Zootopia tiene la particularidad de haber sido concebida como una buddy movie con un guión digno de un film-noir. Si bien el gen Disney se puede distinguir en la historia a través de la moralidad educativa y la clase de principios y valores que desprenden los diálogos de sus personajes, lo interesante es que el elemento de policial/thriller supera a la necesidad de redondear todo con una moraleja. El mensaje positivo es poco sutil, como siempre, pero el gran mérito de los guionistas es redondear un relato que sabe unir a la perfección la comedia con su naturaleza detectivesca repleta de giros inesperados que nos mantienen en vilo hasta el último minuto de metraje. Los estudios del ratón más famoso de la industria cinematográfica parecen querer acortar distancias con el departamento de al lado de Pixar a paso ligero. No solo la historia es distinta (aunque sí, otra vez son animalitos simpáticos que hablan), sino que también la animación tiene una calidad técnica hipnotizadora con sus fluidos personajes y sus coloridos escenarios. Uno de los puntos más fuertes de la película recae en los personajes secundarios cuya gracia excede por momentos a los mismos protagonistas. El oso perezoso que se puede apreciar en el trailer tiene sin dudas la escena más celebrada de la película. Y también hay espacio para pequeños homenajes a otras cintas que mejor descubrir por cuenta propia. Ni siquiera la forzada participación de una estrella del pop latino cantando en inglés como Shakira (al parecer funcionaría bien para atraer al público de habla hispana) es capaz de restarle mérito al producto final. Zootopia difícilmente se convierta en un fenómeno como otras películas animadas que sí lo lograron con notable menor merecimiento (¿alguien dijo Minions?), pero es sin dudas una pequeña joya del cine de animación.
Por más que Ben Affleck, Henry Cavill, Margot Robbie y Jared Leto se paseen por las calles de Los Angeles con sus remeras que leen "Fuck Marvel", el esfuerzo que debe hacer DC para estar a la altura de su competencia es mucho mayor. Exceptuando algunos fanáticos y puristas de los comics, cada estreno cinematográfico de Marvel Studios es recibido por la crítica y en la taquilla con los mejores ánimos. Fue así como lograron imponer en el mercado a héroes que muchos ni conocían (véase el caso de Iron Man en su momento o Ant-Man más recientemente). DC, por su parte, se jacta de ser más fiel a sus orígenes realizando películas de superhéroes en vez de filmar comedias con sus personajes heroicos. Debatible, sin dudas. Pero si ese fuera el caso, Deadpool bien podría ser la película más perfecta de Marvel, capaz de combinar justificadamente el humor característico de sus producciones con un antihéroe bufonesco que no puede mantener la boca cerrada. Ryan Reynolds recibe una segunda oportunidad para redimirse encarando al mismo personaje que supo interpretar (con un rechazo bastante unánime) en X-Men Origins: Wolverine. Contemplando que también sufrió un duro revés cuando se puso en la piel de Linterna Verde, la película unitaria de Deadpool parece más que una revancha. Y los guionistas de ésta cinta saben sacarle el mayor provecho a la situación aludiendo con humor a los dos fracasos de Reynolds en el mundo cinematográfico de los superhéroes. Es precisamente la capacidad de Deadpool de romper la cuarta pared e interrumpir su relato (anti)heroico la que permite que la película derrape con un humor sin precedentes dentro del mismo universo Marvel. Tanto es así que en Estados Unidos y Argentina fue prohibida para menores de 18 años, mientras que en otros países como México la censura se encargó de cortar las partes más picantes para que encajara dentro de la categoría +15. La estructura narrativa de la película alterna entre flashbacks que muestran la misma génesis del antihéroe y la rivalidad con quien lo convirtió en lo que es. El ritmo vertiginoso y la sucesión constante de humoradas permite que Ryan Reynolds se luzca como en ningún otro protagónico que haya interpretado y que el público disfrute como nunca una película que se permite ser fiel a sus orígenes contentando a los idóneos del cómic y a aquellos que puedan ignorar quien es este personaje que viste calzas apretadas rojas. La fórmula de Marvel, una vez más, es un éxito rotundo que confirma su liderazgo en el mercado elevando la vara para que el desempeño de Suicide Squad y Batman vs. Superman deba ser mucho mejor que el de El Hombre de Acero (2013) para superar a su competencia.
Hollywood tiene esa manía por la nostalgia que se explica sencillamente no por su sentimentalismo con los personajes antológicos del cine, sino por su rendimiento en la taquilla. En el 2015 vimos el renacer de Terminator, Jurassic Park y La guerra de las galaxias entre otras grandes franquicias y no es casualidad que todas fueran éxitos contundentes en cuanto a ventas de entradas. Ir a lo seguro exprimiendo una historia ya contada es de alguna manera denotar la falta de creatividad de los guionistas que vuelven a los lugares comunes remixando viejas historias. Creed nos recuerda a la época en que los monstruos sagrados del terror (Frankenstain, Dracula, El hombre lobo, etc) vivían sus secuelas con premisas como "El hijo de...", "La mujer de..." y otros parentescos. En esta oportunidad el título de la nueva entrega no alude a Rocky, quien tiene un papel secundario (por eso la nominación de Stallone al Oscar por mejor actor de reparto) sino a su amigo Apollo Creed. La película corre una suerte similar a la de su protagonista (el hijo de Apollo Creed) quien plantea hacerse un nombre propio en el mundo del boxeo sin vivir de la imagen de su padre. Si se logra superar el prejuicio sobre que se trata de otra secuela/remake no es difícil disfrutar de la historia. No es exclusivamente de la típica secuela de Rocky en donde un contrincante superdotado de fuerza y desagradable maldad amenaza con dejar al héroe en la lona (aunque algo de eso hay). Sí están los característicos tire y afloje del novato que quiere ser entrenado por el ex campeón pese a que éste al principio se opone (como en Rocky V), así como también está presente el amable romance con la Adriana de turno y otros guiños a la extensa saga. Pero a pesar de todo esto, Creed tiene algunas líneas argumentales propias que es mejor no adelantar y vale la pena disfrutar en carne propia. Rocky Balboa (2006) había conseguido un cierre digno para lo que parecía ser la última entrega de la historia del semental italiano, pero Ryan Coogler, director de Creed, se encarga de tomar el riesgo de reflotarlo para demostrar que el personaje aun puede dar más. El mérito del director es grande no solo por un guión que está a la altura, sino también por la desenvoltura con la que consigue mostrar los enfrentamientos en el ring. Después de todo, se trata de una película deportiva. Creed es una película que en una época donde debe compartir cartelera con tantas nominadas a los Oscars, con su sencillez y humildad consigue alzarse con el premio del público que seguro regalará un aplauso una vez que se enciendan las luces en la sala.
Cuando se abandona el cine tras haber visto El Renacido uno tiene la sensación de haber vivido algo grande. Una de esas películas que encontrará su lugarcito en los anales de la historia del cine. a historia versa sobre temáticas ancestrales: la venganza y la supervivicencia, y cómo una sirve para nutrir a la otra. Seguimos los pasos de Leonardo DiCaprio como el explorador Hugh Glass (cuya histórica completa real es aun más impactante que la porción en la cual se centra la película) que no es exactamente un héroe. De la misma manera que su contraparte, Tom Hardy, tampoco es un villano tradicional. La dicotomía está planteada y es muy fácil tomar partida por uno de los dos ya que cada uno de ellos se comporta acorde a la simpleza de lo que se reconoce como buenos y malos. Aun así lo interesante es que en el fondo los personajes no tienen motivaciones viles sino que cada uno vela por su propia supervivencia y venganza. Concepto que en el marco histórico en que se centra la historia tenía una connotación noble que hoy no existe. Lo que aquí sucede es una cruda (aunque dramatizada y algo exagerada) realidad. No la idealización de cómo debería ser la existencia de un personaje o héroe. Adornada por la fotografía de Lubezki, cada plano destila una belleza extraña y violenta que hace ecos de Terrance Mallick, quien ya no parece ser el único que, como indicó la crítica en más de una oportunidad, filma "poesía audiovisual". Las escenas a veces desprovistas de diálogos se valen de un sobrecogedor preciosismo que parece tallado por la mano del artesano más fino. Acompañadas por la impactante actuación de DiCaprio que pide a gritos que le reconozcan su Oscar que por lo visto este año nadie podrá quitarle. Lejos de la pomposidad y del dilema moral de una ex estrella de cine entrada en edad, Iñarritu abstrae a lo más básico su historia para valerse de los mejores recursos audiovisuales puestos en función de una historia simple que sugiere poco y muestra mucho. Si bien algunas temáticas comunes a sus guiones se encuentran presentes (la relación con el padre), el relato se desarrolla de una manera más pura y frontal. La primacía de la imagen sobre el relato por momentos vuelve a las emociones impermeables o algo frías. Sin embargo la intensidad es tal que pone a prueba los sentidos. Se puede oler el bosque, senir el viento y sufrir el frío de los parajes que atraviesa Glass y compañía como si estuviéramos allí con ellos. Revenant es toda una experiencia cinematográfica.
El octavo lagometraje de Quentin Tarantino se cocina a fuego lento para entrar en ebullición en el trayecto final y salpicar sangre en la cara del espectador. Al mejor estilo Hitchcock, el suspenso se acrecienta lentamente hasta que comienza el frenesí de violencia. Todo acompañado por una impecable banda sonora orquestada por el maestro Ennio Morricone. Su sello personal se evidencia en cada metro de fílmico (de gloriosos 70mm, como el trailer prometía). El guión, los diálogos, las interpretaciones, la violencia, la tensión y el grotesco se encuentran potenciados al máximo. Parafraseando a su Mia Wallace de Pulp Fiction, seguir por el camino de la descripción de su cine, para cualquier conocedor de su filmografía sería "un ejercicio de futilidad". Cuando vemos una película de Scorsese podemos apreciar las referencias u homenajes a los directores que lo inspiraron. John Huston, George Melies, Elia Kazan, etc. En Brian De Palma abundan fundamentalmente los guiños al cine de Hitchcock. Los guiones de Tarantino son un reflejo del cine que más le gusta consumir. Lo lineal sería referenciar a varios spaghetti western con los que sabemos que se nutrió de joven trabajando en un videoclub, pero eso no es todo. Como verdadero amante del cine podemos reconocer que las situaciones y atmósferas que recrea, nos recuerdan también a otros films de diversos géneros como Cayo Largo, aquella película donde Humphrey Bogart se encuentra atrapado en un hotel con uno de los mafiosos más peligrosos de la época (Edward G. Robinson) en el marco de una feroz tormenta que los obliga a adoptar una puesta más teatral que cinematográfica. En los ocho más odiados la tormenta es una nevada que les impedirá a los personajes salir de la cabaña que será testigo del desenmascaramiento de la verdadera naturaleza de cada uno de ellos. La historia tiene ese típico sabor a añejo de los western de John Ford, John Huston y Howard Hawks en donde más que héroes y villanos tenemos un desfile de personajes ambiguos cuyas motivaciones se revelarán recién en el último tramo del metraje. Aunque hay algo concreto. Los ocho personajes que componen la historia pueden no caber dentro de la simple dicotomía de buenos y malos, pero son sin duda indeseables y profundamente miserables. Su moral está podrida, son diabólicamente ruines, sin posibilidad de redención y tan mezquinos y morbosos que cuesta trabajo tomar partida por uno de ellos. Porque en el fondo, simpatizamos con todos por igual, pese a que no nos importa si sufren la más violenta muerte. El director logra sacar lo peor del público quien no podrá contener el depravado regodeo cada vez que explote un cráneo o se desangre un personaje, acompañando esos momentos con la traicionera y cómplice sonrisa que logra que disfrutemos la euforia de la violencia desplegada en la pantalla.
La crisis financiera del 2008 es quizás uno de los cataclismos del siglo menos comprendidos por el imaginario social. Cargado con la buena cuota de ironía y sarcasmo que lo caracteriza, Adam McKay (responsable de La leyenda de Ron Burgundy y Policias de repuesto) toma el libro homónimo de Michael Lewis para explicar la complicada historia de cómo la economía norteamericana colapsó en el año 2008 (salpicando también a otros países) y solo unos pocos ingratos y desagradables financistas, banqueros y corredores de bolsa supieron sacar provecho de la situación. La ambición de contar esta historia repleta de tecnicismos y conceptos complicados sobre economía y real estate es muy grande. Pero gracias a un tono y ritmo perfecto, acompañado de uno de lo que seguro será de los mejores casts del año, La gran apuesta permite incluir hasta a los más ignotos en el tema. Cada compleja explicación viene acompañada de alguna sutil gracia, y hasta los asquerosos magnates financieros que se debaten sobre la ética moral y profesional de su negocio están dotados de una caracterización que permite al espectador despertar cierta simpatía, cuando el sentimiento lógico sería algo mucho más cercano al rechazo. El original guión de McKay se vale de todos los trucos posibles para mantener la atención del público aun en los pasajes más complicados de la película. En ocasiones cuando a pesar de dar en la tecla justa con su humor ácido y negro que intenta diluir el hecho de que se nos está contando algo prácticamente imposible de descifrar para la mayoría de los mortales, los actores rompen la llamada "cuarta pared" del cine para dirigirse de manera directa al espectador y explicar qué es aquello de lo que éstos bursátiles tiburones de Wall Street están hablando. La Gran apuesta es uno de esos dolores de cabeza cinematográficos que mejor son bienvenidos. Sin subestimar la capacidad de comprensión del espectador se vale de todos los recursos posibles para que la explicación sea concisa. A pesar de la agotadora catarata de información que se presenta, el ambicioso e inteligente formato sirve tanto al contenido como al corazón de la trama.
Cuando se acusa al cine nacional de no tener la diversidad de géneros que tienen otras industrias hay algo de verdad. Pero al calificar a la nueva película de Nicanor Loreti como una obra bisagra en la historia del cine nacional, quizás se exagere un poco también. Que no abunden las películas de ciencia ficción, terror u otros géneros cinematográficos es una de las grandes deudas de nuestra industria. Y Loreti, felizmente prueba que en Argentina se puede escribir, dirigir y estrenar comercialmente una película que escape a ese encasillamiento. Pero superada esa barrera, luego está la difícil tarea de convertir ese proyecto y esa rebeldía en un buen producto. Salvo Mengano y algún que otro vengador anónimo, los superhéroes no abundan en la fauna bonaerense. Con pocos antecedentes (quizás ninguno) el best seller de Leo Oyola llega a la pantalla grande para contar una historia singular. Hace 13 años Mark Millar escribió una ficción alternativa en la que proponía que la nave de Superman se estrellaba en la Unión Soviética en vez de Estados Unidos, y el resultado es mucho más que interesante. Sin ser menos, Kryptonita plantea qué hubiera pasado si la Liga de la Justicia fuera autóctona de algún cordón del conurbano en vez del país consumidor de pollo frito Nº1 en el mundo. La historia se desarrolla al mejor estilo Asalto al precinto 13, donde los protagonistas se encuentran en un hospital rodeado por la policía esperando que el líder de la banda, Nafta Super (Juan Palomino), se recupere de una extraña herida provocada por un cristal verde (¿les suena familiar?). La liga de la justicia bonaerense se completa con Federico (Pablo Rago), una Mujer Maravilla travesti llamada Lady Di (Lautaro Delgado en lo que quizás sea el punto más fuerte del reparto), Ráfaga (Diego Cremonesi), Cuñataí Güirá (Sofía Palomino), Faisán (Nicolás Vázquez) y una suerte de oráculo apodado Juan Raro (Carca). Y acorde a lo que el género acostumbra, acompañan algunos cameos entre los que destacan Diego Capusotto y Sebastian de Caro, para el deleite de la tribuna. Todos los elementos están dados para que Kryptonita funcione a la perfección. Incluso a nivel técnico Loreti consigue asemejarse a una estética al mejor estilo Sin City dotada de un cuidado diseño de producción y arte. Sin embargo, a pesar de sus escasos 80 minutos de metraje, la historia tiene pasajes un tanto tediosos con conversaciones prolongadas por demás que atentan contra el ritmo de la película. La irregular sucesión de escenas denota que algo falló en la adaptación que pasa de una conversación aparentemente irrelevante a una secuencia de acción casi sin contexto, simplemente porque el guión lo exigía. Algún desarrollo de personajes extra hubiera permitido terminar de contar historias secundarias que quedan desequilibradas, y a profundizar en otros personajes que nos hubiera gustado ver más tiempo en pantalla. Aun así Kryptonita no deja de ser una propuesta interesante al margen del color de la bandera del país del cual proviene la cinta. Quizás, con suerte, la película de Nicanor Loreti sea el puntapié inicial para que otros realizadores se animen a incursionar en un género que definitivamente se puede perfeccionar en nuestro país.
Años atrás a cada estreno de Pixar Studios adultos y niños se precipitaban a las boleterías para hacerse de una entrada a veces inclusive sin saber qué historia estaban por ver. Realmente no importaba, la impronta de los creadores de Toy Story se encontraba presente en todas sus producciones y uno daba por sentado que lo que proyectarían en la sala sería un producto de calidad y posiblemente un hito memorable en la historia de la animación (y el cine). Con el tiempo Pixar dejó de ser la única alternativa en cine de animación 3D ya que otros estudios intentaron imitar la fórmula de su éxito. Y pese a que en muchas oportunidades también lograron ser aclamadas por la crítica y la taquilla por igual, Pixar logró mantenerse siempre un peldaño por arriba. Y luego vino Disney... Sería injusto reclamar que con el traspaso de manos de la compañía los estándares de calidad bajaron, pero curiosamente las películas que se estrenaban bajo el sello de Pixar-Disney ya no parecían estar a la altura de las anteriores. Fue este mismo año 2015 cuando la compañía estrenó quizás una de las mejores películas de su filmografía, Intensamente, y volvió a recuperar su buen nombre y reposicionamiento. Con este antecedente, Un gran dinosaurio llega a las carteleras de todo el mundo como una incógnita a la que vale la pena atender. La historia del dinosaurio Arlo se cuenta sobre las bases de una road movie en la que los protagonistas atraviesan vastos espacios naturales topándose con distintos personajes que aparecen y desaparecen conforme avanza el relato. De a ratos los guionistas parecen regalarnos algunos guiños a los westerns de John Ford y Howard Hawks. Pero en esencia es una historia simple al mejor estilo Pie pequeño en busca del valle encantado, con los condimentos extras que aporta Disney del protagonista huérfano y los amigos neuróticos/dementes pero tiernos al fin. El grado de perfeccionamiento en el trabajo digital alcanza cotas sorprendentemente hiperrealistas y superiores a todo lo que hemos visto antes. Los escenarios en donde los personajes se desenvuelven son increíblemente reales al punto de que parecen filmados más que generados en 3D. Pero lo curioso es que Arlo, el protagonista, por algún motivo parece de una calidad inferior. Por empezar el diseño del personaje no es de lo más interesante a nivel visual. Y para peor su caracterización tampoco lo convierte en uno de los héroes más tiernos y amigables de Pixar. La empatía que genera es por pura lastima, al mejor estilo Disney. Por momentos el choque entre escenarios perfectamente pulidos y personajes más bien caricaturescos puede resultar incómodo denotando el desafío que tuvieron los realizadores a la hora de empatarlos. Considerando que Pixar sigue siendo el rey en lo que se refiere a la construcción digital de sus obras, quizás sería más interesante que volvieran a desempolvar su manual de guiones redondos y lo aplicaran a las próximas películas para volver a conseguir ese equilibrio perfecto que los hizo llegar a los más prestigiosos pedestales del cine. No nos olvidemos que con Intensamente lo lograron. Y con creces.
Los Nazis (ese enemigo perfecto para cualquier película) han invadido Francia y tras conquistar París, avanzan sobre el territorio proclamando todos los pueblitos como propios y extendiendo su propia ley. Bussy es uno de esos típicos pueblos en donde las clase sociales están bien marcadas y cada familia pertenece a un estrato social específico. La familia Angellier se las debe arreglar sin hombres en la casa puesto que debieron presentarse a las filas del ejército. Situación que, en general, vive todo el pueblo. Y esto hace que la ocupación alemana resulte tanto más grata para los soldados que como villanos ideales podrán tramar cualquier vileza sin recibir represalias. A menos claro, que nos encontremos con uno de esos nazis buenos (o no tan malos) como Bruno Von Falk (Matthias Schoenaerts) que además de contener las barbaridades de otros colegas nazis resulta ser refinado, buen mozo y sumamente educado. Características que terminarán por enamorar a la protagonista aristócrata personificada por Michelle Williams. Leer esta o cualquier otra sinopsis, sumado a conocer el dato de que estamos en presencia de un drama romántico de la segunda guerra mundial, alcanza para saber cómo comenzará y concluirá la película sin siquiera tener que verla o haber leído la novela en la que fue basada. Es cierto que los dramas bélicos suelen llamar la atención del espectador por diversos motivos, pero luego de tanta oferta es necesario alguna vuelta de tuerca o idea nueva y original que penosamente no encontraremos en este film. Pero no por eso la película del director inglés Saul Dibb deba caer en desgracia. A pesar del trillado tema, el realizador logra mantener el interés con su narración prolija y sobre todo bien ambientada y filmada a lo largo de sus 107 minutos de duración. El cine es un arte puramente visual y a veces las imágenes aunque no cuenten la mejor de las historias logran cautivar y abstraernos a la realidad que los realizadores deciden contarnos por un rato. Esa calculada y clásica forma de rodar esboza por momentos cierta frialdad que contiene la potencia emocional que pudo haber logrado la película. Los aspectos sentimentales se asemejan demasiado a un típico culebrón de novela. El equilibrio final es el de una historia melancólica y bien contada que no arriesga demasiado pero cumple con el mínimo del estándar del género.
Aquellos que éramos niños o adolescentes en la década del noventa recordamos con nostalgia tanto los libros como la serie de televisión Goosebumps (Escalofríos). No importa si nos gustaba o no, pero tanto las tapas de los libros con sus dibujos tan particulares, coloridos y llamativos, como la serie que parecía de bajo presupuesto, tenía un elemento hipnótico que nos llamaba a consumir todos sus episodios. La adaptación cinematográfica tiene el mismo target que tenía en los noventa, pero con lo que parece ser un pequeño problema. Esa generación de niños ya no son niños y los de ahora no consumen ese tipo de productos. Con esos dos problemas en contra, la película protagonizada por Jack Black solo tiene una escapatoria. Un buen guión. Y felizmente lo tiene. A pocos minutos del inicio, el director Rob Letterman fija el tono de la película que avanza a razón de pequeños pero efectivos toques de humor y situaciones fantásticas que atrapan desde el primer instante. Los monstruos no se hacen esperar e inundan la pantalla desde muy temprano. De golpe, para aquellos que leímos o vimos la serie televisiva, se nos presentan un sinfín de criaturas que ni creíamos recordar, pero sin embargo, allí están. Y Escalofríos, no es solo para memoriosos y fanáticos, aquellos que conozcan por primera vez al muñeco maldito Slappy, el chico invisible, el abominable hombre de las nieves (de Pasadena) y los gnomos de jardín (entre una lista interminable de muchos otros más) sucumbirán ante el atractivo de verlos complotar a todos juntos contra los héroes de turno. Lo curioso es que salvo el villano principal, o el monstruo "más malo" que no revelaremos quien es, la historia no tiene tiempo para explicar el origen de cada uno de los monstruos ni de tratarlos de forma individual, pero aun así disfrutamos de cada fotograma de ellos en pantalla. El guión funciona al punto tal de que a pesar del interminable desfile de personajes extraños, el final anunciado y la historia tan tópica de los dos adolescentes protagonistas enamorados, el espectador logrará mantenerse pegado a la butaca durante los casi 100 minutos de metraje con una sonrisa de oreja a oreja.