De la mano de Warner y probablemente sin proponérselo, nace un nuevo estilo de narración. Para recuperar el tiempo perdido y el retraso en comparación a su competidora Marvel, los personajes de DC de golpe parecen salir de las macetas. Cada película introduce una enorme cantidad de nombres propios que tranquilamente podrían tener su presentación en unitario previa a la grupal. La consecuencia inmediata de este modo de narrar es que se distribuya de manera inequitativa el tiempo de cada héroe/villano en pantalla. Así Zack Snyder estrenó este año su Batman V. Superman que nunca supimos si era una película del caballero oscuro, del hombre de acero o de la liga de la justicia. Y lo mismo pasó con los villanos. Tampoco alcanzó con uno solo, por eso Doomsday hizo lo que hizo con el bueno de Superman que tan saludable parecía al principio del film. En el caso de Escuadrón Suicida si bien la narrativa tiene más formato de película (y afortunadamente no se hace tan interminable como su predecesora), la herencia videoclipera y publicitaria de los realizadores dice presente en todo momento. Y se explica muy sencillamente cuando nos enteramos que el corte final fue editado por Trailer Park, una empresa especializada hasta hace poco con exclusividad a editar teasers y trailers. Es fácil comprender por qué Escuadrón Suicida se siente como un avance de dos horas sobre las próximas entregas del universo cinematográfico de DC. No hay tiempo que perder. Solo necesitamos saber lo básico de cada personaje contado a través de flashbacks (recurso que abunda y demuestra las limitaciones narrativas de los guionistas) e interrumpido por secuencias de acción confusas que sirven para introducir cortos intervalos de un Guasón absolutamente desdibujado cada 30 minutos. En favor de Jared Leto, no hace falta leer sus declaraciones y quejas para advertir que efectivamente mucho metraje del villano fue dejado afuera. La decisión de no escribir sobre la trama no es involuntaria. No se van a encontrar mayores críticas en blogs y diarios sobre aquello de lo que realmente se trata Escuadrón Suicida. Y es que hablar de quien es el villano o de a qué se enfrentan los antihéroes seria develar lo poquísimo que tiene para ofrecer el film.
Así como no se debe juzgar un libro por su tapa, tampoco es justo juzgar una película por su trailer. En tiempo donde los avances pueden arruinar buena parte del film, otras veces también pueden servir como desanimo para verla completa. Superada la barrera de un cebo que parece desalentar la apreciación de la película, El niño y la bestia demuestra que todas las buenas críticas que ha recibido casi unánimemente a lo largo del mundo, son más que justificadas. El director de Summer Wars y Los niños Lobo se muestra como posible heredero del genio del anime Hayao Miyazaki, luciendo una historia en donde no faltan personajes entrañables y por momentos adquiere proporciones épicas al mejor estilo Princesa Mononoke. Así como el protagonista deambula entre dos mundos (el de los humanos y el de las bestias), el director Mamoru Hosoda decide trazar su camino entre la animación digital y la tradicional. El resultado es audaz y hasta parece posicionarse un paso por delante de las animaciones que acostumbramos a consumir en occidente. El enfoque intimista del director sobre sus personajes eleva la historia a un plano extraordinario y emocionalmente cargado de empatía hacia ellos. La fantasía se apodera del film y resulta imposible no dejarse llevar. El viaje del protagonista atraviesa momentos donde indaga sobre la pertenencia, la sensibilidad de un niño y la nobleza por sobre todas las cosas. Todo acompañado de escenas de acción perfectamente orquestadas que evitan cualquier tipo de ostracismo a lo largo de las casi dos horas de metraje. Por suerte el cine de animación japonés es mucho más que Estudio Ghibli, y si bien la mayoría de las películas de anime actuales quedaron y seguirán quedando marcadas por el sello de su factoría, una nueva generación de realizadores parece haber asumido la responsabilidad de seguir recorriendo ese camino que tantas alegrías proveyó a los amantes del buen cine y las buenas historias.
En su por demás extensa y prolífica carrera, Steven Spielberg ha sabido saborear en muchos más casos las mieles del éxito que la amargura del fracaso. Siempre coqueteando con la ciencia ficción, el drama y el cine de aventuras de manera pareja, en esta oportunidad se centra en una historia dedicada a los más pequeños, con una tarea semejante a lo realizado en la reciente Tintín. Desde las primera imágenes podemos notar la mano del realizador con encuadres, planos y una puesta en escena cuidada obsesivamente hasta el más mínimo detalle. El diseño de producción de Mi buen amigo gigante sorprendería al mismo Roald Dahl. Sin embargo, el ritmo que lleva el relato podría distraerlo un poco, y más aun si estuviera acompañado por niños. Este Londres de ensueño sumergido en el espíritu fantástico del genial autor de obras como Charlie y fábrica de Chocolate y Matilda, alza demasiado las expectativas para una historia que no se sabe sostener. El subtexto de la inusual amistad entre un gigante y una niña resulta apenas un intento de arañar la superficie de lo logrado en E.T. Los ingredientes son los correctos pero la fusión final es lo que no termina de convencer. Mi buen amigo gigante resulta tan solo un film pasajero dentro de la filmografía de uno de los realizadores más influyentes y relevantes de la historia del cine. La propuesta es un viaje de imaginación y aventuras, limpio y espectacular en su sencillez narrativa. Un simple pero atractivo cuento infantil narrado por Spielberg.
Shane Black, fanático de las buddy movies, nos retrotrae al setentoso Los Angeles de fin de década para presentar esta secuela espiritual de Entre besos y tiros (2005). Sin Robert Dawney Jr. ni Val Kilmer, aquí los colegas de métodos opuestos predestinados a trabajar juntos se encomiendan investigar el asesinato de una estrella porno. Qué lo logren o no, con el desarrollo de la película realmente pasará a segundo plano, siendo los diálogos y las situaciones que atraviesan en esta suerte de neo-noir lo más divertido de la cuestión. El guión elaborado por el propio director evidencia el talento de un realizador meticuloso e ingenioso en todo lo que hace hasta el detalle más mínimo de ambientación. El responsable de los guiones de Arma Mortal, Iron Man 3 y El último Boy Scout, entre otras, muestra que lo que él hace es cine de personajes. Y para eso necesita actores que respondan a las necesidades de su guión, algo que el carismático duo protagonista de Ryan Gosling y Russell Crowe ejecuta a la perfección. Su historia por momentos divaga y hasta puede volverse confusa, pero su mayor fortaleza radica en el atrevimiento de involucrar temas que no son comunes a Hollywood disfrazados como comedia detectivesca. Por momentos es políticamente incorrecta y aunque no logre profundizar sobre un villano de turno (que naturalmente no revelaremos), es curioso como la intriga con simpatía e inocencia arriesga a implicar intrincados casos de corrupción con grandes corporaciones. Algo que generaría sentimientos encontrados en el mismísimo Donald Trump a la hora de escoger bando.
Pixar planta bandera a la hora de anunciar sus próximas películas. Con un positivo historial que reivindicó a la compañía luego de algunos tumultos tras haber sido absorbida por Disney, Monsters University demostró que los ya conocidos personajes todavía pueden ofrecer algo de su carisma. Buscando a Dory planea ser otra más de las exitosas secuelas de Pixar (por lo menos en taquilla) mientras esperamos por Los Increibles 2 y Cars 3, entre otras. Al igual que en Cars 2, los guionistas y productores, posiblemente pensando en lo que rindió el merchandising de los juguetes y suvenires de las primeras partes, dedican sus secuelas a un personaje que originalmente era secundario y lo transforman en protagonista. La pregunta para muchos era si realmente Dory funcionaría como personaje principal o si su lugar era ser la ladera de Marlin (papá de Nemo). La pérdida de memoria de Dory no afecta a los espectadores quienes recordarán que su predecesora ofrecía una historia muy parecida y de proporciones más épicas que esta secuela/spin-off que no logra estar a la altura de las expectativas. Así Buscando a Dory sufre el inevitable inconveniente de tener que luchar contra la idealización de una exitosa primera parte y una falta de frescura de un argumento que ya se ha visto con la única variable nueva de algunos personajes que debutan acompañándola en su nueva aventura. Aun así el sello de lo mejor de Pixar, con todas sus virtudes, se hace presente en buena parte de la película. Una vez que sienta las bases del nuevo argumento cerciorándose que nadie que no haya visto Buscando a Nemo se quede atrás, Dory logra trazar su propio camino con algunas escenas entretenidas que también se guardan el efecto Disney de dramatismo que no logra evitar el golpe bajo y la oportunidad de angustiar a algún que otro niño o adulto desprevenido.
Luego de unos años noventa olvidables, la casa de las ideas se vio obligada a reflotar las ventas de los comics de sus héroes más populares. Fue así como contrataron a Grant Morrison y Brian Michael Bendis entre otros para devolverle su lugar de privilegio a los personajes de Marvel. Pero fue el escocés Mark Millar quien en el año 2006 dejaría su huella para siempre en la historia de las historietas. Civil War encontró sus raíces estableciendo un paralelismo con las leyes antiterroristas que dejó como consecuencia el atentado contra las torres gemelas. Cuando los medios del mundo imponían el sentimiento de antiterrorismo sin intentar comprender su origen, Mark Millar planteó un escenario que dividió al universo Marvel entre aquellos que apoyaban el Acta de registro de superhéroes contra quienes quisieron preservar su identidad secreta. La tercera adaptación cinematográfica del Capitán América a riesgo de convertirse en un embotellamiento de personajes de peso, sale airosa con una historia que si bien dista mucho de lo escrito por Millar, logra un equilibrio difícil de alcanzar entre tanto superhéroe suelto. Sino pregúntenle a Zack Snyder. Acá el conflicto es distinto. Luego de un supuesto acto de negligencia, los Avengers se ven divididos entre aquellos que actúan bajo el brazo de la ley y quienes se oponen a ser supervisados por políticos y diplomáticos. El resultado es una vez más, Iron Man y aliados vs Capitan America y aliados. Y si alguno piensa ver al Iron Man cuasi nazi de los comics puede estar seguro que Disney jamás permitiría manchar la imagen de uno de los personajes que terminó de establecer el cine de superhéroes que tantas ganancias le deja a la industria en la actualidad. Para enfatizar el enfrentamiento entre los héroes, la intromisión de un villano resulta imprescindible. De la mano de Daniel Brühl, los guionistas encuentran la excusa perfecta para que todavía existan fanáticos del hombre de hierro. Y aunque quizás su motivación como antagonista no sea la más creíble, al menos logra desatar el conflicto que nos mantendrá entretenidos durante más de dos horas. Los hermanos Russo demuestran una vez más que no hay personajes malos, sino guionistas ineficaces. Con el inmediato antecedente de Batman Vs Superman, Civil War tenía todas las de ganar. Y no se trata de evaluar quien tiene mejores comics o historias, sino más bien de quien fue capaz de entregar una mejor película contemplando la migración de formato. Mientras que DC apuntó todos los cañones a la solemnidad de superhéroes que se toman demasiado en serio, Marvel consciente del material que tiene entre manos, se toma tan en serio como sus personajes lo permiten, dosificando las cuotas de humor con el dramatismo necesario sin olvidar nunca que los tipos que vuelan, tienen super fuerza, son dioses en la tierra y usan calzas apretadas poco tienen de realidad.
Hollywood tiene una suerte de sub-género autorreferencial en el cual disfruta de contar historias que pasan o pasaron tras bambalinas de sus propios estudios. Joel y Ethan Coen sin demasiado esfuerzo y con sus colaboradores habituales delante y detrás de cámara, despliegan su destreza para llevar la romantizada historia de un típico productor de la industria de cine más prolífica de los años 50. Los seguidores del exquisito y complejo cine de los hermanos Coen encontrarán semblanzas en Barton Fink, pero solo desde la temática. Salve, Cesar! tiene un tono completamente distinto y resulta ser una cinta mucho más directa y sencilla que aquella liada historia de cine dentro del cine. Repleta de homenajes y sátiras a películas clásicas de la época dorada de los estudios (justo al comienzo de su competencia con la televisión y en pleno conflicto Macartista), los hermanos Coen se las arreglan para mezclar su propia película con las otras producciones que se realizan en los estudios en donde sucede la acción principal, dando como resultado varias historias dentro de una sola. Los westerns, musicales, dramas de sociedad y por supuesto la gran epopeya a lo Ben-Hur a la cual remite el título, interrumpen la narración demostrando lo todo terreno que son los realizadores. Y además es la excusa perfecta para que cameos de la talla de Scarlett Johansson, Ralph Fiennes, Tilda Swinton, Frances McDormand, Jonah Hill y Channing Tatum (entre otros) se paseen por los estudios de Capitol Pictures. Lejos de alcanzar los picos más altos de la extensa filmografía de acaso los realizadores más interesantes de los últimos 30 años, Salve, Cesar! resulta una película muy fácil de disfrutar por su amplio despliegue acompañado por el circulo de virtuosos que siempre acompañan a Joel y Ethan Coen.
A cada estreno de una película de Zack Snyder nos invade la más profunda incertidumbre sobre si veremos algo más cercano a las aclamadas El amanecer de los muertos y Watchmen o si el director caerá en la mediocridad de Suckerpunch y Ga`Hoole. La recibida del público, en este caso no es más que anecdótico. Los números de la taquilla son bastante predecibles desde antes del estreno hasta luego de 2 semanas en cartelera. Un estudio como Warner con una marca establecida como el universo de DC se valdrá por sí solo para colocarla en el podio de las más recaudadoras del año. Y por otro lado la subjetividad de la crítica difícilmente aleje al público de las salas. El juicio final quedará como siempre en el espectador. Ahora sí, vayamos a la película. Las complejas composiciones de planos que emulan al comic y las abundantes referencias y vinculaciones estéticas a varias historias del acaso máximo exponente del comic internacional no logran tapar el hecho de que el director haya dejado de lado lo esencial para ofrecer una buena película: un guión efectivo. Nadie se levantará de la sala ni tampoco se enfadará por haber perdido su tiempo, pero sí es muy probable que una sensación de defraude lo invada al retirarse de la sala. Toda acción dramática se encuentra revestida por lo que parecen ser fuegos de artificio cuya única intensión es distraer al espectador de que detrás de las cuidadas particulitas de polvo y lluvia que salpican al personaje y la abundancia de cámaras lentas y rápidas, no hay nada para rascar debajo de la superficie. La historia se resume a lo que el título describe. Batman está enojado con Superman. Lo interesante de Batman que tanto se ha sabido explotar en el mundo del comic, son los tormentos que sufre por consecuencia de sus padecimientos personales. A lo largo de sus más de 70 largos años de existencia el personaje creado por Bob Kane y Bill Finger sufrió la muerte de familiares, amigos y amantes que lo convirtieron en el frio y calculador vigilante que es (inclusive en la peor de sus adaptaciones cinematográficas, escojamos la que escojamos). En la película de Snyder la motivación para pelearse con Superman es casi un capricho. Y no es ningún spoiler mencionar que eventualmente dejarán de lado sus diferencias para estar del mismo bando. Basta con ver el trailer o estar al tanto del proyecto de adaptación de La liga de la Justicia. Pero el móvil por el cual se llega a eso es algo que jamás hubiera surgido ni siquiera de un guión de la serie con Adam West. El fracaso de la producción poco tiene que ver con la interpretación de sus actores que tanto han sido cuestionados (sobre todo Ben Affleck). Tanto Cavill como Affleck parecen estar conscientes a lo largo de todo el film de que el potencial de la historia no fue exprimido al máximo. Una sensación similar atravesará el espectador que no necesariamente debe caer en el fanatismo obtuso ni la rechazo total. Existe un punto medio entre ambos que somos aquellos que lejos de celebrar el triunfo o la derrota de la película nos quedaremos con la incertidumbre de saber cuanto más se podría haber desarrollado la historia. Lo que es seguro es que Batman Vs. Superman es el triunfo del cine como comercio de masas. No importa que a Warner no le alcance el tiempo para contar la cantidad de dólares que recibirá por la taquilla, tanto los actores, como el director y posiblemente los mismos guionistas sabrán que algo falta. La principal víctima es, una vez más, el cine.
Juventud evoca sensaciones parecidas a las de hojear una revista de yates o autos lujosos. Al mejor estilo Sofía Coppola, Paolo Sorrentino introduce lo que parece ser una típica problemática de clase alta. O por lo menos alguno de los conflictos que puede perturbar a un sujeto que toda su vida tuvo todo al alcance de su billetera, pero necesita llegar a la vejez para darse cuenta que el dinero no es todo y que quizás hasta la familia es más importante que el estatus, su profesión o su riqueza. Si se tratara de otra película moralista de Disney apuntada a un público joven, quizás tendría una mayor justificación, pero no es el caso. Es una de esas película para que los padres y suegros digan a los más jóvenes "cuando tengas mi edad la vas a entender". Durante los largos 124 minutos de metraje, Michael Caine y Harvey Keitel se pasean por un spa alpino de alta gama que hace de purgatorio para ricos. En medio de tanta reflexión pomposa y obvia, se puede apreciar el innegable ojo del realizador y sus colaboradores para captar con sus cámaras las imágenes más hermosas posibles. Superando quizás la fotografía y ambientación de La gran belleza. ¿Pero con qué fin? Una vez que la película llegue a su fin, tal como al dejar una de esas revistas de lujos innecesarios, la vida real continua. Salvo que uno pertenezca a ese 1% de la población cuya vida resulta semejante a la de alguno de los protagonistas. Y aun así, probablemente la encuentren sobreestilizada y banal. Es cierto que no hace falta empatizar con los personajes para apreciar una buena historia. Tarantino da cátedra de ello con sus horribles personajes que a pesar de su maldad y antipatía nos resultan de lo más atractivos. Sobran ejemplos de villanos y antihéroes que por sí solos pagan la entrada a un cine. Pero la notoria mano de Sorrentino se evidencia en cada plano de la película que destruye toda noción de realidad dando lugar al artificio excéntrico de sus personajes intelectualoides. Sin embargo uno puede encontrar mayor sabiduría en canciones de rock como "Old Man" de Neil Young, o inclusive en la rebelde "My Generation" de The Who que en Juventud, que como ensayo sobre la vejez no pasa de la lectura más superficial. Detrás de semejante retrato sobre la banalidad, cuando se resquebraja la superficie cubierta de imágenes y sonidos deslumbrantes a los ojos y satisfactorios al oído, solo queda un inmenso vacío del que solo se salvan algunas buenas actuaciones y por supuesto un buen grupo de técnicos realizando excepcionalmente su trabajo (iluminadores, sonidistas y músicos entre otros).
Durante la década del 50 muchos europeos e Irlandeses escapaban de los estragos causados por la segunda guerra mundial y la complicada situación que atravesaba el viejo continente, para cruzar el charco y volver a empezar en América. Nueva York se veía inundada de inmigrantes que abandonaban su hogar sin la certeza de si verdaderamente conseguirían una mejor vida. Brooklyn está contada en este marco. Pero la historia de Eilis (interpretada por la nominada al Oscar Saoirse Ronan) no se centra en detallar la vida de los inmigrante en Estados Unidos, basta con la ambientación y un cuidado diseño de producción para situarnos en la época y el contexto social e histórico de la película. La historia, contada de un modo muy tradicional al mejor estilo del Hollywood de los 50, se centra en las nobles intenciones de la familia de la protagonista para que Eilis consiga un mejor pasar, y todas las potenciales complicaciones que migrar a otro continente suponen. El sencillo, honesto e inocente relato del director John Crowley cuenta la historia de una joven que se convierte en mujer a partir de su independencia emocional, moral y física. La emocionalidad de la historia crece junto al desarrollo de su personaje principal de manera equilibrada sin ningún giro inesperado que convierte a Brooklyn por lejos en la producción más conservadora de las ocho nominadas al Oscar. Algo así como un guiño al viejo Hollywood. Brooklyn es un viaje tan placentero como convencional confeccionado por cuidadas imágenes de la pintoresca Nueva York de los cincuenta que no ofrece mucho más que eso. Crowley no decepciona ni sorprende con su película. Lo que su trailer adelanta en breves dos minutos, el director extiende a casi 2 horas una historia que es simple hasta la medula.