Grata sorpresa se puede llevar el espectador con este postergadísmo estreno italiano (pero con actores ingleses) que viene de la mente de Giuseppe Tornatore, quien nos regalo una de las mejores películas de la historia del cine: Cinema Paradiso (1988). Aquí se mete con las obsesiones y los trastornos maníacos compulsivos a través de una interesante historia -con giros sorpresivos- perfectamente actuada por Geoffrey Rush, Jim Sturgess, Donald Sutherland y Liya Kebede. Ver en una película transformaciones de personajes siempre es muy grato y más aún cuando están bien logrados. Eso es lo que hace Rush porque su Virgil Oldman comienza de una manera y poco a poco va cambiando. Y tanto en lo drástico como en las sutilezas es donde el buen observador de actores encontrará una joyita. Ojo que tampoco nos encontramos ante la película del año y si bien está muy lograda tampoco es innovadora e incluso puede llegar a hacerse un poco larga. La mejor oferta es una buena opción para ver una genial dirección actoral.
Antes que nada es conveniente aclarar que quien escribe estas líneas es fan de las películas originales de los Bañeros. El ver fragmentos en la tele o buscar escenas específicas en youtube me produce mucha gracia, y cuando hace unos meses se estrenó la versión remasterizada del hito de la década del 80 la disfruté y me reí muchísimo aun conociendo los diálogos de memoria. Esto me sucede a mí y a muchos porque esas películas tocan una fibra sensible de una parte determinada de nuestras vidas y nos conectan con ella, y el problema principal que tiene este estreno es que nos damos cuenta que no se puede emular esa sensación aún utilizando la misma fórmula y temática. Bañeros 4: los rompeolas es verdaderamente mala y no por estar mal editada y mal actuada ni tampoco porque se ven los micrófonos, así como tampoco porque tiene miles de errores de continuidad. En este caso lo berreta está bien. La película es mala porque no hace reír, o mejor dicho, a mi no me hizo reír. Y aquí es donde me doy cuenta que claramente la cinta no está dirigida hacia mi (aún siendo fan de los bañeros) sino al televidente del prime time. Aquel que hace zapping entre Telefe y Canal 13 consumiendo Peligro Sin Codificar y los personajes que desfilan en Showmatch. A lo mejor esas personas encuentras graciosas las situaciones (ya muy quemadas) en las cuales encontramos a Pablo Granados, Pachu Peña, Freddy Villareal, Nazareno Motola y el impresentable de Mariano Iudica. (Perdonamos a Emilio Disi, quien seguramente recibió una oferta que no pudo rechazar). Los que no sean de ese palo la van a pasar verdaderamente mal porque lo mejor del film (si merece ser llamado de esa manera) es Karina Jellinek, y decir eso es algo tan triste como brasileño en San Pablo tras el siete a uno. Dentro de las imperfecciones que tiene el cine argentino, que por suerte van disminuyendo y cada vez hay mejores y más diversas películas (más allá de los gustos) se podría decir tranquilamente que Bañeros 4 es el grano lleno de pus dentro de la nueva cara del cine nacional. Así que esperemos que cuando reviente no manche.
Si viste Bajo la misma estrella y pensaste que es una seguidilla de clichés de lo más empalagosos no vas a coincidir ni un poco con esta crítica, lo mismo si aún no la viste y ya por el poster y la sinopsis pensás que la vas a pasar mal mientras acompañes a tu pareja. Ahora bien, si la disfrutaste o intuís que la vas a disfrutar seguramente encontrarás muchas coincidencias. Bajo la misma estrella es una película tan hermosa como necesaria. ¿Por qué necesaria? Porque esta generación estaba pidiendo a gritos una Love Story (1970) contemporánea en donde pueda verse en los personajes. Porque si bien la historia de Hazel y Augustus es triste y lacrimógena, aquellos espectadores que han tenido la fortuna de amar a alguien (en el sentido romántico de la palabra) se verán totalmente identificados en la manera en la cual se comunican y se expresan. También pasa algo extraño con esta película, porque con un libro sobre escritura de guión y estructura de un film se puede decir tranquilamente que este estreno “es de manual”, pero aún así logra hacer olvidar esas formalidades incluso a los más cinéfilos. La química que hay entre Shailene Woodley (nueva actriz fetiche de las coming of age movies) y Ansel Elgort traspasa la pantalla e inunda a todos, incluso a los fans más acérrimos de la novela en la cual se basa la cinta. Ambos actores están geniales y les creés en todo momento. Te hacen reír y te hacen llorar (mucho). Dato no menor que a tan solo dos años de su publicación -y sin tratarse de una saga- se ha convertido en un éxito tremendo. Sin dudas que este es el puntapié inicial para más adaptaciones de YA novels (novelas para jóvenes adultos) donde los protagonistas no se encuentras en un futuro distópico ni son criaturas sobrenaturales. Volviendo al film, las cuestiones técnicas son correctas y la verdad no se puede destacar nada del laburo del director Josh Boone, quien hace poco nos deleitó con Un lugar para el amor (2013), más que una rápida edición y un gran criterio para ensamblar la banda sonora. Bajo la misma estrella nos recuerda que disfrutar de las historias en el cine es lo más lindo que hay porque te olvidás de todo. Más aún cuando te enamorás de los personajes, cuando los llorás y cuando, una vez terminada la película, los extrañas. Si van a verla no se olviden los pañuelitos…
Si bien se le puede analizar muchas cosas más que interesantes y que dan para un largo debate, la realidad innegable es que El hombre duplicado aburre. A priori parece una película hecha por un David Lynch muy desganado donde la metáfora ¿del miedo? Aparece en forma -literal- de arañas de todos los tamaños. Esto último puede descolocar mucho al espectador ya que la película sale de la narrativa tradicional. El director Denis Villeneuve (Prisoners, 2013) ya ha demostrado su talento pero aquí peca de pretencioso y descuida el dinamismo en pos de los subtextos. Jake Gyllenhaal labura muy bien sus dos personajes pero a la hora de brindar brotes psicóticos y violencia exagera a un punto poco creíble. Ahora bien, la edición es muy buena y gracias a que la cinta no llega a los 90 minutos se deja ver porque si se tratase de una película de más de una hora cuarenta seguramente casi todo el mundo abandonaría antes del final. El hombre duplicado es una película que no va a gustar a la mayoría y que disfrutarán aquellos que gusten mucho del análisis.
Así es como se hace un documental sobre una persona (y personaje) que logra entretener, intrigar y hasta emocionar. Maravilla, La película se estructura con una línea argumental de ficción pero tomando todos los hechos reales de la vida del boxeador para construir un relato con un principio, nudo, desarrollo y un final (abierto claro). Desde el primer momento se plantea un conflicto y lo muy bueno es que si el espectador no conoce las peripecias deportivas por las cuales pasó Martínez en los últimos años se enganchará muchísimo al igual que el periodista experto en box que conoce todo. Gran habilidad la del realizador Juan Pablo Cadaveira por mantener un ritmo rápido y vertiginoso al convertir las noticias (viejas) y declaraciones de amigos, colegas, familiares y oponentes en algo fresco que da la sensación que está sucediendo por primera vez. Si bien se repasan los orígenes humildes del boxeador y su escalera a la fama, fue muy piola no tomar eso como punto central y si hacerlo con la rivalidad y polémica con su par mejicano Julio César Chávez Jr para “recuperar el título que le fue robado”. Lo mejor de este documental es que si te engancha y te metes en la historia -y si encima no llegás a conocer el desenlace- podés llegar a sufrir de ansiedad en la butaca por el resultado de la pelea al mejor estilo Rocky. Gran documental. Muy recomendado.
Aire libre es una película que tiene un problema complicado: no se sabe bien de qué va, o sea, no es que no se entienda porque la historia es simple, lo que sucede es que recién en los últimos cinco minutos se desata un conflicto que logra despertar el interés del espectador. Antes de eso lo que podemos ver es la nada misma, o mejor dicho, los problemas de una pareja para nada interesante en términos cinematográficos. Ambos personajes con sus cuestiones odiosas y por lo tanto nada queribles. Pero así como esto es muy cuestionable, también hay que reconocer que es su punto fuerte porque pocas veces se puede ver una dupla tan real. Las actuaciones de Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid son enormes, pero ¿Cuándo no lo son? Estamos ante dos actores de raza que tranquilamente podrían interpretar a un árbol y lo harían genial, así que destacar sus labores es la obviedad y lamentablemente no salvan a la película de causar aburrimiento. La directora Anahí Berneri ha demostrado en el pasado que sabe como filmar con su film Por tu culpa (2010) y aquí repite una muy buena labor de puesta en escena y fotografía, pero también repite el relato pesado y poco dinámico. Un estilo que muy pocos realizadores pueden lograr y que únicamente Sofía Coppola domina (en el cine reciente). Aire libre invita a reflexionar sobre como una pareja puede deteriorarse y afectar a su hijo, lo malo es que hay que esperar hasta el final para esa reflexión, y la verdad es que cuesta llegar ahí.
Muerte en Buenos Aires es lo más parecido a Hollywood a lo que una película argentina ha llegado en cuestión de lanzamiento y promoción. Y salvando las distancias (y presupuesto) la puesta en escena y fotografía están a esa altura. La recreación de la década de los 80s es genial no solo en vestuario sino en que Buenos Aires misma se convierte en un personaje más cuando lugares muy conocidos y transitados por los porteños se inundan de autos y detalles de la época. La directora Natalia Meta tuvo bien en claro sus objetivos y los logró: mucho de todo y extravagancia. Porque eso es lo que se muestra sobre Buenos Aires, la vida nocturna gay y sus secretos así como también los hechos característicos de ese momento tales como los cortes de luz programados y la híper inflación. Meta también juntó a un cast de lujo encabezado por Damián Bichir, que lamentablemente no se luce y da la sensación de que es porque lo doblaron para hacer desaparecer su acento. El que si se luce es el Chino Darín en su primer protagónico cinematográfico en un papel bastante jugado y que podría haber flaqueado pero no lo hace. Carlos Casella está excelente, y uno se queda con ganas de más del sexy personaje de Mónica Antonópulos. Ahora bien, teniendo en cuenta todo esto, no nos encontramos con la película argentina del año porque el guión es demasiado flojo, a tal punto que por momentos opaca lo destacado anteriormente. El mayor problema es que a los cinco minutos te das cuenta de quién es el asesino y que en lugar de hacer énfasis en las cuestiones de género policial la historia vira para la sexualidad de los personajes, lo que produce que el espectador se pregunte ¿Cuándo se encamarán? En lugar de ¿Quién lo mato?. Hay escenas que son un sinsentido total y con diálogos muy pobres, tanto que secuencias que tendrían que ser serias y tensionantes dan gracia. Muerte en Buenos Aires no cae en el absurdo gracias a su calidad actoral y gran producción y despliegue que, sin embargo, no logra ocultar las falencias de la historia que dejará boyando al espectador.
Hay algunas películas (sobre todo comedias) que sirven para lo que coloquialmente se conoce como “apagar el cerebro”. Lo que se traduce en que en el transcurso de la proyección no se obliga al espectador a pensar en nada, ni en la historia misma, solo a reír cuando es necesario o que la pupila se dilate cuando se genere el impulso visual correspondiente. Y una vez que la función concluye, poco y nada se recordará sobre lo visto. Tal es el caso de Mujeres al ataque, un film sobre el cual muchos podrán catalogar como malo si lo miden con la misma vara con la que evalúan una comedia de Woody Allen, y ahí es donde está el error porque en este estreno nos encontramos con una comedia tonta que no pretende ser más que eso y que se deja disfrutar dentro de las reglas y confines del género. No hay que buscar verosimilitud en que una mujer se pueda hacer amiga de las amantes de su esposo porque claramente no se la va a encontrar. Hay que aceptar la historia y darle para adelante. ¿Te reís con esta película? Si. ¿La pasás bien? Totalmente. Y con eso tiene que bastar más allá de analizar la filmografía de Cameron Díaz para descubrir que ha hecho cosas mejores. Y hablando de la protagonista, en esta oportunidad se encuentra dentro de un trío protagónico que se complementa de maravilla y donde Leslie Mann es la que se destaca pese a un par de secuencias muy sobreactuadas. Lo que ocurre con esta mujer es que película a película se la disfruta cada vez más. Y si hablamos de disfrutar -para aquellos/as que se deleiten con las curvas femeninas- la inclusión de la bomba Kate Upton es un gran acierto. Más aún porque ponen todo su déficit actoral en beneficio de su personaje. El realizador Nick Cassavetes fue muy piola al dirigir a este terceto aprovechando las ventajas y desventajas de cada una. No así con Nicolaj Coster-Waldau, a quien muchos reconocerán de la exitosísima serie Game of Thrones, cuyo rol en esta oportunidad no le sienta para nada y se evidencia demasiado en el climax. De la edición, fotografía y música (salvo por un par de hits bien puestos) no se puede remarcar nada. Todos los aspectos están cuidados de la manera en la cual tienen que estar en estas películas industriales. En definitiva, Mujeres al ataque es una película que se deja disfrutar y que es ideal para relajarse un rato en el cine. Un gran plan para un grupo de amigas.
Algo que seguro sucederá con Casi un gigoló es que el publicó creerá que se trata de una película de Woody Allen, y esto no es algo que extrañe, no solo porque el aclamado guionista y director es el protagonista y ocupa lugar central en el poster junto a su nombre, sino también por el estilo y estructura del film. Da la sensación de que el talentosísimo John Turturro, quien dirige, escribe y también protagoniza, le rinde homenaje en vida diálogo tras diálogo y fotograma tras fotograma. El genial personaje de Allen es el que mejor le sale y el que ha convertido en una marca registrada a través del tiempo: el judío quejoso, neurótico y demasiado analista. Por lo tanto no está permitido decir “Woody Allen siempre actúa de lo mismo” a modo de queja porque es algo para celebrar. En cuento a Turturro, hay que analizarlo primero como actor y luego como director/guionista. En lo primero nos encontramos con una magnífica interpretación de un hombre que casi sin estar muy de acuerdo se prostituye, lo que trae momentos muy graciosos y otros dramáticos, sobre todo cuando comparte escenas con una irreconocible Vanessa Paradis con quien vive una prohibida historia de amor. Como director cuesta encontrar una mirada propia y separarla de la de Allen, porque si bien se ha probado en el pasado en films tales como Romance & cigarettes (2005) aquí copia (u homenajea) paso a paso a su compañero de cartel. Otro gran acierto es el cast femenino. Hacía mucho tiempo que no se podía ver a una Sharon Stone que valga la pena tal como ocurre aquí tanto es sensualidad como en diálogos. Y además de la ya citada Paradis, la etnia femenina se completa de manera soberbia con la latina Sofía Vergara, quien no solo exhibe sus obvios atributos sino que también tiene un gran talento para el humor. La historia es una joya de principio a fin y los diálogos y monólogos se superan escena a escena, desde las más solemnes hasta las más disparatadas. Casi un gigoló es una comedia inteligente y rápida hecha a medida para un público exigente que saldrá de la sala de cine más que satisfecho.
El secreto de Lucía es una de esas propuestas un tanto raras porque no logra definir bien su género. Por momentos parece que estamos viendo un drama, por otros una comedia negra e incluso tiene escenas y conceptos que rozan con lo bizarro. La idea de hacer pasar a un enano (u hombre pequeño) por un muñeco de ventrílocuo claramente no es seria y ese no es el problema, el problema es la solemnidad con la que el film aborda ese elemento de un guión muy trastabillado por los conflictos muy desmedidos de sus personajes. Pese a esto, el elenco está impecable, sobretodo el trío protagónico compuesto por Carlos Belloso (sólido como siempre), Tomás Pozzi (una grata sorpresa), y una Emilia Attías que se adueña del protagónico y brilla. Luego de analizar su papel, que puede gustar más o menos, se llega fácil a la conclusión de que en cine esta actriz funciona muy bien y que la cámara verdaderamente la ama. Ahora bien, no por ello se tiene que caer en esa vieja usanza (más que nada hollywoodense) de mostrar los pechos desnudos de la actriz principal solamente porque es muy linda y sin justificación alguna. Algo que sucede cuando uno ve la escena en la que Attías aparece con su torso descubierto… El director Becky Garello logra dar con una armonía en el cast pero no con el ritmo de su ópera prima, que encima no llega a definir ni identidad ni género, y eso es algo que le pesa a este estreno.