Una de las peores crisis económicas que tuvo que afrontar los Estados Unidos (y el resto del mundo como consecuencia) es la base de esta genial dramedia que no tiene miedo de romper la cuarta pared para explicarnos las causas y efectos del estallido de la burbuja financiera. Adam McKay, guionista, director y productor egresado de Saturday Night Live, cosechó una exitosa carrera de la mano de la comedia y de su estrecha colaboración con Will Ferrell. Con “La Gran Apuesta” (The Big Short, 2015), el realizador no pierde el sentido del humor y se embarca en una propuesta muy diferente: los intricados vericuetos de la crisis económica que vivió los Estados Unidos a partir del año 2007 cuando a los bancos les explotó en la cara la bien llamada burbuja financiera. Tomando como punto de partida el libro homónimo de no ficción escrito por Michael Lewis en 2010, McKay sigue de cerca a varios personajes que se la vieron venir y decidieron no hacer absolutamente nada al respecto, apostando a favor de la crisis y en contra de los mismos bancos que crearon semejante caos. El resultado: al final, lograron embolsarse una grosera suma de dinero mientras observaban como ardía Troya a su alrededor. “La Gran Apuesta” no es una historia de héroes, pero tampoco de villanos. Imagínense a un grupo de vendedores de ataúdes que pueden analizar las causas y consecuencias de un tremendo accidente y, sin poder prevenirlo de ninguna manera, se sientan a esperar a que todo pase para luego sacar el mayor provecho de su producto. Y en esta historia, los cuerpos se cuentan por millones. Estamos en 2005, en una oficina de california donde Michael Burry (Christian Bale), un excéntrico genio de las finanzas comienza a intuir que el mercado hipotecario no es tan estable como se cree, y decide hacer una jugada maestra arrastrando a los inversores por un camino que, posiblemente, no vea sus frutos hasta pasados unos cuantos años y varios miles de millones depositados. Como una bola de nieve, esta movida llega hasta Nueva York y los oídos de Jared Vennett (Ryan Gosling) que decide entrar en el juego al ver que las predicciones de Burry son absolutamente ciertas. Una llamada equivocada alerta a Mark Baum (Steve Carell) y su gente y, de repente, todos estos “marginados” de las finanzas empiezas a apostar en contra de todo aquello para lo que trabajan y en lo que creen: hablando mal y pronto, apuestan en contra del bienestar económico de América. La terminología es compleja y, tal vez, requiere un par de visionados para tratar de entender cada tipo de bono, movimiento e inversión, pero el afiladísimo guión de Charles Randolph y McKay se las ingenia para explicarnos de la mejor forma posible cada una de estas cuestiones e incluso se anima constantemente a romper la “cuarta pared” y sumar elementos totalmente ajenos al relato que le dan un estilo único a la narración. Cualquier detalle es un spoiler potencial, pero no le tengan miedo hasta historia porque la palabrería es interrumpida a cada momento con un recurso diferente y más simpático que el anterior, como estrellas invitadas que hacen de sí mismas para explicar tal o cual jerga económica. La ironía con la que se maneja, sumada a un elenco verborrágico que no hace agua por ninguna parte, y cierta autocrítica, convierten a “La Gran Apuesta” en un animalito exótico, mezcla de comedia con un ritmo vertiginoso y una historia real que tuvo dramáticas consecuencias para la economía del mundo. Al final ya nadie ríe, los millones ganados se cuentan a montones y los involucrados se enfrentan a sus propios dilemas morales. Ellos lo saben y nosotros también: la casa siempre gana. “La Gran Apuesta” no es para cualquiera, pero es un gran hallazgo para la temporada de premiaciones. Un montaje increíble, un guión afilado y un grupo de protagonistas que saben como guiarnos por las delgadas paredes de esta burbuja que no para de crecer hasta que estalla. Dirección: Adam McKay Guión: Charles Randolph y Adam McKay Elenco: Christian Bale, Steve Carell, Ryan Gosling, Brad Pitt, Marisa Tomei, Melissa Leo, John Magaro.
Ron Howard nos cuenta una dramática aventura marina, basada en hechos reales, que terminó inspirando uno de los clásicos más celebrados de la literatura. Los egos, la ambición humana, la perseverancia y el instinto de supervivencia se ponen a prueba en este grupo de hombres que lucha por volver a casa. Arrancamos en 1850. Un joven (y bastante desesperado) Herman Melville visita al avejentado Thomas Nickerson (Brendan Gleeson), el último sobreviviente del trágico destino del ballenero Essex. El autor le ofrece todo lo que tiene para que le cuente su historia, un dramático relato que jamás ha compartido con nadie, ni siquiera con su esposa. Así nos vamos hacía atrás en el tiempo, a 1820 donde una de las grandes compañías balleneras de Nantucket (Massachusetts) ha puesto a punto uno de sus mejores navíos para emprender una nueva travesía, la cual consiste en pasar varios meses en el mar en busca del preciado aceite de cetáceo. Owen Chase (Chris Hemsworth) espera conseguir el merecido puesto de capitán, pero queda relegado a primer oficial bajo el mando de George Pollard (Benjamin Walker), un tipo con poca experiencia, pero proveniente de una de las mejores familias de la zona. La relación, obviamente, comienza con el pie izquierdo y se va a prolongar por un largo, largo tiempo. Entre la tripulación se encuentran muchos de los fieles hombres de Chase, así también como el pequeño Nickerson (Tom Holland), un huérfano de 14 años dispuesto al trabajo duro y la aventura. Los conflictos entre Pollard y Chase casi logran que el barco naufrague, pero ambos deciden dejar de lado sus diferencias y concentrarse en su misión: volver a puerto cargados con el valioso aceite. La caza de su primer espécimen levanta el espíritu de la tripulación, pero pronto ya no quedan animales a la vista en el Océano Atlántico. Tras meses sin un cetáceo a la vista, el Essex rumbea hacia el Pacifico donde los marineros de la zona aseguran que existe un lugar aislado plagado de estos mamíferos. La leyenda resulta ser verdadera, pero también los dichos sobre una enorme ballena blanca vengativa que ataca a cualquier nave que se le atreva. La ambición de Pollar y Chase se pone a prueba cuando se encuentran con esta bestia marina que embiste y destruye el barco dejando a la mayoría de sus hombres a la deriva y lejos del resguardo de la costa. Acá en donde empieza la verdadera odisea para estos hombres curtidos que deberán buscar los medios para sobrevivir en mar abierto, sin agua ni comida. La desesperación los llevará a tomar medidas extremas y espantosas, cosas que guardarán en sus almas y que los atormentarán por el resto de sus vidas. Ron Howard muestra su enorme maestría detrás de las cámaras –y su habilidad para cargarse cualquier género al hombro- y nos cuenta una historia terrible, un poco diluida, como si fuera ese relato “más romántico” recreado por Herman Melville. Las escenas acuáticas son impresionantes, al igual que los naufragios, las embestidas y la cacería de los animales, pero al desaturar los colores, todo parece menos violento y “realista”, algo que se agradece (la matanza de la ballena no es para estómagos blanditos) y que le otorga un estilo visual único. El problema pasa por la construcción de los personajes y, más que nada por sus actuaciones. No hay nada que nos conmueva y nos obligue a empatizar con ellos, lo que termina siendo el error más grande de la película. El guionista Charles Leavitt toma como punto de partida la novela histórica “In the Heart of the Sea: The Tragedy of the Whaleship Essex” (2000), escrita por Nathaniel Philbrick, y eso es lo que parece, un recuento de acontecimientos que no envuelve ningún tipo de emoción humana. La culpa es de Hemsworth y Walker, responsables de llevar adelante la historia que no logra atraparnos. Tampoco trasmitir ese sentimiento de “concientización ambiental” o amor hacia los animales (o la naturaleza vengativa, imparable e impredecible, en todo caso), que se queda por el camino como gran parte de la trama. “En el Corazón del Mar (In the Heart of the Sea, 2015) no deja de ser una aventura muy bien filmada. Un poco larga tal vez y carente de emoción, pero se ajusta bastante bien al drama histórico y biográfico. Dirección: Ron Howard Guión: Charles Leavitt Elenco: Chris Hemsworth, Benjamin Walker, Cillian Murphy, Tom Holland, Ben Whishaw, Brendan Gleeson, Michelle Fairley.
Podemos decir que la galaxia está en orden. No literalmente hablando, pero sí este universo que creó George Lucas hace casi cuarenta años. Cómo se esperaba, la corrección de J.J. Abrams vuelve a traer el equilibrio a la Fuerza, y a una franquicia que perdió su brillo (y un poco del cariño del público) con tres malogradas precuelas. Hace mucho tiempo… En una galaxia muy, muy lejana. Las palabras aparecen en pantalla y algo se remueve en el interior, sin siquiera poder evitarlo. Ya no hay apertura de Fox, pero tampoco está la de Disney, porque no es cuestión de romper la mística desde el primer segundo. En apariencia, todo está igual, como si no hubiera pasado el tiempo y tres precuelas que nos dejaron con gusto a poco. Star wars, la que recordamos con cariño, está de vuelta, pero para contarnos una historia muy diferente. Poco y nada se puede decir sobre la trama sin entrar en terreno de spoilers. Un terreno que se empieza a transitar desde el scroll inicial que, como siempre, marca el contexto del episodio. Si algo aprendieron J.J. Abrams, Lawrence Kasdan (que vuelve a la franquicia tras “El Regreso del Jedi”) y Michael Arndt es que no necesitamos un montón de explicaciones. Acá, pasaron 30 años desde la caída del Imperio, pero algo ha sobrevivido. La Primera Orden (First Order) está tomando fuerza bajo el estandarte del Lado Oscuro, pero la Resistencia tiene a la República de su parte para hacerles frente. El tema fundamental en cuestión, como ya nos lo veníamos preguntando, es ¿dónde esta Luke Skywalker (Mark Hamill)? Buscado por los buenos para unirse a la causa, y por los malos para destruirlo. “Star Wars: El Despertar de la Fuerza” (Star Wars: The Force Awakens, 2015) es cíclica. Ya no son los planos de la Estrella de la Muerte los que cruzan el camino de los personajes principales, sino la supuesta ubicación del Jedi. Poe Dameron (Oscar Isaac), el mejor piloto de la Resistencia, tiene la misión de recoger dichos planos en Jakku -un planeta desértico y plagado de desechos de antiguas guerras-, y es ahí donde empieza a desatarse el caos. Así como R2-D2 fue la clave de “La Guerra de las Galaxias” (Star Wars, 1977), BB-8, el droide de Dameron, es el héroe improbable de esta historia. Abandonado a su suerte en este planeta lejano y con los dichosos planos a cuestas, pronto se convierte en blanco más buscado por todos. En Jakku hace amistad con Rey (Daisy Ridley), una jovencita independiente y autosuficiente que intercambia chatarra por comida y cuenta los días hasta que alguien (esas personas que la abandonaron allí) venga a buscarla. Lo que sí va a encontrar es la aventura de su vida, de la mano de este androide y de “Finn” (John Boyega), un stormtrooper renegado que en su primera batalla decide que esto de matar y destruir no es lo suyo. Podemos decir que Rey vive su viaje iniciático, su pequeña odisea (o el comienzo de ella), de la misma forma que Luke, recorriendo la galaxia y sorteando todo tipo de peligros, aunque sin la guía de un maestro Jedi, aunque con todas las habilidades de una sobreviviente. La química entre los personajes es la clave de todo y el triunfo de una historia que, seamos justos, no es súper original ni puede evitar los lugares comunes. J.J. sigue al pie de la letra la receta de Lucas, pero cambiando un poquito los condimentos. Todo es reconocible para los fans de la saga y una gran aventura para aquellos que entren por primera vez a este universo. No hay abuso de pantallas verdes, aunque sí de la nostalgia de aquellas primeras entregas que cambiaron la forma de ver el cine para muchos de nosotros. Ya no hay princesas en peligro, hay generales que dan órdenes y huérfanas que salvan las papas de sus compañeros masculinos. Nuestros héroes –Han, Chewy, Leia- están de regreso con varios conflictos a cuestas y pasando el testigo a nuevas generaciones. Los malos son un tema aparte. Está la figura misteriosa que maneja los hilos –el Líder Supremo Snoke (Andy Serkis)-, el militar que se encarga de las estrategias -General Hux (Domhnall Gleeson) y, por supuesto, ese aprendiz seducido por el Lado Oscuro de la Fuerza. Kylo Ren (Adam Driver) no es Darth Vader, ni mucho menos. Es un joven bastante confundido (y conflictuado) que también tendrá que recorrer su propio camino, un personaje con muchísimas más facetas de lo que venimos atestiguando. “Star Wars: El Despertar de la Fuerza” tiene todo lo que queremos ver en una película de la saga. Todo es correcto y muchísimo más variado: hay aventura, humor y drama. Hay épica intergaláctica. ¿Es la mejor de todas? Por supuesto que no, pero hace un gran esfuerzo para arrimarse a esa mística que flota en el aire desde hace casi cuatro décadas. La nostalgia juega un papel importante, y el sentimiento lo sigue aportando la inigualable partitura de John Williams. Los nuevos personajes son un gran hallazgo para expandir este hermoso universo. Héroes y villanos con los que podemos relacionarnos y hasta preocuparnos por un ratito. Tal vez exagera con el humor (te estamos mirando a vos, Finn), pero es parte de las características de un protagonista que todavía tiene que descubrir su verdadero rol en esta historia. ¿Y Luke? Skywalker el alma de esta fiesta, una presencia que lo une todo, casi, casi como la Fuerza. “El Despertar de la Fuerza” no va a cambiar la historia del cine más allá, tal vez, de algunos records de taquilla, pero Abrams logra devolver un poco de la magia perdida, de ese disfrute de la epopeya intergaláctica de la que Lucas nos despojó con sus últimas entregas. El entretenimiento, la diversión y la nostalgia están bien presentes en esta galaxia un poquito más cercana. Dirección: J.J. Abrams Guión: Lawrence Kasdan, J.J. Abrams, Michael Arndt. Elenco: Daisy Ridley, Mark Hamill, Carrie Fisher, Harrison Ford, Oscar Isaac, Adam Driver, Gwendoline Christie, Peter Mayhew, Domhnall Gleeson, John Boyega, Simon Pegg, Kenny Baker, Lupita Nyong'o, Andy Serkis, Anthony Daniels, Warwick Davis, Max von Sydow.
Llega la remake norteamericana de una de las películas argentinas más queridas y exitosas de todos los tiempos. Estas adaptaciones siempre generan controversias y cambios inesperados, pero el director y guionista Billy Ray logra darle una interesante vuelta de tuerca a la historia de Eduardo Sacheri. El realizador Billy Ray es más conocido por sus créditos como guionista, por ejemplo “Capitán Phillips” (Captain Phillips, 2013), por la que fue nominado al Oscar, que por sentarse en la silla del director. Con “Secretos de una Obsesión” (Secret in Their Eyes, 2015) tiene una tarea monumental: repetir el éxito de nuestra oscarizada “El Secreto de sus Ojos” (2009), adaptando una trama con todos los conflictos y la idiosincrasia bien argenta, a las tribulaciones de los norteamericanos de la mano de un gran elenco encabezado por Chiwetel Ejiofor, Nicole Kidman y Julia Roberts. Estamos en la ciudad de Los Ángeles, en los meses posteriores al 11 de septiembre donde todavía el país está en alerta constante y a la espera de futuros posibles atentados. Ray Kasten (Ejiofor) y Jess Cooper (Roberts) son parte de un equipo de investigadores del FBI que, junto a la oficina del fiscal de distrito (donde acaba de ingresar Claire –Kidman-) se dedican a seguirle la pista a cuanto sospechoso “terrorista” se le cruza por el camino, concentrando su vigilancia en una mezquita de la zona. Todos se ponen en alerta cuando reciben el llamado anónimo de la aparición del cuerpo de una joven cerca del lugar, víctima de violación y asesinato que, para la sorpresa y el horror de todos los involucrados, resulta ser la hija adolescente de Cooper. La investigación pronto empieza a encontrar obstáculos internos que no permiten encontrar al verdadero culpable, un caso que se va poniendo cada vez más engorroso y que pone a prueba las lealtades y las amistades dentro de este equipo que termina desintegrado. Quince años después, Kasten cree haber encontrado al asesino que quedó libre y sin cargo. Su obsesión por atraparlo volverá a remover todas las heridas, los conflictos y las relaciones que quedaron truncas, sobre todo con Claire (ahora convertida en la nueva fiscal), un romance que nunca pudo ser, pero cuya pasión no ha desapareció. Billy Ray nos lleva y nos trae del presenta al pasado y viceversa, uniendo las piezas de este rompecabezas muy al estilo de la película de Juan José Campanella. La gran diferencia con esta adaptación, además del contexto, es la forma en que se involucran los personajes, cuyo caso les toca más de cerca. Roberts no intenta ser Guillermo Francella ni Pablo Rago, es un hibrido más víctima que victimario y una de las mejores apuestas de esta película que, si bien mantiene los climas y la tensión, y logra acertadamente construir la intriga paso a paso, se vuelve densa por momentos, sobre todo cuando se enfoca en la relación amorosa entre Claire y Ray, totalmente falta de química y esa pasión que debería tener. “Secretos de una Obsesión” toma prestado varios artilugios del film argentino, pero no le alcanza para acercarse a esa originalidad que atrapó al público y a los votantes de la Academia. Las obsesiones y las culpas se vuelven el eje de la historia, pero todo se va quedando por el camino y se nos presenta a medias tintas. El conjunto general está bastante bien y es entretenido, pero hay que dejar de lado las comparaciones con la original para poder disfrutarla un poco más y no encontrarle tantos baches y lugares comunes. Dirección: Billy Ray Guión: Billy Ray Elenco: Chiwetel Ejiofor, Nicole Kidman, Julia Roberts, Dean Norris, Alfred Molina, Joe Cole, Michael Kelly, Zoe Graham.
Pixar estrena película por segunda vez en el año, una historia completamente opuesta a “Intensa-Mente” (Inside Out, 2015), pero con todos los elementos característicos del estudio de la lamparita. Un viaje iniciático donde la naturaleza es el verdadero villano y los protagonistas dos seres muy diferentes con un montón de vivencias en común. “Un Gran Dinosaurio” (The Good Dinosaur, 2015) sufrió varios traspiés antes de llegar a la pantalla grande. Su historia cambió de manos, pero nunca perdió esa esencia pixariana. El debutante Peter Sohn –un viejo conocido del estudio, responsable del simpático cortometraje “Parcialmente Nublado” (Partly Cloudy, 2009)-, tomó el toro por las astas cuando Bob Peterson -guionista y co-director de “Up- Una Aventura de Altura” (Up, 2009) entre otras cosas-, se desligó del proyecto en 2013. Esta nueva maravilla de Pixar (sí, disculpen la falta de objetividad) parte de la base de que el asteroide esquivó la Tierra, los dinosaurios nunca se extinguieron y ahora conviven, de alguna manera, con los humanos en su forma más salvaje. Alro es un joven y asustadizo apatosaurus que proviene de una curtida familia de “granjeros”. Si, los dinos cosechan y le hacen frente a las alimañas en su pequeño paraíso en la Tierra que no deja de estar rodeado de peligros. Peligros que llegan de la mano de la Madre Naturaleza a la que el cuadrúpedo le tiene un miedo atroz. Algo marca para siempre la vida de Arlo, que no sabe como ganarse ese lugar que le corresponde entre sus hermanos, mucho más fuertes y capaces que él. Pero el destino le tiene preparado otros planes cuando un desafortunado accidente lo aleja del hogar y se pierde en la inmensidad de un mundo bastante violento. Así cruza caminos con Spot, un pequeñín humano y salvaje al que, demasiado desconfiado, termina adoptando como mascota. Claro, “Un Gran Dinosaurio” invierte los roles y los animales –muy diferentes en actitud a lo que conocemos gracias a “Jurassic Park”, por ejemplo- son los verdaderos protagonistas. Una fauna plagada de extrañas criaturas, muchas veces, poco amigables. La película está llena de contrastes. A unos simpáticos dinos, casi caricaturescos, se le oponen unos escenarios imponentes y con un nivel de detalle que nos hace olvidar que estamos viendo una película animada realizada por computadora. Cada imagen es increíble y, junto con la genial banda sonora a cargo de Jeff y Mychael Danna), nos retrotrae al más clásico relato del Lejano Oeste, lleno de rancheros y ladrones de ganado, entre otras cosas. Arlo y Spot exudan esa ternura que no se puede dejar pasar, pero que choca con algunos momentos escatológicos, hilarantes y sobre todo ultraviolentos (podríamos decir casi tarantinescos), eso si tenemos en cuenta que no deja de ser una película para “todo público”. Y a no olvidar esas sutiles referencias que nunca sobran. La mayoría de los films de Pixar hablan de un viaje (intrínseco o real), así como los grandes relatos de la humanidad. Acá, a la travesía en sí, se le suma el autodescubrimiento, la definición de amistad y de familia, cosas simples que ya sabemos y entendemos, pero en las manos de la gente del estudio se convierte en risas y lágrimas por partes iguales. Mención aparte merece “Sanjay - El Súper Equipo” (Sanjay´s Super Team, 2015), el cortometraje “inspirado en hechos reales” creado por Sanjay Patel, que se exhibe antes de la película. Un enfrentamiento de generaciones, prioridades y un redescubrimiento de las culturas que brilla tanto desde lo visual como de la tiernísima historia que nos cuenta. “Un Gran Dinosaurio” no es lo más brillante de Pixar, pero es una gran aventura con una historia original, cargada de humor, homenajes, mucha acción y esos momentos que nos fruncen la garganta. No se dejan llevar por la primera impresión, detrás de esos animalitos de caricatura hay una historia tan humana como emotiva. Dirección: Peter Sohn Guión: Meg LeFauve Elenco: Con las voces de Jeffrey Wright, Frances McDormand, Maleah Nipay-Padilla, Ryan Teeple, Jack McGraw, Marcus Scribner, Raymond Ochoa, Jack Bright, Peter Sohn, Steve Zahn, Mandy Freund, Anna Paquin.
El clásico de Mary Shelley vuelve a la pantalla grande cambiando el ángulo de la historia. Acá, conocemos a Victor Frankenstein y sus experimentos a través de los ojos de su amigo y colega Igor, una relación complicada que no termina nunca de definirse. Empecemos por lo mejor. El director escocés Paul McGuigan no es un experto cinematógrafo, pero ha lucido sus habilidades en algunos de los mejores episodios del “Sherlock” de la BBC. Esta nueva adaptación del clásico literario de Mary Shelley, a cargo de Max Landis (sí, el hijo de), se esmera por representar una de las mejores épocas para el cine de terror gótico: la Inglaterra pre-victoriana y en plena revolución industrial, el escenario perfecto para darle vida a esta truculenta historia que juega con la ética y los límites entre la vida y la muerte. Visualmente impactante -aunque todo el tiempo nos recuerde al “Sherlock Holmes” (2009) de Guy Ritchie, con esa mezcla de misterio y acción (aunque acá el equilibrio es bastante fallido)-, la película rescata los momentos más icónicos de la historia como ya nos los mostró infinidad de veces el séptimo arte, pero quedan deslucidos bajo un montón de tramas y sub-tramas que se amontonan sin ningún sentido. Al final, no estamos tan seguros de qué trata “Victor Frankenstein”, por más que nos refrieguen en la cara la relación entre el “buen doctor” y su asistente. La dupla McGuigan/Landis quiere darle un giro a esta historia, pero el tiro les sale por la culata. Todo comienza en el Circo Barnaby donde el “jorobado” (Daniel Radcliffe) pasa sus días como freak de feria desperdiciando sus talentos innatos para la medicina, disciplina que estudia en sus ratos libres de forma totalmente autodidacta. Un desafortunado incidente lo pone en el centro de la escena y en contacto directo con Victor Frankenstein (James McAvoy), un tipo bastante misterioso desde el vamos que, en seguida conecta con el muchacho y sus habilidades, y lo rescata del único “hogar” que conoció durante toda su vida. Victor le da casa, comida y una nueva identidad, la de Igor (un ex compañero desaparecido), pero también pone su laboratorio a disposición del muchacho para que lo ayude a llevar a cabo su más grande experimento: poder retornar las personas a la vida, una vez que se fueron para el otro mundo. Hay amistad, hay compañerismo y buenos tratos, pero pronto sus ideas empiezan a chocar e Igor duda de las verdaderas intenciones de su “maestro”. Lo que al principio parece una técnica revolucionaria que podría ayudar a las personas, de repente se convierte en algo monstruoso y siniestro. En esta ecuación hay que agregar al inspector Turpin (Andrew Scott), un detective obsesionado por atrapar a un ladrón de partes de cadáveres de animales, cuyas pistas pronto lo arriman a esta pareja de “científicos”. Las profundas creencias religiosas de Turpin jugarán un papel importante, así también como la relación amorosa que se establece entre Igor y una ex equilibrista del circo que parece entorpecer los avances del experimento, algo que no es del agrado de Victor. Como ya se dijo, acá hay demasiados conflictos. La película se esfuerza por contarnos el punto de vista de Igor –un Daniel Radcliffe que pone toda la onda, pero sigue sin convencer en materia actoral-, pero pronto se descarrila y no sabe para donde ir. El Frankenstein de James McAvoy no se decide si es un sádico controlador o un tipo con traumas y buenas intenciones en el fondo y, en el medio, tenemos persecuciones policiales, chanchullos corporativos y un bromance que pasa del amor al odio más rápido que Anakin al Lado Oscuro. “Victor Frankenstein” no deja de ser entretenida y desde la puesta en escena cautiva lo suficiente como para darle una oportunidad, pero como historia no convence y preferimos quedarnos con el clásico relato de ese Prometeo moderno en busca de una identidad. Dirección: Paul McGuigan Guión: Max Landis Elenco: Daniel Radcliffe, James McAvoy, Jessica Brown Findlay, Bronson Webb, Daniel Mays, Andrew Scott, Callum Turner , Louise Brealey, Mark Gatiss.
Otra franquicia adolescente llega a su fin pero, a diferencia de muchas de sus congéneres, las desventuras de Katniss Everdeen demostraron ser un animalito muy diferente, que dejó de lado los entuertos amorosos y elementos fantásticos, para darle prioridad a temas más oscuros y, lamentablemente, muy actuales. Frases como “saga adolescente” y “young adult” espantan a cualquiera que no entre directamente en el target de estas franquicias literarias adaptadas a la gran pantalla con mayor o menor suceso. Con Harry Potter parecía haberse cerrado una etapa (una que pronto volverá a abrir sus compuertas de la mano de un spin-off), pero pronto fue reemplazada por un sinfín de historias protagonizadas por adolescentes plagados de problemas amorosos o de otras índoles. La ciencia ficción y los futuros distópicos se pusieron a la cabeza de la lista de los preferidos del público gracias a sagas como “Divergente” (Divergent) o “Maze Runner”, pero la trilogía literaria pergeñada por Suzanne Collins resultó la más efectiva y taquillera, en gran parte por ¿culpa? de su protagonista: Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence), lo opuesto a una damisela en peligro y lo más cercano a una heroína trágica que nos dio el siglo XXI. Con “Los Juegos del Hambre: Sinsajo – El Final” (The Hunger Games: Mockingjay – Part 2, 2015), el director Francis Lawrence le da cierre a esta franquicia que supo dejar los problemas amorosos adolescentes a un costado y concentrarse en temas un poquitín más serios como la lucha de clases, la influencia de los medios de comunicación, la supervivencia y el control gubernamental, entre otras cosas. Esta última entrega es una película bélica, mire por dónde se la mire y el relato, lamentablemente, queda demasiado actual y cercano a los hechos que se viven en estos momentos alrededor del mundo. “Los Juegos del Hambre” dejó de ser un “juego” para chicos y se transformó en una cruda metáfora (involuntaria) de los tiempos que corren, pero también en una plataforma para resaltar el rol de la mujer y, sobre todo de la heroína de acción, tantas veces vapuleado y desmerecido. Pese a quien le pese, Katniss Everdeen puede pararse junto a Sarah Connor, Ripley o la princesa Leia sin ninguna vergüenza. En manos de Jennifer Lawrence esta jovencita, que no tuvo muchas opciones, se convierte en un símbolo de resistencia, aunque imperfecto y lleno de matices que, tranquilamente, podría haber terminado siendo un personaje cursi e insufrible. Sinsajo pone a la mujer en todos los lugares de poder. Acá son generales, salvadoras, estrategas que van a la par (o por encima) de sus contrapartes masculinas. Sí, también hay una extraña historia de amor, un triangulo romántico que no desentona, en parte, porque los que lo conforman son personas dañadas que tienen que tiene que volver a sentir algún tipo de emoción en medio de toda esta violencia televisada. Los mortales Juegos del Hambre habrán llegado a su fin, pero desde el Capitolio, el próspero centro de Panem, no pretenden acabar con la represión de los distritos más pobres que decidieron rebelarse y entrar en conflicto con el presidente Snow (Donald Sutherland) y su maquinaria opresiva. La última misión para Katniss es enfrentarse a su más grande enemigo y ponerle fin a la guerra, una meta complicada y plagada de peligros a cada paso, literalmente hablando. La chica y un grupo de sus seguidores más fieles (y otros no tanto) deberán irrumpir en la capital y encontrar a Snow, pero el mandatario no piensa rendirse tan fácilmente. Claro que hay bajas, manipulaciones y dudas como en cualquier campo de batalla. La segunda parte de Sinsajo se va cerrando por etapas y a medida que los rebeldes se acercan a su objetivo. La acción casi nunca descansa, y cuando lo hace es cuando afloran los momentos más humanos. La ciencia ficción está presente, tal vez en menor medida que en las anteriores, pero ayuda a crear un clima lleno de violencia, ataques y resistencia que, en seguida nos recuerda a otras historias de esta magnitud épica como “Star Wars”, si lo dijimos. “Los Juegos del Hambre” tal vez se parezca un poco a muchas otras cosas, pero logró encontrar su propio camino y triunfar sin caer en los lugares comunes del romance y las angustias adolescentes. Su joven audiencia puede aprender algunas cosas sobre la naturaleza humana -sus logros y desaciertos- mientras disfruta del entretenimiento y la acción que ofrece la franquicia. Katniss cumple y dignifica. Dirección: Francis Lawrence Guión: Peter Craig, Danny Strong Elenco: Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson, Liam Hemsworth, Woody Harrelson, Donald Sutherland, Philip Seymour Hoffman, Julianne Moore, Willow Shields, Sam Claflin, Elizabeth Banks, Mahershala Ali, Jena Malone, Jeffrey Wright, Stanley Tucci.
M. Night Shyamalan busca reconquistar nuestros corazones cinéfilos de la mano de un thriller de terror, muchísimo más modesto a lo que nos tiene acostumbrados, y adaptado a los nuevos convencionalismos de un género que no aportó mucho en los últimos años. Alguien dijo, alguna vez, que M. Night Shyamalan era el nuevo Steven Spielberg. Claro que la comparación duró muy poco y pronto nos dimos cuenta que el director de “Sexto Sentido” (The Sixth Sense, 1999) no era tan brillante como parecía en un principio. La mayoría de sus películas terminaron encuadradas en una fórmula demasiado repetitiva donde el “plot twist” (ese giro inesperado al final de la trama) se volvió la estrella indiscutida, más allá de que funcione o no, en su conjunto. Tras varios fracasos rotundos de crítica y público, el realizador esta de vuelta con una propuesta mucho más modesta, de la mano de Jason Bloom y su Blumhouse Productions, responsables de cuanta saga terrorífica de bajo presupuesto hayan podido ver en los últimos años. “Los Huéspedes” (The Visit, 2015) podría encasillarse en el formato de “found footage” o, mejor dicho, de película “simil casera” filmada con camarita en mano que simula ser un falso documental. Esa es la idea de Becca (Olivia DeJonge), una adolescente con muchas habilidades audiovisuales que pretende restablecer la relación de su mamá con sus abuelos, fragmentada desde hace más de quince años. La chica, junto con su hermano menor Tyler (Ed Oxenbould) deciden irse de visita a la casa de los nonos durante una semana para que mamá (Kathryn Hahn) pueda tener una escapa romántica con su nuevo novio y seguir recuperándose del abandono sufrido por su ex hace ya un tiempo largo. Los chicos jamás conocieron a sus abuelos ya que la relación familiar se quebró cuando la madre se escapó de la casa persiguiendo al amor de su vida, incluso, ante la negativa y las advertencias parentales. Es la tarea de los pequeños tratar de juntar las piezas, pero también lidiar con su propio abandono. El encuentro es pura alegría, aunque los chicos deban adaptarse a las extrañas costumbres y horarios de estos señores ya mayores. Pero al poco tiempo se empiezan a suceder los más raros acontecimientos de la mano de una nona (Deanna Dunagan) un poco senil y un nono (Peter McRobbie) incontinente. Claro que hablamos de Shyamalan y, en seguida, nuestra mente empieza a buscar las razones ocultas detrás de esta estadía que pronto se torna terrorífica: muertos resucitados, alienígenas o criaturas sobrenaturales son las primeras que se nos vienen a la cabeza. Si algo tenemos que resaltar de M. Night es su capacidad para crear los mejores climas de suspenso, aunque el recurso de la cámara(s) no siempre funciona y termina siendo incongruente, como en la mayoría de los casos que se utiliza. Basta, nadie en su sano juicio se preocupa por seguir filmando cuando lo están persiguiendo con un cuchillo afilado. “Los Huéspedes” está llena de estos convencionalismos (léase lugares comunes) tan propios de este género que no parece llevarse muy bien con el “realismo”. Molesta bastante la actitud tan madura de Becca (que se la pasa hablando como si fuera un joven asistente al BAFICI), pero por suerte tenemos a su hermano que aporta los mejores momentos humorísticos de la trama. El humor se convierte en un elemento esencial, lástima que ésta no sea una comedia, pero se equilibra muy bien con el suspenso y los sustos que son pocos, pero bien acomodados en un argumento que, por supuesto, tiene varias sorpresas. Shyamalan no aporta nada nuevo y utiliza herramientas ya gastadas, pero logra su cometido y, al bajarse del pedestal y mostrarnos su lado más humilde, podría volver a ganarse nuestro cariño y respeto. “Los Huéspedes” entretiene y no necesita de muchos artilugios para generar tensión e incomodidad en el ambiente. No es lo mejor que le pasó al terror en los últimos tiempos, pero nos arranca alguna sonrisa… y algún saltito en la butaca. Dirección: M. Night Shyamalan Guión: M. Night Shyamalan Elenco: Kathryn Hahn, Olivia DeJonge, Ed Oxenbould, Deanna Dunagan, Peter McRobbie, Benjamin Kanes.
El agente 007 llega a su vigésima cuarta aventura cinematográfica, una entrega que pretende redondear el paso de Daniel Craig por la legendaria franquicia y traer de vuelta a los fantasmas de su pasado. James Bond perdió el alma. No nos referimos al personaje en sí, un ícono del séptimo arte que, en la piel de Daniel Craig, se volvió mucho más introspectivo, violento y “realista”. Un personaje más cercano al Jack Bauer de “24” (2001-2010) o Jason Bourne, agentes más descarnados que encajan a la perfección en la era “post 11/09”. La creación de Ian Fleming nunca perdió el encanto, el glamour o las ganas de patear traseros, pero se fue diluyendo, ante una solemnidad que se arraigó a ciertos productos del cine de acción contemporáneo, en este caso también, con la clara intención de despegarse de aquella ridiculez e inverosimilitud (casi fantasiosa) que ostentó durante décadas en la gran pantalla. Hoy por hoy, franquicias como “Misión: Imposible” (Mission: Impossible) parecen haber tomado el testigo de Fleming, mientras que James Bond se convertía en otra cosa, perdiendo su esencia por el camino. En el año 2006, el director Martin Campbell tuvo la difícil tarea de volver a reflotar la franquicia con “Casino Royale” –ya lo había hecho con “Goldeneye” (1995)- y volvió a triunfar en el proceso con una historia que se apega, como nunca, al relato original del autor. Tras el increíble suceso de “Operación Skyfall” (Skyfall, 2012), la más exitosa de las entregas hasta el momento, su director, el oscarizado Sam Mendes, no tenía intención de volver a ponerse tras las cámaras, pero la gente de MGM y Sony Pictures logró convencerlo para esta nueva aventura que trae de regreso a una de las organizaciones más emblemáticas del universo del 007: SPECTRE. “007: Spectre” (Spectre, 2015) encuentra a Bond, más o menos, donde lo dejamos después de la muerte de M (Judi Dench) y sus quilombos personales, siguiendo una pista en Ciudad de México, en medio de la parafernalia de los festejos del Día de los Muertos. Así arranca la película -como una gran obra de acción y espionaje se lo merece-, con un despliegue visual increíble, una cantidad de extras inimaginables y un plano secuencia impresionante a cargo de Hoyte Van Hoytema, director de fotografía de “Interestelar” (Interstellar, 2014), entre otras cosas. Acá, James es más Bond que nunca, y en apenas unos minutos demuestra por qué es el agente más “polémico” de todos los 00. Sus actos tienen consecuencias, obviamente, que repercuten en lo burocrático. Mientras él destruye edificios en América Latina, en Londres, los altos directivos están tratando de ponerle fin al programa que lo avala. Pero Bond nunca se preocupó por seguir las reglas y, desoyendo las órdenes del nuevo M (Ralph Fiennes), y con la ayuda incondicional de Q (Ben Whishaw) y Moneypenny (Naomie Harris), enfila rumbo a Roma para intentar develar que se esconde tras una serie de atentados. Lo que descubre es una misteriosa organización ligada a los peores males de este mundo con tentáculos que lo controlan todo. Su líder resulta ser una cara demasiado conocida en su pasado, Franz Oberhauser (Christoph Waltz), un tipo maquiavélico que no suele ensuciarse las manos. Lo que sigue es un juego del gato y el ratón a través de las calles de Roma, los Alpes Austríacos, Tánger y de vuelta en Londres. Un sinfín de situaciones de peligro entre Bond, Hinx (Dave Bautista), el matón enviado por Oberhauser para seguirle los pasos y acabar con los cabos sueltos, y Madeleine Swann (Léa Seydoux), una astuta psicóloga que no piensa largar la información tan fácilmente. No se puede contar gran cosa de la trama sin caer en el spoiler. Las escenas de acción no dejan de ser fabulosas, sobre todo por el nivel de “realismo” y efectos en cámara que exhiben. El problema es esa falta de “alma” en el relato que hace que todo sea vea perfecto pero carente de emociones. Los hechos se suceden así como las explosiones, entre un montón de referencias y guiños a momentos y personajes clásicos de la franquicia, así también como a los del pasado de este Bond que ahora debe sufrir las consecuencias de todas sus pérdidas y errores. Los personajes entran y salen de cámara sin dejar su huella (todo un desperdicio el de Monica Bellucci), con la excusa de redondear esta historia y el paso de este 007 por la gran pantalla. A partir de acá las cuentas quedan en orden para los que vendrán después, sea Craig y compañía o un nuevo reboot cinematográfico. El Bond de Craig se volvió demasiado frío y calculador. Más robótico que humano y hasta sus conquistas parecen de manual. El fino humor inglés, como siempre, viene de la mano de los actores secundarios, pero no alcanza para generar ese gran golpe de efecto. “007: Spectre” sigue siendo una gran película de entretenimiento y una de las mejores de este reinicio (tiene muchísima más coherencia), pero algo le falta para entrar en el panteón de las mejores. Mendes hace su trabajo a la perfección (tal vez demasiado perfecto), pero se olvida de emocionarnos. Si para “Operación Skyfall” el realizador tomó nota del tratamiento que Christopher Nolan le da a sus blockbusters (no es coincidencia que use a su director de fotografía y a su montajista de cabecera), acá se apega demasiado a la norma y al “homenaje” cinematográfico, y se olvida de darle rienda suelta a su propio estilo y a la verdadera esencia de James Bond que parece haber quedado abandonado, como si fuera un pariente lejano que los hace pasar vergüenza. El futuro ya nos dirá que le depara a este personaje tan emblemático de la literatura y el arte cinematográfico. “Spectre” tal vez sea el final de una era, una era muy exitosa por cierto, pero una demasiado solemne para el espía seductor que ya está necesitando un poco de sangre fresca. Dirección: Sam Mendes Guión: John Logan, Neal Purvis, Robert Wade, Jez Butterworth. Elenco: Daniel Craig, Christoph Waltz, Léa Seydoux, Ben Whishaw, Naomie Harris, Dave Bautista, Monica Bellucci, Ralph Fiennes, Andrew Scott.
Steven Speilberg y Tom Hanks se vuelven a juntar para hacer lo que mejor les sale: cine puro. “Puente de Espías” está basada en hechos reales, pero no necesita de artificios para atraparnos con una historia tan contundente como emotiva. Pasaron casi sesenta años de dichos acontecimientos, pero el mensaje se nos presenta más actual que nunca Steven Spielberg es capaz de hacer cualquier cosa, al menos cinematográficamente hablando. La última vez que irrumpió en la pantalla grande, lo hizo con “Lincoln” (2012), y logró arrancarnos lágrimas con una porción de la historia norteamericana que, admitámoslo, no nos toca muy de cerca como “ciudadanos”, pero nos concientiza como “individuos”. Esa es la virtud de este gran realizador: tomar cualquier idea y transformarla en un relato único cargado de emociones, imágenes y sonidos, sin importar a qué público está dirigido. Sus historias son universales, ya sean sobre un tiburón asesino, en extraterrestre perdido en la Tierra o un abogado de seguros en medio de un conflicto político. Detrás de todas ellas está lo más importante, el factor humano, y “Puente de Espías” (Bridge of Spies, 2015) sabe muy bien como aprovechar este “recurso”. Arrancamos en Nueva York en el año 1957. Plena Guerra Fría y terror atómico. Rudolf Abel (Mark Rylance) es arrestado en Brooklyn por sospechas de espionaje soviético. El gobierno, los medios y la sociedad ya se encargaron de enjuiciarlo, condenarlo y colocar la soga alrededor de su cuello, incluso, antes de celebrarse cualquier proceso jurídico. Ahí es cuando entra en juego James Donovan (Tom Hanks), un prestigiosísimo (y aún más sagaz) abogado de seguros de una importante firma de la ciudad. A Donovan se le pide, como un favor personal, que se encargue de la defensa del sospechoso, aún sabiendo que todas las probabilidades están en su contra. Esto es un mero formalismo para demostrarle al resto del mundo que los enemigos de la nación son tratados con igualdad y justicia, a pesar de sus actos maquiavélicos. Pero lo que menos abunda en este caso es “igualdad” y “justicia”. Básicamente, a Donovan se le pide que no haga nada, mucho menos, cuestionar la falta de evidencias y las anomalías que se producen durante el proceso. James es un patriota, obviamente, el típico americano con una bella familia y una casita en los suburbios, pero también es un respetuoso de la ley y la constitución, de las cuales se piensa agarrar para defender cuanto pueda a su cliente. Claro que está acción no es bien vista ni por sus socios, ni por el gobierno que presiona sin descanso, ni por sus vecinos que, en seguida, empiezan a cuestionar su verdadero amor a la patria. “Es la obligación del patriota proteger a su país de su gobierno”, recitaba Thomas Paine, uno de los padres fundadores allá por finales del siglo XVIII, y la frase no deja de tener vigencia. Acá también está en juego la moral y la conciencia de un abogado que sabe muy bien como diferenciar estas entidades tan complejas. Abel es encontrado culpable, más allá de las apelaciones, pero Donovan consigue convencer al CIA de conservarlo como moneda de cambio, por si llegado el momento, tuvieran que negociar con los rusos por la liberación de alguno de sus propios agentes. Claro que a los ojos de la sociedad, Estados Unidos no tiene espías, esto hasta que se produce un incidente, y uno de estos “pilotos imaginarios”, Francis Gary Powers (Austin Stowell) y su U-2, es derribado tras las líneas enemigas. Como si pudiera vaticinar el futuro, Donovan pronto es arrastrado hacia un conflicto y una misión mucho más compleja: negociar la liberación del piloto americano con los rusos, entregando a cambio a Rudolf ante las autoridades alemanas. Ahí es donde la película comienza a cambiar de tono. Lo que empezó como un relato procesal, pronto vira hacia una trama de espionaje hecha y derecha (cruda y visceral), sólo que en vez de un agente experimentado y lleno de truquitos, tenemos a un abogado tratando de hacer su mejor esfuerzo sin morir en el intento, en una Alemania que está experimentando uno de los cambios más abruptos y violentos de su historia. “Puente de Espías” es muchas películas en una y puede equilibrarlas a la perfección gracias a la maestría de Spielberg para contar historias, al afiladísimo guión de Matt Charman –con la colaboración de los hermanos Coen- y a un protagonista como Hanks que no necesita esforzarse en ningún momento dentro de la cáscara de un personaje íntegro de esos que le calzan como anillo al dedo. Ni hablar de una contraparte como Rylance, todo un hallazgo cinematográfico. De repente tenemos ante nuestros ojos los relatos de cuatro personajes y sus vicisitudes que se entrecruzan sin ningún problema. Todo encaja al dedillo, nada sobra y cada frase podría estamparse en piedra. Parece un film sencillo, de esos que uno encuentra en el cable zapping mediante, pero la historia de Spielberg esconde mil capas y, al igual que “Lincoln”, se las ingenia para retratar el estado actual político de su país, aunque tome sucesos ocurridos hace ya varias décadas. La justicia, la moral, la ética, los derechos humanos, las causas justas… son tópicos que no pasan de moda, y no deberían tomarse a la ligera. Steven Spielberg lo sabe y se junta con Hanks -su mejor aliado cuando se trata de estas cosas- para volver a regalarnos una hermosa clase de historia y de buen cine, ese que viene ostentando desde hace más de cuatro décadas. Dirección: Steven Spielberg Guión: Matt Charman, Joel Coen, Ethan Coen. Elenco: Tom Hanks, Amy Ryan, Alan Alda, Eve Hewson, Mark Rylance, Billy Magnussen.