Con un encapotado así, no necesitamos otro héroe El filme escrito y dirigido por Christopher Nolan se debate en una cuestión de lealtad y honor. Tiene acción y aventuras, pero no al ritmo frenético de Hollywood. Se luce Christian Bale. Christopher Nolan tiene una cualidad. Sabe, esencialmente desde el guión y luego plasmado en la realización y el montaje, construir un entretenimiento acabado, íntegro y proporcionado otorgándole a un personaje conocido y su entorno nuevas connotaciones. Su trilogía de Batman, que cierra con el estreno de hoy, escapa de los encorsetados límites del género de superhéroes (Batman no tiene superpoderes, así que no es tal) para poder repensar temas muy caros a su filmografía, como la lealtad y el miedo, y otros más presentes como el terrorismo o hasta la energía sustentable. Bruce Wayne no es un justiciero más. Lo que hace, por lo que actúa y reacciona tiene que ver con su psicología y sus traumas. ¿Quién es Bruce Wayne, para Nolan? Un tipo solitario, pero vengativo, de alma torturada desde la primera película, un héroe que alcanza tal dimensión por casualidad. Nolan y su hermano coguionista Jonathan retoman la historia ocho años después de El Caballero de la noche . Hay paz aparente en Ciudad Gótica luego de que la doctrina Dent haya encerrado a los criminales. Bruce Wayne está con bastón, maltrecho y encerrado en su mansión. El Comisionado Gordon había convencido a Batman de aparecer como el único al que echarle la culpa de la criminalidad y entronizar a Harvey Dent (que terminaba psicótico como Two Faces) como el adalid de la Justicia. Pero si la mentira tiene patas cortas, el brazo largo de la Justicia llegará, de una manera u otra, a Ciudad Gótica. Si El Caballero de la noche era oscura, El caballero de la noche asciende lo es más. Mucho más. Algunas secuencias -el prólogo del secuestro de un avión; la cárcel en las cuevas; Bane atacando la Bolsa de Ciudad Gótica- son de una precisión milimétrica en sí mismas y dejan con la boca abierta. Nolan trabaja con un guión de hierro -como hacía Hitchcock-, pero si cada diálogo encierra una verdad trascendental y está trabajado para ser importante, nada de esto parece quitarle naturalidad. Lo que ocurre es que Wayne, Alfred el mayordomo, el Comisionado, Bane y Gatúbela parecen recién salidos de la universidad. Wayne (Christian Bale), filántropo en bancarrota, un ermitaño que tiene olvidados los juguetitos de Batman, no quería volver a ponerse el traje, pero -siempre hay un pero- la idea del malvado Bane (Tom Hardy) de tomar Ciudad Gótica y amenazar volarla en pedazos lo hace recapacitar. Bane retrotrae la historia a Batman inicia , con la Liga de las Sombras, allí donde Wayne forjó su espíritu. Bane es la encarnación en carne y hueso del Mal. Oculto tras una máscara que le permite tolerar el dolor, Nolan presenta a quien supo en el cómic quebrar la espalda de Batman como un tipo cerebral, brutal… y leal. La película se debate en una cuestión de lealtad. Y de honor. Pero hay otro motivo por el que Wayne/Batman sale del ostracismo. Es la presencia de Selina/Gatúbela (Anne Hathaway, algo de luz entre tanta tenebrosidad). Ladrona de joyas, sí, pero lo que busca es lavar su pasado (como Batman). Y se suma Blake (Joseph Gordon-Levitt), un policía idealista, huérfano como Wayne. Para apuntalar una personalidad así de compleja, el mayordomo Alfred y el agente Blake son para Wayne/Nolan algo así como enfrentar la voz de la conciencia. Un súper yo al que se puede estar dispuesto a escuchar. O no. Igual, para quienes vayan a encerrarse casi tres horas en busca de aventuras, también las tendrán. Y acción a raudales, a un ritmo no tan frenético como el de los tanques de Hollywood (para algunas escenas se utilizaron cámaras de Imax, por lo que verla en ese cine es más que una opción). Batman tiene nuevos gadgets (moto de ruedas giratorias, una batiaeronave) y Nolan dosifica la tensión como en una montaña rusa. Hay momentos de extraña tranquilidad y otros en los que eriza la piel. Muchos estadounidenses sufrirán con algunas escenas que recuerdan al 11 de septiembre. En definitiva, para Wayne/Batman es una cuestión de superación. De poner las cosas en blanco sobre negro -mucho negro-. Para que entendamos cómo alguien que está fuera de la ley puede ser un héroe. Y para que advirtamos que después de El caballero de la noche asciende no necesitamos otro héroe.
Mano dura, en todo sentido Sacha Baron Cohen interpreta a un tirano en esta comedia molesta, vulgar y divertida. Sacha Baron Cohen divide las aguas como Moisés. Pero en el caso del comediante londinense lo que queda en un margen no es idéntico a lo que hay en el otro: tiene sus defensores y sus detractores. Con El dictador Mr. Sacha se aleja de lo que podríamos denominar su trilogía, ya había hecho tres películas ( Ali G , un rapero blanco que quiere ser negro, Borat -la única estrenada aquí en cines- y el racista Brüno ) sobre personajes que había presentado primero en la TV. El general Aladeen no tiene nada que envidiarles a sus antecesores, ya que es ofensivo, y sus insultos y menosprecios le salen con total naturalidad. Si Borat era terriblemente agraviante, Aladeen lo es a una énesima potencia. Dictador del ficticio país de Wadiya, al Norte de Africa, Aladeen es antioccidental, antidemocrático y antisemita. Sacha Baron Cohen profesa la religión judía, por lo que nadie en su sano juicio podría tildarlo de antisemita. ¿O sí? Con el actor de La invención de Hugo Cabret (era el inspector de policía de la estación de trenes), no se sabe. Si su estilo humorístico se parece al de los hermanos Farrelly, que hoy estrenan una versión de Los tres chiflados , donde lo escatológico se mezcla con el humor más simplón, este dictador es capaz de realizar cualquier ultraje y reírse de sí mismo, de famosos -por su dormitorio en el palacio han pasado Megan Fox y... Arnold Schwarzenegger- y de la corrección política en una misma escena. Si hay algo que Aladeen ama -además de a sí mismo- es oprimir a sus súbditos. Por eso no quiere que -nunca- la democracia impere en su tierra y cuando un complot estalla en su contra encabezado por Tahir (Ben Kingsley, que alguna vez fue Gandhi y también compañero de elenco de Sacha en La invención... ), Aladeen terminará en Nueva York para hablar ante las Naciones Unidas. Pero habiendo fracasado un intento de asesinato, descubrirá que Tahir utiliza un doble, y él se encuentra deambulando por las calles de Manhattan. Intolerable. El dictador tiene chistes escatológicos, de índole sexual, vulgares, algo más sofisticados y diálogos que parecen salir de la boca de Zoolander, el personaje de Ben Stiller. Si quien pone la cara y otras partes del cuerpo es Sacha Baron Cohen, no hay que quitarle el ojo a Larry Charles, el director de ésta, Borat y Brüno . El timing es esencial en un género como la comedia, y sin una dirección que siga y entienda los gags como un todo, el asunto puede derrapar. No es el caso. Podrá gustar más o menos, resultar molesto u ordinario, pero, hoy, Sacha Baron Cohen es tan divertido como necesario.
La princesita que quería vivir Las distintas relaciones familiares, una historia de aventura y con abundante humor, más el 3D: el combo de la película. Lo primero a considerar tras la visión de Valiente es que es la película de Pixar más Disney que haya hecho la compañía de John Lasseter. Pixar nunca había pisado Escocia, ni tampoco el terreno de las princesas, la reina y el rey. Pero tampoco es que Mérida sea la princesa típica de las películas de Disney. No es una niñita. Es una adolescente. ¿Como Rapunzel en Enredados ? Tal vez, buscando su propio destino y desafiándolo todo. La historia es muy dinámica, eso sí que es rasgo de Pixar. Y tiene, cómo no, un personaje fuerte. Porque Valiente es del tipo de película en cuya historia los personajes no son unidimensionales. Es fantástica, sí, pero con varios puntos de conexión con la realidad, aunque tiene un clic en su trama. De esos que hacen que uno trague el anzuelo y disfrute, o pase de largo. La trama centra en la princesa/arquera a quien sus padres desean casar con alguno de los herederos de los clanes de las Tierras altas (alguno con guiño incluido a Corazón valiente ). Pero ella, rebelde, no quiere saber nada. Y porque es más fácil imaginar a Mérida soltera e independiente que casada con hijos, y como es un cuento de hadas, Mérida va tras una poción mágica, un hechizo que la haga cambiar de parecer a su madre. Pero consigue otro cambio en Elinor. No contemos más. La familia es otro punto central en la película. Primero está la relación padre/hija, con el rey Fergus obsequiándole un arco en su cumpleaños cuando es una niña (y antes de perder, él, una pierna en una pelea con un bravo oso). Y luego, la de madre/hija. Los personajes son presentados de manera bien antagónica -Elinor es la rectitud, encorsetada, tiene el cabello siempre bien peinado; Mérida luce la melena al viento, enrulada y, para más extravagancia, ¡pelirroja!-, hasta que aquel clic obliga a una y otra a cambiar de mirada. El humor es algo más “zafado”, si puede utilizarse el término en una película de Pixar/Disney, que lo habitual. Los trillizos hermanitos de Mérida recuerdan al trío de niñitos de El extraño mundo de Jack . Algo de la historia remeda a Tierra de osos , también de Disney. O será que uno ha visto tanto cine animado que todo le recuerda a algo. Otro punto a considerar: la vara que fijó Pixar, con cualquiera de las tres Toy Story , Buscando a Nemo , Wall-E y Up ha quedado tan pero tan alta... Sí todas tienen en común que Woody, Nemo, el robot y hasta el abuelito, igual que Mérida, no son los mismos cuando comienzan sus historias que cuando llegan los títulos finales. Pero también es loable el adelanto tecnológico, lo que hace de Valiente un espectáculo visual incomparable. Las escenas donde Mérida está en el bosque, los árboles están cubiertos de musgo, tiene tres o cuatros capas de musgo. El suelo no es llano. Y hay que observar cómo la iluminación juega en estos ambientes. El 3D también es una carta a favor. Y atención: como de costumbre, no llegar tarde a la sala, no sea cosa de perderse otro prodigio, el corto La luna , una auténtica maravilla casi sin diálogo (ya verán), ni tampoco retirarse antes de que terminen los créditos finales, que hay allí una pequeña sorpresita...
Peligro: bebé a bordo En tono de comedia transgresora, dos amigos deciden tener un hijo, pero no casarse. La comedia romántica tiene siempre sus valores y uno sabe más o menos cómo va a terminar el asunto. No es una historia de amigos con beneficios , aunque el tema se roce (el verbo vale doble). Veamos. Jason y Julie (Adam Scott y la actriz y directora del filme Jennifer Westfeldt) se quieren como amigos. Sienten algo así como un amor, si cabe, platónico. Viven en distintos departamentos de un mismo edificio en Manhattan. No sienten atracción sexual, no son amantes, sólo amigos. Tanto que cuando otros amigos en común los invitan a cenar, es imposible que no los inviten juntos. Ben y Missy (Jon Hamm, esposo de la directora, y Kristen Wiig) son una pareja lujuriosa, pero cuando perciben que la pasión decayó, empiezan a reprocharse todo uno al otro, casi a odiarse. Y también están Leslie y Alex (Maya Rudolph y Chris O’Dowd), que viven en Brooklyn y anuncian a sus amigos que están embarazados. Eso –no otra cosa- despierta, activa el reloj biológico de Julie y de Jason, que se preguntan por qué no tener un hijo juntos. Pero no quieren caer en lo que denominan la trampa del matrimonio: un desgaste progresivo del amor, sea por desatención, falta de pasión o lo que el lector prefiera elegir. Ven al matrimonio como una obligación contractual, y prefieren escaparle a eso y gozar del beneficio del hijo propio. Así, cada uno seguirá saliendo con otras y otros, compartirán 50% el cuidado del bebé, y listo. Y lo tienen. Pero Jason conoce una bomba sexual como Mary Jane (Megan Fox), mientras a Julie le presentan a Kurt (Edward Burns). Y la unión tan poco ortodoxa, cómo no, empezará a traer complicaciones. De hecho, la responsabilidad de criar a un hijo –juntos o separados- implica eso, un compromiso. Está claro que el sentimiento será diferente si uno tiene hijos o no. Y que el riesgo de Plan perfecto pasa por ser distinta, transgresora, como se presenta en las primeras escenas, y no terminar siendo igual a las otras comedias románticas. La actriz y directora ofrece unas cuantas buenas preguntas al público –desde la monogamia y/o la rigidez moral hasta cómo criar un niño preocupándose por lo que a futuro será lo mejor para él, las desigualdades de género, los problemas de los hijos de padres divorciados y así hasta casi el infinito-. Luego de su guión de Besando a Jessica Stein , la acidez no le ha menguado. La película tiene sus pasos de drama, y ahí es donde Westfeldt, con mucha gimnasia como actriz de TV, desde su propio guión, la pifia. Como si necesitara que los seis personajes tuvieran que alternar sus dosis de comicidad y seriedad. Acertó en no dar el papel de su amigo/padre de su hijo a su marido en la vida real, el actor de Mad Men . Ya es algo.
Cántame tu vida Buen documental sobre un rapero polizonte, que llega de Guinea. Es una historia singular, la de un rapero de Guinea que termina grabando un disco en la Argentina, un destino con el que no había soñado cuando partió de su país en Africa y deseaba ingresar a Europa. Pero terminó viajando como polizón, pasó días sin comer, descendió en el puerto de San Lorenzo, en Rosario, y este documental cuenta su increíble historia, con testimonios de sus parientes del otro lado del río/océano. La película del rosarino Rubén Plataneo acompaña el derrotero de David/Black Doh. Lo sigue donde duerme, en su peregrinar por buscar un techo, lo entrevista, lo filma mientras graba el disco que tanto anhelaba ( Cruzando el mar ) y luego viaja -el director- al pueblo de Black Doh, donde el espectador descubre el pasado del que se fue el protagonista. Hablada en castellano, francés y soussou –los mismos idiomas en que Black Doh canta en su CD-, el relato es casi siempre simpático, hasta cuando cuenta las penurias que atravesó el personaje a bordo del buque, o cuando lo robaron en una pensión rosarina. La película va más allá del talento del músico y se erige dentro de los parámetros de la historia de vida : es más imponente lo que le sucedió que la música propiamente dicha (de hecho, no está toda subtitulada). La de Black Doh fue una travesía compleja, y su traslado a la pantalla, con esos diferentes formatos de narración, le cuadra.
En busca de la dignidad El filme de los Dardenne, de raigambre social, vuelve a centrarse en un niño en riesgo. Los hermanos Dardenne aman a sus personajes, piensen lo que piensen o hagan lo que hagan. La razón de esa adoración, de esa estima, es que unos y otros van reiterando algunas características comunes y también que los directores difícilmente los juzguen. Aquí, como lo indica el título, hay un niño, o mejor un hijo, como en El niño , donde un padre joven vendía a su bebé por necesidades económicas. O en El hijo , donde otro padre adulto enfrentaba al joven que provocó la muerte a su hijo. En El chico de la bicicleta , Cyril (Thomas Doret) es un niño y un hijo. Fue dejado por su padre (Jeremie Renier, asiduo colaborador de los belgas, y coprotagonista de Elefante blanco ) en un hogar de menores. Cyril está convencido de que Guy no lo abandonó y volverá. Pero Guy no atiende el teléfono, se mudó de ciudad y hasta le vendió la bici del título. La esperanza (enérgica, resistente) de Cyril pronto mutará en desilusión, y él, que a su manera pide lo que ni siquiera debería, le pregunta a una peluquera, que fue quien recompró la bici que Guy vendió para irse, si lo acoge en su hogar. Samantha (Cecile De France) acepta: estará con él los fines de semana, casi como una madre sustituta. Pero una película de los Dardenne en la que sus personajes no sufran desazón y caminen en la cornisa de lo que se debe hacer y lo que se puede, no sería digna de ellos. Y El chico de la bicicleta exuda mucho más que dignidad. Por un lado, Cyril es cooptado por el líder de una banda criminal adolescente. En cuestión de días, el chico está perdido: quien debería cuidarlo, huyo; no tiene parámetros, no tiene héroe. Lo único que le queda es sobrevivir. Y actúa de acuerdo a los modelos: si su progenitor huye, escapa de las situaciones, él lo imita. El futuro aparece nublado en las realizaciones de los Dardenne. Los Dardenne retratan -siempre- historias de vidas ordinarias. Las cosas nunca les resultan sencillas, difícil que les vaya bien. Pero agachan la cabeza, y arremeten. Cyril despierta ternura, aunque también tiene arranques que condicionan la mirada del adulto hacia él. De entrada es odioso, pero ¿cuántos protagonistas recuerda usted que despierten igual grado de simpatía y lástima? Ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes 2011, trata sobre un niño problemático, con todo lo que conlleva contenido. ¿Cómo un niño de 11 años puede entender que su progenitor no quiera saber nada de él? Pero los temas abordados son más amplios: la infancia en riesgo, la solidaridad, el amor paterno, la irresponsabilidad de los adultos. Es cine de raigambre social, con cero sentimentalismo. La utilización de la cámara en mano nos acerca, nos hace en cierta manera partícipes de lo que vemos. Ese estilo entre despojado, seco, que es una marca indeleble de los directores de Rosetta , es el que mejor le sienta a un relato que se debate entre la desesperanza y la búsqueda de la dignidad perdida.
Se agranda la familia Más personajes y el mismo humor, para la fórmula exitosa de siempre. Película tras película, la saga de La Era de hielo ha sido cada vez más exitosa. Y eso que las tramas han sido en lo básico las mismas: a los tres personajes centrales -Sid, el perezoso, Manny, el mamut, y Diego, el tigre dientes de sable- siempre, sea que deban entregar un humano a su familia, o deban escapar de dinosaurios de otra era, invariablemente deben emprender un viaje de características épicas. Pero como ninguna saga podría continuar sin una renovación y cambio, se han ido agregando personajes. En verdad, intereses románticos o directamente familiares. Y esa palabra -familia- es clave. Porque el perezoso, el mamut y el tigre son algo así como una familia ensamblada, que va sumando integrantes con cada capítulo. Ahora, es la abuelita de Sid, un personaje enteramente encantador, y una tigresa dientes de sable. Aquí, todo comienza con la separación de los continentes. Y el cataclismo es obra exclusiva de Scrat, la ardillita que va tras esa esquiva bellota, y que desde el éxito de la primera película bien se merece una película para ella sola. Pero claro, funciona mejor como divisor de escenas, y hasta como relajante y breve interludio cómico. Por aquello de que las tierras se mueven, Manny queda separado de su mujer Ellie y su hijita Morita, al caerse con Sid y Manny en un trozo de hielo. Y como buen padre, les promete que volverán a encontrarse. Pero la corriente los aleja cada vez más y, además, son apresados por unos piratas, comandados por un simio -llámenlo guiño, homenaje o como quieran, pero cómo se parece el Capitán Tripa a cierto personaje relevante de Piratas del Caribe ...-. La película tiene suficiente humor, más que nada gráfico, con caídas, golpes y demás, que hacen reír a los más pequeños. Y si no llega al grado de ternura extrema que había tenido la original, por eso de que las relaciones familiares son centrales, impera el sentido de que por más que nos guste alguien, no debemos dejar que nos cambie (Morita se enamora de un mamut con corte de pelo actual, y olvida a su mejor amigo, el topo Louis; no importa el tamaño físico para enfrentar los problemas), y otras más que no pasarán desapercibidas para los chicos. Mucho ha mejorado técnicamente el diseño de los fondos y de los mismos personajes -el pelaje de Manny y el resto de los mamuts es el mejor ejemplo- y la utilización del 3D tiene su sentido, no es algo meramente superfluo. Párrafo aparte para el corto que acompaña la proyección de la película, Un día en la guardería , en el que Maggie Simpson tiene un rol fundamental. Dura menos de cuatro minutos, sí, pero es otro motivo por el que vale la pena llegar temprano al cine.
Echale la culpa al río Romance e ironía política, del director de “¿A quién ama Gilbert Grape? y ”Chocolate”. Lo hemos dicho y escrito mil y una vez: combinar más de un género a través de subtramas en una película, puede atraer distintos públicos, pero a la vez repeler a todos. El romanticismo, vinculado a una ironía o crítica política, puede convivir, aunque convengamos en que la pátina kitsch con la que el director Lasse Hallström pinta esta historia termina asemejándolo a esos malabaristas que manejan más bolos que los que deberían. Pero por otro lado, el director de ¿A quién ama Gilbert Grape? y Chocolate contó con Ewan McGregor y Emily Blunt como la pareja despareja, los británicos que uno muy diferente al otro se encuentran en medio de un embrollo internacional. Las relaciones entre Yemen y el gobierno inglés no son las mejores, pero cuando un jeque propone afrontar todos los gastos que sean necesarios para instalar en su reseca patria la pesca deportiva del salmón (de ahí el título original del filme, Salmon Fishing in the Yemen ) y de la novela en que se basa), más de un político ve una oportunidad. El que no entiende cómo se pueden llevar 10.000 salmones hasta Medio Oriente es el doctor Alfred Jones (McGregor), un científico dedicado a los peces que vive su propia crisis de la mediana edad con su esposa. Y quien debe convencerlo de encaminar el asunto –por pedido de la vocera del primer ministro inglés (Kristin Scott Thomas, en un papel reconstruido a su medida)- es Harriet, a quien Blunt, la secretaria desplazada de El diablo viste a la moda , le confiere toda su simpatía y entrega. Halsström, que se granjeó su buen nombre con títulos notables y significativos hace unos años -el sueco ya tiene 66-, ahora ya no va tras utopías trascendentes, y opta por asignar a sus intérpretes el peso del relato. Alfred y Harriet –cuyo novio es dado por desaparecido en combate- son dos personas comunes, que en un ámbito lejano se descubren afines. El resto lo pone la música del toscano Dario Marianelli y el almíbar que cae en torrente. Pero lo realmente importante de Un amor imposible es que el filme nunca parece tomarse demasiado en serio a sí mismo. Como si Hallström fuera consciente y no quisiera dar rodeos y mostrarse naif sin ambages. Insistimos: sin el escocés McGregor y la londinense Blunt, otra sería el resultado.
No es bueno que el mono esté solo Dentro de los documentales de Disneynature, Chimpancés es tan elocuente sobre la vida salvaje como siempre, pero menos truculento que en otras producciones. Aquí el “protagonista” es Oscar, un chimpancé que sigue con su mamá Isha a Freddie, el jefe de los monos, por la selva. Pero Scar –por cicatriz, sí, pero también casualmente se llama como el tío malo de El Rey León - es el macho alfa de otro grupo de monos rivales y mucho más salvajes y menos solidarios, que se meten en territorio de Feddie para poder comer de los nogales. Se están quedando sin alimento y cuando el hambre aprieta... Hay momentos en que todo simula poesía, los chimpancés parecen bailar por la selva tropical, las arañas y las hormigas cautivan solamente con sus apariciones, hay fuertes tormentas y Oscar –habrá que decirlo- pierde a su mamá, como Dumbo, Bambi y siguen las firmas. Huerfanito, Oscar no podría sobrevivir solo en la selva, por lo que la película se preocupa por mostrar cómo Freddie lo adopta y se comporta como si el pequeño fuera su hijo. En este tipo de documentales, se supone que no puede haber un guión preestablecido, y que lo que captan las cámaras es lo que finalmente se convertirá en historia. En los créditos finales, para los que no deban salir corriendo de la sala con los más pequeños para llevarlos al baño, se explica algo de cómo se filmó el documental, en el Parque Nacional Taï, en Costa de Marfil, que es Patrimonio de la Humanidad, con una suerte de minibackstage. Allí se pierde un poco de la magia, pero se toma conciencia de lo difícil que les resultó el rodaje.
Soy lo que soy Glenn Close, brillante, como un personaje masculino. Atento pero con una mirada vacía, Albert Nobbs observa minuciosamente todo a su alrededor, con pequeños e ínfimos gestos. En buena parte, porque debe pasar desapercibido: es mayordomo en un hotel en Dublín, a fines del siglo XIX. Y en mayor parte, porque está convencido de que no le conviene que nadie descubra –como reza el título local- cuál es su secreto. Pero el misterio se acaba pronto para el espectador. Si uno no conociera a Glenn Close, tal vez creyera que Albert Nobbs es realmente un hombre, tal es la caracterización de la actriz de Atracción fatal y Relaciones peligrosas . Igual, la trama de la película, tomada de una corta novela que luego fue llevada al teatro por la propia Close, en 1982, no oculta sino que hace eje en esa dualidad. O, mejor, esa partición en la individualidad del personaje central. Nobbs guarda con celo las apariencias, así como sus ahorros debajo de la madera del piso de su habitación en el hotel. Su sueño es reunir cierto capital para poder abrir un negocio de tabaco, y hasta fantasea con casarse. Todos sus temores y pesadillas brotarán casi de la nada cuando otro personaje –un pintor que llega al hotel- deba pasar la noche en su cuarto. A partir de allí, Nobbs empieza a cabildear entre la seguridad que le daba su masculinidad y el hecho de ser como es, con ese nuevo personaje como modelo a seguir. La película de Rodrigo García -hijo de García Márquez (ver contratapa), un realizador al que le gusta vérselas con personajes femenino fuertes, como Con solo mirarte y Amor de madres - no le escapa al melodrama de buen gusto. De todas formas, su estilo no es ambicioso desde lo formal y se mantiene en el tono de una buena serie de TV, un medio en el que ha hecho mucha de su carrera, como director y guionistas ( In Treatment , Six Feet Under ). Lo que toma como tema es la posición social de la mujer en el siglo XIX. Si el personaje de Close deja de ser quién es , es así porque cree que lo necesita para poder ser quién es , algún día. La película se aboca a lo que comúnmente denominamos libertad, más allá de géneros. La cuestión es aceptar la realidad y, en el caso de Nobbs, su identidad. Para ser más claro: no es que quiere ser hombre, sino que necesitó dejar de ser mujer, que es muy distinto. En las subtramas es donde la película falla, o no llega a alcanzar el mismo nivel que cuando cuenta con Close al frente. Si las reuniones alrededor de la mesa de la cocina, con los empleados, tienen lo suyo, son la innecesaria apertura a varias subtramas –el botones que llega, el alcoholismo de otro sirviente, la fiebre tifoidea y cómo altera la vida en el hotel- lo que restan interés al relato. Pero la película está construida para especial lucimiento de Close, que sí, está muy bien y no por actuar como hombre, sino por manifestar con mínimas expresiones y actitudes lo que le sucede a la protagonista. Close no sólo interpreta a Nobbs, sino que, tras bregar diez años por llevar la historia a la pantalla, terminó coescribiendo el guión y también produciéndola. Se rodeó de un elenco inmejorable –Mia Wasikowska como el interés romántico de Nobbs, Brendan Gleeson, Pauline Collins, Jonathan Rhys Meyers, Janet McTeer, Aaron Johnson- en este filme sobre ser diferente a lo que se es, con los riesgos de ser una persona incapaz de sentir, algún día, la felicidad.