Jack Black se pone en la piel del escritor R.L. Stine para protagonizar esta aventura familiar llena de fantasía y extrañas criaturas. Sus creaciones literarias cobran vida y atormentan a un apacible pueblito americano, si, todo muy al estilo de “Jumanji” (1995). Las comparaciones son odiosas, pero en este caso se hace imposible evitarlas. “Escalofríos” (Goosebumps, 2015) toma la fórmula de aquel gran clásico de los noventa interpretado por Robin Williams, para contarnos algo bastante parecido, pero con una vueltita de tuerca. El director Rob Letterman –que vuelve a repetir junto a Jack Black tras “Los Viajes de Gulliver” (Gulliver's Travels, 2010)- pone al mismísimo autor como protagonista de su historia, mezclando una extraña realidad con la fantasía desbordada que aportan sus fábulas de terror para chicos y adolescentes. La película toma el nombre de una de las series literarias más exitosas de todos los tiempos –sí, hay chiste sobre eso-, y a sus estrambóticos personajes. Todo arranca cuando el joven Zach (Dylan Minnette) y su mamá abandonan la gran ciudad por el tranquilo pueblito de Greendale, en Maryland, para comenzar de nuevo después de la muerte de su padre. Típico adolescente taciturno que no encuentra su lugar en el mundo, el chico pronto conoce a Hannah (Odeya Rush), su vecinita, y a su estricto padre que no le permite salir de la casa por extraños motivos. Tras varios malentendidos, el chico y su nuevo amigo Champ (Ryan Lee) logran colarse en la vivienda de la joven y es ahí donde empiezan los problemas. Una biblioteca llena de manuscritos celosamente resguardados y una llave, se convierten en una tentación demasiado grande para estos curiosos adolescentes. Desde las páginas de un libro se escapa una enorme criatura, el Yeti, y desde ahí, ya no hay vuelta atrás para esta locura. El autor, R.L. Stine (Black), llega en el momento preciso para salvar las papas, pero en el embrollo también se liberó el malévolo Slappy, un vengativo muñeco de ventrílocuo que no tiene la mínima intención de volver al encierro, y decide liberar a todos sus congéneres de tinta para destruir todo a su paso y vengarse del hombre que los encarceló para toda la eternidad. Seres espaciales, insectos gigantescos, muertos vivos… ustedes elijan la criatura que más les guste, si Stine la imaginó, cobra vida a lo largo de la película. Lo que sigue es una aventura contra reloj para salvar a los habitantes del pueblo y lograr detener a Slappy y su diabólico plan sin morir en el intento. Todo es caos, acción y humor en clave adolescente, aunque bastante más naive de lo que uno podría (o quisiera) imaginar. “Escalofríos” es sólo eso, una aventura familiar, entretenida, pero que no aporta gran cosa en una época donde todo ya está dicho y hecho. Son los jovencitos los que llevan adelante la historia, bastante más reales y menos estereotipados de lo que estamos acostumbrados a ver. Punto a favor. En cuanto a Jack Black, bueno, es Jack Black, con sus manierismos y muecas de marca registrada que suelen volverse repetitivos y molestos, pero acá parece un poco más controlado. Si volvemos a comparar con “Jumanji” y sus veinte años de antigüedad, podemos decir que envejeció muy bien y que sus efectos (dramáticos y especiales) siguen siendo incluso mejores que los de esta prima lejana del siglo XXI. “Escalofríos” tiene su violencia contenida, sus sustos a medio camino y la cuota de humor necesaria para convertirse en una aventura fantástica para toda la familia, hecha y derecha, aunque tal vez, la disfruten muchísimo más los pequeñines, cuyas mentes están menos saturadas que las nuestras. Dirección: Rob Letterman Guión: Darren Lemke Elenco: Jack Black, Dylan Minnette, Odeya Rush, Amy Ryan, Ryan Lee, Jillian Bell, Halston Sage.
Johnny Depp vuelve a enamorarnos, después de unos cuantos bodrios, con un personaje contundente que mete miedo de sólo mirarnos. Scott Cooper se despacha con la historia real del mafioso irlandés Whitey Bulger, su reinado de terror en el sur de Boston y su constante “colaboración” con el FBI. Una historia llena de sangre y traiciones… que se pagan con más sangre. Scott Cooper es bastante novato en esto de las historias cinematográficas. “Pacto Criminal” (Black Mass, 2015) es apenas su tercer largometraje, pero ya había tenido la oportunidad de explorar la violencia, la venganza y la condición humana en películas muy diferentes como “Loco Corazón” (Crazy Heart, 2009) y “La Ley del más Fuerte” (Out of the Furnace, 2013). Acá se mete con un relato basado en hechos reales y, más precisamente, en “Black Mass: The True Story of an Unholy Alliance Between the FBI and the Irish Mob” (2001) escrito por los periodistas Dick Lehr y Gerard O´Neill, responsables de sacar a la luz las conexiones entre estos criminales del Sur de Boston y varios agentes que hicieron la vista gorda. Estamos en 1975, el crimen organizado del Sur de Boston está en manos de James "Whitey" Bulger (un irreconocible Johnny Depp), líder de los llamados “Winter Hill”, pandilla de irlandeses americanos muy arraigados y afectuosos con los habitantes de su ciudad que pronto se ven amenazados por el creciente poderío de los hermanos Angiulo, que manejan la “rama” local de la mafia italiana de Nueva Inglaterra. Las traiciones y las venganzas se desatan por las calles llamando cada vez más la atención del FBI, que quiere acabar tanto con unos como con los otros. Uno de sus más prometedores agentes, John Connolly (Joel Edgerton), se crió en la zona junto a Bulger y su hermano menor William (Benedict Cumberbatch) -presidente del senado de Massachusetts, que se ha mantenido alejado de los negocios turbios de la familia-, y plantea hacer una alianza con Whitey para acabar con los italianos, lo que supone hacer la vista gorda ante sus propios chanchullos y convertirlo en eso que más desprecia: un informante. Ahí es cuando se empiezan a enturbiar las aguas. Con el camino despejado los Winter Hill se apoderan de Bostonn y más allá esparciendo violencia a diestra y siniestra. Connoly debe hacer malabares para mantener las apariencias ante sus superiores, y al propio Bulger a raya para que todo el asunto no le explote en la cara. Con los años, y algunas pérdidas familiares a cuestas, la irascibilidad de James se vuelve más evidente, al igual que su megalomanía y su codicia, empujando a todos a su alrededor hasta el borde de un precipicio que no les deja muchas salidas. Cooper filma una crónica violenta que va y viene en el tiempo, donde Depp es el hilo conductor y el alma hipnótica de esta historia que en seguida nos remite a otras obras gansteriles como “Buenos Muchachos” (Goodfellas, 1990), aunque no con la misma destreza visual de Martin Scorsese. “Pacto Criminal” es una pieza de época cargada de testosterona, donde las mujeres no tienen mucho peso, pero dejan su marca en los protagonistas. La recreación es impecable y las actuaciones, una mejor que otra, más allá de las extrañas pelucas que, a veces, nos distraen del relato. “Pacto Criminal” es un gran exponente del género gansteril. Sórdida, violenta y entretenida, una de esas historial reales que superan a la ficción ampliamente. Además de devolvernos al Johnny Depp camaleónico que tanto nos gusta. Dirección: Scott Cooper Guión: Mark Mallouk, Jez Butterworth Elenco: Johnny Depp, Kevin Bacon, Benedict Cumberbatch, Joel Edgerton, Jesse Plemons, Sienna Miller, Dakota Johnson.
Guillermo del Toro vuelve al género de sus amores y nos regala un romance gótico plagado de fantasmas y mansiones con historia. El mexicano toma los elementos más clásicos del terror y los redefine para nuestro tiempo, sin dejar de lado la nostalgia, y sus siempre maravillosas puestas en escena. Guillermo del Toro creció amando los cuentos de hadas y los monstruos. Tanta fue su obsesión de chiquito, que su abuela lo mandó a exorcizar un par de veces para que deje de tener esas locas ideas en la cabeza (historia verídica). Por suerte, el realizador mexicano no dejó de lado sus fantasías infantiles y basó gran parte de su filmografía en recrear a estas hermosas criaturas que atormentan y maravillan por partes iguales. Con “La Cumbre Escarlata” (Crimson Peak, 2015) se mete de lleno en el terror y el romance gótico, un gran homenaje a clásicos del género como “La Casa Embrujada” (The Haunting, 1963) de Robert Wise, y a obras más “modernas” y monumentales como “El Exorcista” (The Exorcist, 1973) o “El Resplandor” (The Shining, 1980). Del Toro toma todos los convencionalismos del género, bastantes desgastados hoy en día, los utiliza a su gusto y los redefine para un público que ya lo ha visto todo. Los carga de violencia y cierto erotismo para contar un drama sobrenatural más cercano a sus films europeos (y adultos) como “El Espinazo del Diablo” (2001). La violencia es gráfica, pero no excesiva y, en sus manos, hasta es poética y estilizada, como el resto de la puesta en escena. Cada escenario, los vestuarios, las ficticias calles de Nueva York o la mansión en ruinas de los Sharpe en la desolada región inglesa de Cumbria se destaca por la exquisitez de cada detalle que, en seguida, no hace pensar en los cuentos de terror más clásicos y oscuros. Edith Cushing (Mia Wasikowska) es una joven aspirante a escritora, demasiado avanzada para su tiempo. Estamos en la Nueva York del siglo XIX, y esta chica se empecina en escribir historias de fantasmas (en vez de romances), ir en contra de las convenciones sociales de la época y, sobre todo, conseguirse un marido. Amante de las ciencias y de Mary Shelley, Edith tiene todo el apoyo de su padre, con el cual guarda una estrecha relación tras la muerte de su madre, cuando era apenas una nena. Los fantasmas del pasado dejaron de acosarla hace rato, pero ahora están de regreso junto con la llegada de un extraño en busca de apoyo financiero para poder explotar los sedimentos de arcilla que se hallan debajo de sus tierras en Gran Bretaña (Allerdale Hall). Sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston) es tan encantador como misterioso y, a pesar de las reticencias del señor Cushing y las de su propia hermana, Lady Lucille (Jessica Chastain), el romance (y la pasión) entre los dos no puede evitarse. Thomas y Edith terminan contrayendo matrimonio y mudándose a Cumbria, a la destartalada casona familiar que compartirán con Lucille y algún que otro espectro. Las intenciones de del Toro se ven a la legua y no trata de disimularlas en ningún momento. Acá hay un misterio que develar, pero la historia es sencilla y las pistas se nos ofrecen en bandeja. Los fantasmas de “La Cumbre Escarlata”, al igual que los de los relatos de Edith, son metáforas, almas arraigadas a un lugar, en este caso Allerdale Hall, una jaula para la joven Edith que, más temprano que tarde, descubrirá que su esposo no es lo que pensaba. Esto no es un secreto para el espectador. Desde el primer momento que vemos a Sir Thomas sabemos que oculta unas cuantas cosas, pero detrás de él existe una figura muchísimo más oscura y manipuladora, casi siniestra, escondida tras la falsa sonrisa de Chastain que, claramente, se roba toda la película. No hace falta dárselas de detective, no es la intención del director que centra el relato en las relaciones, los climas y los ambientes, y como influyen unos con los otros. “La Cumbre Escarlata” es un cuento de fantasmas y amor gótico, donde las mujeres juegan un papel fundamental y llevan adelante la historia sin ser a cada momento las “damiselas en peligro”. El pensamiento racional convive con la fantasía y la superstición sin ningún problema, y cada imagen, cada rincón y cada elemento de la puesta en escena nos atrapan de la misma forma que esta mansión no deja marchar a sus espectros. Dirección: Guillermo del Toro Guión: Guillermo del Toro, Matthew Robbins Elenco: Mia Wasikowska, Jessica Chastain, Tom Hiddleston, Charlie Hunnam, Jim Beaver, Burn Gorman, Leslie Hope, Doug Jones, Jonathan Hyde.
El niño eterno de Nunca Jamás nos muestra sus orígenes en esta nueva aventura familiar plagada de piratas, chicos perdidos, hadas combativas y una tribu dispuesta a dar la vida para ocultar y proteger los más grandes secretos de esta tierra de fantasía. Hay dos tipos de historias que se pusieron de moda en los últimos tiempos: las precuelas y las adaptaciones infantiles a cargo de actores de carne y hueso. Joe Wright, director acostumbrado a reversionar clásicos de la literatura como “Orgullo y Prejuicio” (Pride & Prejudice, 2005) o “Anna Karenina” (2012), decidió mezclar ambas opciones y tomar las riendas de “Peter Pan” (Pan, 2015), una nueva mirada al relato de J.M. Barrie. El guión escrito por Jason Fuchs formó parte de la “Black List” de 2013, una historia que narra los orígenes de este huerfanito que pronto descubrirá el destino que le aguarda en la mágica tierra de Nunca Jamás. Peter (Levi Miller) pasó toda su vida en un orfanato inglés a la espera, como tantos otros pequeñines, de que su madre vuelva por él. Estamos en plena Guerra Mundial y las religiosas a cargo del establecimiento no parecen muy maternales. Además del maltrato constante –todo muy Oliver Twist-, esconden oscuros negocios que involucran la desaparición de estos pobres huéspedes. Peter está decidido a develar el misterio, además de encontrar a su mamá, cueste lo que cueste. La curiosidad lo termina embarcando en una nave pirata que atraviesa los cielos de Londres y más allá, hasta llegar a una tierra fantástica donde él, junto a los demás niños perdidos durante décadas y décadas, han tenido que trabajar en las minas bajo la tiranía de Barbanegra (Hugh Jackman), un pirata codicioso en busca de polvo de hadas y de la inmortalidad. Su reinado de terror ha destruido gran parte de Nunca Jamás y, a pesar de su poder, sabe que existe una profecía sobre un pequeño que puede volar y que llegará, tarde o temprano, para liberarlos a todos de su brazo opresor. Como se podrán imaginar, Peter muestra ciertas habilidades y así cabe la posibilidad de que sea este famoso “elegido”. Sin mucha convicción, ni fe en sí mismo, logra escapar con la ayuda de James Hook (Garrett Hedlund), otro de los cautivos de Barbanegra, bastante granuja y egoísta. En medio de la jungla de Nunca Jamás, los fugitivos se cruzaran con los nativos del lugar, la tribu combativa que resguarda los secretos de las hadas y le hacen la vida imposible al malvado pirata. Entre ellos Tiger Lily (Rooney Mara), guerrera de pura cepa que verá en el inseguro jovencito al futuro salvador de esta tierra. “Peter Pan” se agarra de la mitología que ya conocemos para contar una historia expandida y mucho menos infantil que sus antecesoras. Hay un poquito de violencia, pero también mucha fantasía, acción y aventura que puede disfrutarse tanto por los grandes, como por los más chicos. Peter es el protagonista absoluto, rodeado de un elenco genial donde se destaca la imponente figura de Jackman, entre manierismos, teatralidad y temas de Nirvana y los Ramones totalmente reversionados. Wright entiende que estamos en una época donde las damiselas ya no están en peligro, sino que pueden ser las verdaderas salvadoras. Mara patea traseros, al mismo tiempo que muestra su lado más tierno y humano, al igual que otras protagonistas femeninas de esta historia. Visualmente, tiene todo lo que una aventura fantástica de estás características debe tener, sin caer en los excesos. Claro, hay magia y color por todas partes, pero todo parece tener un aire familiar y naturalista que no nos aparta del relata. Incluso, las Sirenas o ese temible cocodrilo gigante. El único problema de “Peter Pan”, tal vez sea que es demasiado infantil para los adultos y demasiado adulta para los chicos. Le falta ese punto medio que logran otras películas del género, pero no por ello pierde el atractivo. Se viene la secuela obligatoria, sin duda alguna, más que nada porque necesitamos saber como la amistad entre Peter, Tiger y Hook se va a transformar, convirtiéndolos en enemigos mortales. Lo mejor de la historia de Wright es que deja la puerta abierta para mil aventuras más, sin forzar la continuación, pero con ganas de más, sobre todo, de seguir descubriendo cada rincón de Nunca Jamás. Dirección: Joe Wright Guión: Jason Fuchs, Elenco: Hugh Jackman, Levi Miller, Garrett Hedlund, Rooney Mara, Adeel Akhtar, Nonso Anozie, Amanda Seyfried, Kathy Burke, Lewis MacDougall, Cara Delevingne.
Robert Zemeckis sabe como contar buenas historias, y la de Philippe Petit no es la excepción. Acá, un relato “basado en hechos reales” se transforma en una fábula cargada de sueños por cumplir, vértigo y mucha nostalgia por una época que ya desapareció, al igual que las torres que son desafiadas. En el año 2008 James Marsh plasmó la gran odisea del “artista de las alturas” Philippe Petit en el oscarizado (y muy recomendado) documental “Man on Wire”. Un documento que no sólo detalla la increíble hazaña del francés, sino su extravagante personalidad. Petit es un “personaje” por dónde se lo mire, y quien mejor que Zemeckis para llevar a cabo esta tarea de conjugar las fantasías más exuberantes, con el drama y los riesgos de la realidad, tomando como punto de partida su propia autobiografía, “To Reach the Clouds”. Acá no hay spoiler que valga, el equilibrista es responsable de perpetrar lo que se dio en llamar “el crimen artístico del siglo” pasado, o sea que el 7 de agosto de 1974 se atrevió a cruzar los 43 metros que separaban las Torres Gemelas del World Trade Center sin ningún cable de seguridad... ¡a 400 metros de altura! Al igual que con los muchachos de “Everest” (2015), por ejemplo, uno podría indignarse o maravillarse fácilmente por la locura de este ser humano que no tiene reparos a la hora de arriesgar su vida en nombre de los sueños por cumplir o el hecho de desafiar todo tipo de leyes (acá aplican tanto las de la gravedad, como las de la ciudad de Nueva York, obviamente). Por eso el director convierte la hazaña de Petit -interpretado por el genial Joseph Gordon-Levitt, en un papel que le calza como anillo al dedo- en una película de “atracos y golpes maestros” muy al estilo de “La Gran Estafa” (Ocean's Eleven, 2001), aunque con un objetivo muy diferente: plasmar su propia visión artística de los hechos. Zemeckis nos plantea dos tipos de aventura: una primera parte más cercana a una fábula fantástica que narra los atisbos iniciales de Philippe, el artista, su enamoramiento por las alturas y sus performances por las callecitas de Paris. El nacimiento de un “personaje” que lo acompañará a lo largo de su vida y al que Gordon-Levitt sabe ponerle el cuerpo y el alma juguetona, con falsos toques de sofisticación. El director da en el clavo al permitir que sus personajes hablen en el idioma que corresponde (hay muchísimo francés), justificando el exceso del inglés y el extraño acento de Joseph. El truco funciona de maravilla y de a poco vamos entrando en la etapa del gran golpe donde se concentra la segunda mitad de la película. Con la llegada de Petit y sus “troupe” a Nueva York, la historia toma otro ritmo. Claro que hay obstáculos en el camino, pero no olvidemos que esto sigue siendo una especie de cuentito donde no faltan los ayudantes, devenidos en “cómplices” y las situaciones tensas. En los momentos finales, es la hazaña en sí, donde entran en juego todas las habilidades de Zemeckis como narrador y artista que sabe muy bien como utilizar cada uno de los elementos que le brinda el séptimo arte, incluso cada efecto especial (que una vez más pasan desapercibidos y dejan de ser efectistas para convertirse en espectáculo) y el recurso del 3D (altamente recomendable) que, como muy pocas veces, se usa en total beneficio del relato para dejar lugar al vértigo y la ilusión de que nosotros también podemos recorrer junto al protagonista ese intrincado, pero liberador camino. La reconstrucción del World Trade Center y el entorno de la Gran Manzana son un hermoso espejismo cargado de cierta inocencia (perdida) que viene aparejada con la época y muchísima nostalgia. Las emociones no se hacen esperar, no pueden evitarse, aunque Zemeckis no tiene necesidad de recurrir a posturas políticas ni caer en golpes bajos para sacudirnos en ese último momento. Las Torres Gemelas recién inauguradas se convierten en un símbolo: el de la meta de un artista (y las metas de tantos otros seres humanos) y el de una ciudad que se resignifica constantemente, en esta oportunidad, gracias a las ocurrencias de este malabarista de las alturas. “En la Cuerda Floja” tiene sus pequeños baches narrativos, pero ninguno tan importante como para desestabilizar la acción constante, la magia y este nueva fábula fantástica “basada en hechos reales” que nos propone el siempre genial Robert Zemeckis. Dirección: Robert Zemeckis Guión: Robert Zemeckis, Christopher Browne Elenco: Joseph Gordon-Levitt, Ben Kingsley, James Badge Dale, Ben Schwartz, Steve Valentine, Charlotte Le Bon.
Cada tanto, algún director intenta reflotar este género aventurero que mezcla adrenalina con la catástrofe y el drama basado en hechos reales. Baltasar Kormákur se esfuerza demasiado en captar la veracidad, pero se olvida que hay una gran historia para contar. “Everest” (2015), a diferencia de muchas de las clásicas aventuras de montaña –sobre todo de la década del noventa-, cuenta con unas cuantas ventajas tecnológicas que le aportan una verosimilitud casi única. Baltasar Kormákur es un director acostumbrado a las escenas de súper acción –véase “Dos Armas Letales” (2 Guns, 2013) o “Contraband” (2012)-, pero acá se concentró en captar con toda veracidad cada aspecto del proceso y su dramatismo. El problema es que se olvida de las tensiones y conflictos y, al final, la película esta más cerca del documental ficcionado que de una historia verdaderamente atrapante. “Everest” está basada en hechos reales. La tragedia que sufrieron dos grupos de escaladores que pretendían alcanzar la cima más alta y peligrosa del mundo, por puro deporte, el 10 de mayo de 1996. Aquel año se convirtió en el más mortal para la montaña, hasta que fue superado en 2014, y a pesar de que nos cuentan y nos muestran lo difícil y peligrosísimo que es dicha tarea, la película no se esfuerza por explicarnos las verdaderas motivaciones de estos hombres y mujeres que ponen en riesgo su vida por semejante hazaña. Sí, el estimulo se puede leer entre líneas pero, ¿vale la pena realmente? Acá no hablamos de un mero deporte de riesgo, sino de un reto a la supervivencia y a la fortaleza humana. No se dejen engañar, la gran protagonista de esta historia es la montaña, pero también la más grande antagonista. El resto son sólo simples mortales que harán lo imposible para vencerla. Rob Hall (Jason Clarke) es la cabeza más visible de esta historia, un escalador que se dedica (como tantos otros que han hecho de esto un negocio) a guiar a sus camaradas hasta la cima del monte para que puedan, o no, cumplir con esta hazaña. Rob cuenta con un gran equipo que lo acompaña en tierra y en las alturas, y también con una esposa embarazada (Keira Knightley) que, a pesar que ha hecho lo mismo en reiteradas ocasiones, se preocupa desde casa. La narración lo sigue a él y a su grupo de alpinistas, entre los que se encuentran la única mujer que ha escalado seis de las siete cimas más altas del mundo (Naoko Mori), un texano que prefiere las alturas a su familia (Josh Brolin) y un cartero (John Hawkes) que empeñó hasta lo que no tiene (la excursión tiene un costo de 65 mil dólares) por demostrarles a los niños de una escuela que cualquiera puede lograr hazañas imposibles. Este “negoción” esta en pleno auge y la montaña esta repleta de escaladores, por eso Rob decide hacer yunta con el grupo liderado por Scott Fischer (Jake Gyllenhaal) y así evitar los contratiempos y darse una mano para llegar a la cima. Eso es todo, lo demás es la hazaña en sí misma. Los problemas físicos que genera, las condiciones del clima, etcétera, hasta que son golpeados por una terrible tormenta y, es por eso, que esto se denomina una tragedia. Es una aventura por la aventura misma, una historia que carece de conflictos y tensiones (acá no hay egos que se choquen, todo es muy profesional y prolijo), pero que desborda de dramatismo novelesco. Hollywood suele manipular estos hechos reales en pos de una narración más efectiva, pero Kormákur se esfuerza por rescatar la “valentía” (alguno podría llamarlo estupidez) de estos hombres y mujeres que, al final, no tenemos tanto tiempo para conocer, relacionarnos y sufrir por sus infortunios. El elenco es colosal, aunque algunos casi que pasan desapercibidos, incluyendo a Jake Gyllenhaal que, con suerte, tiene quince o veinte minutos de pantalla. Todo recae sobre Clarke que, así, se redime de su paso por “Terminator Génesis” (Terminator Genisys, 2015). Visualmente imponente, aunque Kormákur no aprovecha al 100% las ventajas del 3D y no nos sumerge en el vértigo de la escalada por completo, “Everest” es un drama entretenido, pero le falta un golpe de horno para lograr que nos compenetremos en la historia y las vicisitudes de sus protagonistas. Dirección: Baltasar Kormákur Guión: William Nicholson, Simon Beaufoy Elenco: Jake Gyllenhaal, Jason Clarke, Josh Brolin, John Hawkes, Vanessa Kirby, Sam Worthington, Robin Wright, Thomas M. Wright, Michael Kelly, Clive Standen, Tom Goodman-Hill, Ingvar Eggert Sigurðsson, Martin Henderson, Emily Watson, Micah Hauptman, Naoko Mori, Keira Knightley.
Eli Roth parece haber cumplido sus fantasías más íntimas con este thriller “de terror” que lo tiene a Keanu Reeves como protagonista. La trama no tiene pies ni cabeza, pero sí chicas lindas con poca ropa y muchas ganas de hacer travesuras. “Un pelo de c... tira más que una yunta de bueyes”, y así nomás podemos resumir el argumento de la nueva película de Eli Roth, un tipo más acostumbrado al terror hemoglobínico y violento de “Hostel” (2005), que al sesudo y atrapante thriller psicológico que intenta desarrollar con esta película. Será por eso que “El Lado Peligroso del Deseo” (Knock Knock, 2015) es un pastiche sin mucho sentido, más cercano al porno soft o a una fantasía masculina que puede tornarse en pesadilla en un abrir y cerrar de ojos. Pero eso no es lo que más molesta, sino la falta de coherencia a la hora de contar las motivaciones de estas dos señoritas que se cruzan en la vida de Evan Webber (un Keanu Reeves muy poco inspirado, actoralmente hablando), un amante esposo y padre de dos pequeñines, que decide quedarse en casa a trabajar durante el fin de semana mientras la familia sale de vacaciones. En medio de una tormenta (porque siempre tiene que haber una tormenta), dos adolescentes empapadas golpean a su puerta en busca de ayuda. Las buenas intenciones de Evan comienzan cuando se ofrece a pedirles un taxi y siguen cuando accede a prestarles un par de batas para que puedan secar sus ínfimas prendas mojadas. Ya para esta altura (unos diez minutos de película), el espectador avispado sabe que las jovencitas, Genesis (Lorenza Izzo) y Bel (Ana de Armas), están tramando algo, pero el señor (muy enamorado de su esposa artista) parece no notar los jugueteos einsinuaciones. Musiquita que va, bailecito que viene, la conversación finalmente termina en el baño con Evan cediendo a sus impulsos más masculinos, porque claro, ningún hombre que se precie como tal es capaz de negarse a un ménage a trois con dos minitas regaladas. Lo que para el señor fue una noche de joda y cañita al aire nada más, pronto se convierte en problemón cuando las chicas deciden instalarse en su bello hogar. Tras discusiones, amenazas, chantajes y algún que otro forcejeo, Evan logra sacarlas de la casa y llevarlas a su supuesta casa, pero es ahí cuando empiezan los verdaderos quilombos. También es donde la película derrapa sin sentido. Lo que debería ser un juego macabro del gato y el ratón, es sólo una sucesión de caóticas escenas dispuestas para castigar a un devoto hombre de familia por caer en la tentación, una tentación bastante forzada, por así decirlo. Uno espera esa vuelta de tuerca que nunca llega o, al menos, una justificación para tanta violencia e histeria desmedida. Entre sobreactuaciones y destrozos, nunca nos queda claro si algo de lo que dicen estas chicas es verdad, pero cuando el juego se va de las manos ya no tiene ni gracia, ni misterio, ni nada que nos mantenga realmente enganchados, mucho menos la empatía con un protagonista que, de alguna forma (por boludo, más que nada) se merece todo lo que le sucede. “El Lado Peligroso del Deseo” irrita, molesta, no entretiene y carece de todo tipo de atractivo, al menos narrativo y visual. El thriller se diluye y sólo queda la fantasía masculina, lo único que muchos espectadores podrían llegar a disfrutar. Dirección: Eli Roth Guión: Eli Roth, Nicolás López y Guillermo Amoedo
Los entrañables personajes de Nick Park vuelven a la pantalla grande de la mano de la ovejita Shaun y sus amigos de la granja demostrando, una vez más, que la animación es una cuestión de chicos y grandes. Así como lo hicieran con “Pollitos en Fuga” (Chicken Run, 2000) y “Wallace y Gromit - La Batalla de los Vegetales” (The Curse of the Were-Rabbit, 2005), los genios de Aardman Animations -con el productor Nick Park a la cabeza-, vuelven a sorprendernos con sus maravillosos personajes de “plastilina” en stop-motion y una historia tan sencilla y simpática que ni siquiera necesita de diálogos para hacernos reír y enternecernos por partes iguales. Aquellos que estén familiarizados con el universo del amante del queso y su fiel compañero perruno, ya conocen al intrépido ovino que se ganó su propia aventura cinematográfica de la mano de los debutantes Mark Burton y Richard Starzak. “Shaun el Cordero – La Película” (Shaun the Sheep Movie, 2015) es una comedia animada basada en la acción, los gags, algunas referencias pop y una gran banda sonora muy al estilo inglés, cuya mezcla da por resultado una simpática propuesta para toda la familia. Burton y Richard no necesitan de palabras para contar las aventuras de estos animalitos de granja que, cansados de la rutina, se meten en mil y un problemas que los llevan a la gran ciudad. “Shaun” rescata el espíritu de los clásicos silentes, la comedia física, las melodías como herramienta y un sinfín de gestos y piruetas a cargo de los animados protagonistas. Acá no hay animalitos parlanchines, ni siquiera seres humanos que modulan una palabra inteligible, todo se basa en el fino humor inglés que se va hilando en una seguidilla de acontecimientos, de acciones y reacciones y, sobre todo, mil enredos. Shaun y sus amigas lanudas están agotadas de la rutina y el apretado horario de la granja que hace rato perdió su diversión. Este desgaste también se nota en la actitud del granjero, que fue perdiendo el entusiasmo y ocultando su cariño hacia los animalitos. El cordero decide patear el tablero y crear un magnifico plan para sacarse de encima a su dueño por un rato y gozar de las delicias del ocio y el descanso. Claro que las cosas no salen tan bien como lo esperaba y el granjero termina rodando cuesta abajo, hacia la gran ciudad, donde un accidente lo deja temporalmente amnésico y totalmente alejado de sus tareas de la estancia. Bitzer, su leal canino, intenta seguirle los pasos para traerlo de vuelta, pero la culpa también invade a Shaun que rumbea hacia la metrópolis sin saber que allá la esperan un sinfín de aventuras, nuevos amigos, un malévolo personaje y la meta de recuperar a su dueño. “Shaun” no es insolente, aunque juega un poco con el doble sentido, sigue la línea de sus predecesoras y se vale de los gags y cierto humor “inteligente”. Hay chistes escatológicos, pero también hay mil referencias para que disfruten los adultos, algunas tan sutiles que uno agradece la falta de subtítulos. La ternura y la honestidad de sus personajes también juegan un papel fundamental en esta historia que no se priva de casi nada y nos hace lanzar carcajadas y “AWWWWW” con muy poco. La gente de Aardman sigue demostrando que son los reyes en lo suyo, lástima que sus obras nos lleguen tan espaciadas. Pero cuando lo hacen son el refrescante perfecto entre tanta película animada en CGI que, a pesar de que muchas son geniales, carecen de ese toque más “natural” que suele brindarnos la técnica del stop-motion. Dirección: Mark Burton y Richard Starzak Guión: Mark Burton y Richard Starzak
Otra clásica serie televisiva de espionaje se gana su merecida adaptación a la gran pantalla de la mano de Guy Ritchie y no decepciona. Acción, glamour y humor con los coloridos años sesenta de fondo, ampliamente disfrutable por todos y todas. Tenemos un año cargado de espías cinematográficos. Desde la comedia “Spy” hasta la exageración violenta de “Kingsman”, o la quinta entrega de “Misión Imposible”, ustedes elijan a su agente favorito. Guy Ritchie rejunta un poco de cada uno de estos elementos para llevar a la pantalla la creación de Sam Rolfe que hizo estragos en la TV entre 1964 y 1968, alentado en gran parte, por el éxito de James Bond. El director inglés deja de lado un toque su violencia desmedida y muchos de sus truquitos fílmicos, y se mete de lleno en el glamour europeo de principios de la década del sesenta (y en plena Guerra Fría) para narrar esta historia “de origen” sobre dos espías rivales: Napoleon Solo (Henry Cavill) e Illya Kuryakin (Armie Hammer). Solo, el experimentado agente de la CIA, ex ladrón escurridizo que está pagando su condena poniendo todas sus habilidades al servicio de su gobierno, debe hacer yunta con el tosco e impulsivo espía ruso de pocas pulgas. Dos personalidades que chocan a cada momento y, en cuya química, se apoya la mayor parte de esta historia. Estados Unidos y Rusia deben trabajar en conjunto para desmantelar los planes de una misteriosa organización criminal anclada con el nazismo que ha logrado secuestrar a un científico alemán capaz de construirles unas cuantas bombas nucleares. La única pista con la que cuentan es Gaby (Alicia Vikander, la I.A. de “Ex Machina”), hija del desaparecido doctor que se hará pasar por la prometida de Kuryakin para intentar frenar una hecatombe mundial. Con sus alias a cuestas el “equipo” se traslada de Berlín a la bella Roma para infiltrarse en los negocios familiares de la astuta Victoria (Elizabeth Debicki), la elegante fachada de la organización terrorista. Todo es glamoroso y colorido, desde la vestimenta y los paisajes, hasta la genial banda sonora (la música de Daniel Pemberton y cada uno de los clásicos elegidos para la ocasión) que nos mantiene a tono y en ritmo, además de no poder dejar de mover la patita a lo largo de sus dos horas. La trama no es nada nueva y, por momentos, un poco predecible, pero la intención de Ritchie es mantenernos enganchados con la acción y su particular sentido del humor, tan naive como la época que representa. “El Agente de C.I.P.O.L.” (The Man From U.N.C.L.E., 2015) no se toma las cosas en serio, las disfruta y nos sumerge en un mundo que el cine y la TV dejó atrás hace mucho tiempo. El encanto de Cavill (y su facilidad para mantener el acento yanqui) le gana por goleada al falso ruso de Hammer, pero esto no molesta, ya que forma parte de la antítesis de la dupla que no siempre son los héroes de turno que todo lo resuelven, así como las chicas protagonistas no son las damiselas en peligro a cada momento. El director se esfuerza por dejar esto bien en claro, los personajes femeninos son tan fuertes (o más) que los masculinos, y cada uno tiene sus fortalezas y debilidades. “El Agente de C.I.P.O.L.” no intenta ser realista o súper exagerada como sus congéneres, busca un punto intermedio y se clava en la aventura encantadora que nos lleva d epaseo por paisajes imponentes y callejones europeos. Guy Ritchie sabe como mantener el pulso y a la audiencia enganchada, esta vez, sin trucos de cámara complicados, sino más bien con algunos recursos “vintage”, una puesta en escena impecable y un elenco que enamora por igual, a hombres y mujeres. Espionaje cosmopolita para disfrutar a montones. Dirección: Guy Ritchie Guión: Guy Ritchie y Lionel Wigram Elenco: Henry Cavill, Armie Hammer, Elizabeth Debicki, Alicia Vikander, Hugh Grant.
La mayoría de las películas pugilísticas encierran historias de superación personal, el anhelo del sueño americano, el ascenso y/o caída del ídolo o, en definitiva, una combinación de todas ellas. “Revancha” no es la excepción, un nuevo capítulo, bien ejecutado, de un subgénero que no se despega de sus lineamientos habituales. “Revancha” (Southpaw, 2015), la nueva película de Antoine Fuqua –director de Día de Entrenamiento (Training Day, 2001)- calza a la perfección en el subgénero de films de boxeo. No es otra cosa, ni intenta serlo, el problema es que se apega tanto a los convencionalismos que va perdiendo efecto por el camino y, al final, no nos conmueve como quisiera, en parte, porque sus lugares comunes y sus golpes de efecto le terminan jugando una mala pasada. Billy Hope (Jake Gyllenhaal), campeón de peso liviano, está en la cima de su carrera profesional. Habiendo superado una infancia marginal, este huerfanito se construyó a sí mismo gracias al apoyo y el amor de su esposa Maureen (Rachel McAdams) y de su pequeña hija Leila (Oona Laurence), que no sólo lo ayudan a mantener los pies sobre la Tierra, sino a centrar el foco en aquello que es más importante. Una tragedia desestabiliza todo y, de la noche a la mañana, su vida se transforma en un pequeño infierno. Billy pierde su fortuna, su casa, su carrera y la custodia de su hija y, su existencia, tan feliz y controlada, cae de golpe en una espiral autodestructiva de violencia, alcohol e intentos de suicidio. Sí, todo mal, pero la redención esta a la vuelta de la esquina. Este luchador no piensa bajar los brazos y hará lo que sea necesario para recuperar a su pequeña. Así, Billy decide agachar la cabeza y empezar de cero con la ayuda de Titus "Tick" Wills (Forest Whitaker), un ex entrenador de campeones que ahora maneja un gimnasio para socorrer a chicos en desventaja y mantenerlos alejados de la calle. Todo muy altruista. Hope hace trabajos de limpieza mientras utiliza el gimnasio para volver a estar en forma, pronto le llegará una segunda oportunidad y esta en él aprovecharla o dejarla pasar. No hay mucho más para agregar sobre esta historia plagada de clichés. Gyllenhaal se carga al hombro (súper ejercitado) la película, pero a pesar de sus grandes esfuerzos, no le alcanza para conmover. En el fondo es sólo un film de boxeo del montón, con toda la violencia y cámaras lentas que esto implica para captar a la perfección cada uno de los golpes, ya sean sobre o fuera del ring. Uno podría esperar algo más de un guión a cargo de Kurt Sutter –creador de “Sons of Anarchy” (2008-2014)-, sobre todo si sabemos que pasó casi siete años pergeñando está trama con la intención de que sea protagonizada por Eminem (sí, el rapero), ya que según él la escribió teniendo en cuenta la lucha personal del músico a lo largo de su carrera. La metáfora es más interesante que la película en sí, pero igual no deja de ser un exponente correcto del cine pugilístico que en el pasado nos ha regalado grandes hitos y clásicos instantáneos. “Revancha” entretiene, cumple con el objetivo de mostrar el intercambio de golpes reglamentario con una cámara vertiginosa y toda la parafernalia que esta disciplina se merece, pero falla a la hora de conmovernos con su sufrido protagonista y esa lucha personal que lo debe sacar del fango para devolverlo al Olimpo de los campeones, de la vida y de los deportes. Dirección: Antoine Fuqua Guión: Kurt Sutter Elenco: Jake Gyllenhaal, Forest Whitaker, Rachel McAdams, Naomie Harris, Victor Ortiz, Curtis "50 Cent" Jackson