar al edificio, que nadie tiene nada para decirle. La cámara se ciñe sobre su mirada desencajada, sobre su piel impregnada en sudor. Ahí están las mejores escenas. Bajo el arco del policial, ese movimiento inicial se desvía desde el desempleo forzado a una lancha de pesca en el río, del cumpleaños del suegro al boliche del Tano (Alejandro Ajaka), y se interna en una espiral definida por los giros del guión antes que por el devenir de aquella incertidumbre de la primera escena. Falco ajusta su ambición a ese pequeño derrotero delictivo iniciado en la angustia laboral, pero se enreda en causalidades efectistas y pobres resoluciones.
Paula: una artista avanzada a su tiempo Paula tiene un mérito: dar luz sobre la vida y obra de una de las pintoras pioneras del arte moderno y antecedentes del expresionismo pictórico. Durante catorce años, Paula Becker pintó más de 750 óleos y realizó más de 1000 dibujos, obras que hoy se conservan en un museo que lleva su nombre en la ciudad alemana de Bremen. Su muerte temprana, a los 31 años y luego de dar a luz a su única hija, marcó el final de su vida creativa en plena ebullición de las vanguardias que cambiarían las artes para siempre. La película de Christian Schwochow tiene conciencia de ese mundo vasto que tiene por delante: la incorrección de Paula con su tiempo, sus deseos como artista, su amor por el paisajista Otto Modersohn, su etapa de descubrimiento en París. Sin embargo, su estricta cronología peca de corrección y deviene en un problemático divorcio entre su figura creativa y el tiempo en que se forma. Aparecen, sí, su intenso vínculo con Rilke, su protofeminismo, su resistencia a pensar la pintura como mera reproducción de la realidad. Pero todo demasiado sumergido en un preciosismo visual que aleja a la película de ese espíritu refractario de la pintora. Su gran acierto es poner en escena la desesperación del incomprendido, ese sentimiento que nace del arte imperfecto para los cánones de la época, reflejo de ese estado de zozobra interna que sólo se alcanza cuando todo parece perdido.
Más que hermanos: fallida y obvia telenovela multinacional Fallida desde su concepción, con obviedades de guión, giros absurdos y subrayados imperdonables, esta coproducción entre Panamá, la Argentina y los Estados Unidos, filmada por la panameña Arianne Benedetti y presentada a los Oscar por ese país, resulta un insólito pastiche de lo peor de la ficción televisiva, con una puesta en escena chata y publicitaria. La historia de dos hermanos que quedan huérfanos y deben sobrevivir en la calle, sorteando pesares y peligros, tiene todos los lugares comunes de la telenovela: golpes de fortuna, tragedias absurdas, amores trascendentales. Ese camino hacia el exceso podría haber dado la vuelta y volverse un placer culpable. Ni siquiera eso.
Jigsaw, el juego continúa: festival de torturas y mutilaciones Con la octava entrega de la saga Saw (acá, El juego del miedo), el terror pierde los tímidos componentes de inquietud y tensión que quedaban en el tintero de su tradición para regodearse en un tratamiento exponencial de la angustia. No hay misterio posible: solo se trata de esperar cómo y con cuánta sangre morirán los cautivos de un lunático que pone en escena las pruebas más sádicas. Dirigida por los hermanos Spierig (responsables de la más que interesante Vampiros de día), este reinicio de la franquicia, que sigue la tradicional estela del copycat tiene un componente redentorio: el juego temporal se convierte en la única clave de disfrute en la previsible feria de torturas y mutilaciones.
Escuela vida: así en el arte como en la vida La ópera prima de Silvina Estévez recorre el proceso de aprendizaje de un grupo de adolescentes de la Escuela Pública de Bellas Artes en San Clemente del Tuyú a lo largo de las cuatro estaciones. Regida por el clima y la cooperación grupal, la mirada de Estévez sortea el abordaje tradicional y se adhiere a la experiencia vital de los jóvenes, a los esfuerzos que implica la creatividad y el desarrollo artístico, a la organización más allá de la competencia y la autoridad. Alumnos y maestros reflexionan sobre la historia del país, cosen vestuarios, ejecutan instrumentos y desarrollan un proyecto colectivo nutrido de alegrías y contratiempos, con un imprevisto humor que la cámara captura con sutileza.
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