Esta producción es un muy buen ejemplo de lo que la jerga popular llama “la magia del cine”. Para poder justificarlo voy a recurrir a la crítica que realicé de la primera parte de “Insidiuos”, también dirigida por James Wan, no hace mucho tiempo, en mayo de 2011. En el final de la nota decía que….” La tercera vez, ya fue una sensación de horror, y es cuando el filme termina dejando abierta la posibilidad de una segunda parte”…. Situación y profecía que, a las pruebas me remito, se ha cumplido. Pueden llegar a vislumbrarse varias razones, la principal a mi criterio es que el éxito comercial dio rienda suelta a los productores a continuar, y de ser posible establecer una franquicia, del mismo modo que James Wan iniciara con la deplorable saga de “Los Juegos del Miedo” en el 2004, para llegara con la de próximo estreno a la octava. Digo yo, ¿no es demasiado?, o ¿no se cansan de filmar tanta basura? Parece que el dinero manda, ¿no? Al principio hablaba de la magia del cine. Algunos trucos son indescifrables, otros no tanto, la magia aquí se instala al promediar la narración y se refrenda al finalizar la misma. Esta segunda entrega no es tan mala como la primera, lo que no quiere decir que sea buena. Tiene como diferencia sustancial con la primera parte es que en esta continuidad no se repite la idea de la residencia embrujada, no lo hace, no lo puede hacer, ya que al finalizar la primera Josh Lambert (Patrick Wilson) se muda con su familia al hogar de la infancia donde vive su madre, junto a su mujer y sus hijos, razón por la cual el demonio no habita la casa sino el cuerpo de alguno de ellos. Entonces el filme se construye más cercano al terror psicológico que al físico, en eso gana aunque no deja de utilizar presencias fantasmales e imágenes no muy identificables pero si aterradoras. Todo debe tener un principio y esta historia lo encontrará en la década del ‘80, la época de la infancia, a la postre no tan feliz, de Josh, intento tan trillado que el sólo hecho de presentarlo genera fastidio, sobre todo por la torpeza narrativa con que la presentan, nada queda en la generación de la duda. El simple suspenso, el miedo, se provoca únicamente por los abruptos efectos sonoros que producen sobresaltos en los espectadores, pero que nada agrega al género, sólo estamos ante una película que regresa a algunos momentos del relato original, explorando, si se quiere, el otro lado de la historia. Cuando los Lambert habían dejado atrás a los demonios que acechaban a su hijo, la calma dura tan sólo unas cuantas horas… al parecer algo del más allá está en nuestro mundo, en especial en alguno de sus cuerpos. Dentro del rubro de la actuación es buena la performance de Rose Byrne como Lorraine Lambert, la esposa de Josh, al mismo tiempo es loable el esfuerzo de Patrick Wilson por darle credibilidad a la dualidad de su personaje, el bueno y amoroso esposo y padre de familia en contraposición al malvado poseído por el demonio, claro que con mucha ayuda del muy buen maquillaje, la buena dirección de arte, destacándose la fotografía aunque tampoco aporta nada nuevo al rubro. Por otro lado, la otra variable de la magia del cine se produce en las actuaciones o más específicamente en las actrices, ya que, y vuelvo al texto de la critica anterior donde decia...” El pánico se apodero de mi en el segundo momento, y es cuando pude percibir el daño irreversible que el tiempo le había provocado a la otrora bella Bárbara Hershey”…. En esta nueva parte, dos años más tarde, la ex bella señora hasta parece más joven que en la anterior, muy poco tiempo de filmación entre la una y la otra, es la magia del cine, o con el dinero de la primera se le pago al cirujano plástico. La verdad es todo esto poco importa y nada, como la sensación que me produjo ver este subproducto del terror. Lo dicho, no es tan mala como la primera.
Maridos y esposas Constantemente se puede leer y escuchar, y en esta ocasión con más estruendo, del retorno de Woody Allen a lo mejor de su producción. ¿Cuándo se había retirado definitivamente? Es verdad que el tour realizado en el viejo continente, en el cual constituyo lo más heterodoxo y fluctuante de su producción, nunca pareció haberse tomado vacaciones ni presentificaba un destierro, saltando de obras maravillosas como “Match point” (2005) a olvidables como “Vicky Cristina Barcelona” (2008), pasando por la genial, sin ser obra maestra, como “Medianoche en Paris” (2011), una de las pocas donde pone en juego su querer decir también desde la luz, el color, la escenografía, los movimientos de cámara, elementos agregados a la siempre buena pluma, demostrando que no es sólo un gran catalizador de personajes e historias, llegando, a mi entender, a lo peor que realizo en su larga trayectoria, como fue “A Roma con amor” (2012), sin olvidarnos de esa muy buena película en la que demuestra su amor casi incondicional por los clásicos, sobre todos los griegos, “El sueño de Cassandra” (2007), pasión que ya había legalizado con “Poderosa Afrodita” (1995), y demostrado con la nombrada ”Medianoche en Paris” Esta relación de afecto incondicional se pone de manifiesto una vez más en esta última producción del genio neoyorquino, en el que parece ser si su retorno, ahora algo más prolongado, a su país natal. Claramente y a simple vista se puede entender este texto como una versión muy libre de la obra de teatro “Un tranvía llamado deseo”, escrita por Tennesse Williams, con la que el autor obtuvo el premio Pulitzer en 1948. En 1951 Elia Kazan dirige la adaptación cuya traslación al lenguaje cinematográfico fue consumado por el mismo Tennessee Williams, producción que finalmente obtuvo 12 nominaciones a los premios Oscar de los que gano 4, al mismo tiempo que representó una de las mejores actuaciones de Marlon Brando en el papel de Stanley Kowalski. Pero Woody Allen no se queda allí, durante toda la construcción va proponiendo al espectador que circule de un género a otro fusionándolos, de la tragedia a la comedia, y por momentos parece querer “engañarnos”, no mentirnos, y hacernos creer que estamos viendo una comedia dramática. Pero no, estamos frente a un clasicismo casi imperativo. La tragedia se instala y circula en esta realización en los personajes de la clase alta, a la que siempre Allen vilipendio, comparable si se quiere a las tragedias griegas o shakesperianas en las que los hechos de esta naturaleza le ocurrían a las grandes personalidades, dioses, semidioses, reyes, etc. Mientras que la comedia, el grotesco, la parodia, históricamente fue trabajada con personajes menos heroicos. En el caso de ésta obra se instala y desarrolla en la clase media, trabajadora, ellos pueden, y de hecho lo son, casi ridiculizados. También se da tiempo para referenciar estas diferencias entre los espacios físicos que utiliza, su amada Nueva York, meca de la cultura para Allen, en contraposición de San Francisco, la costa oeste que sólo puede ofrecer algún que otro paisaje natural. Así lo percibe, así lo muestra. ¿De qué va la historia? La misma se centra en Jazmine (Cate Blanchet), equiparable a la Blanche Dubois, no es en este caso una sureña rica sino una habitante del Nuevo Olimpo, léase clase alta neoyorquina, que caída en desgracia debe descender al quinto infierno, mudarse a la casa de su también adoptiva hermana Ginger, (Sally Hawkins). Luego de que todo en su castillo de vida opulenta se verifico como construido con naipes, incluida la destrucción de su matrimonio con el adinerado empresario Hal (Alec Baldwin), otro gran actor demostrando sus capacidades, Jazmine se muda al modesto apartamento del único pariente que le queda. Para intentar recobrarse de esa profunda crisis, de la que no sabemos, los espectadores realmente su génesis. El filme abre con el personaje principal en pleno vuelo, con una catarata de palabras, casi podría verse como la presentación femenina del personaje al que Woody Allen siempre nos enfrenta. Pero no, el personaje hace un giro y eso modifica todo, incluido el tono en que nos la presentan. Este será no sólo el modo de construcción y desarrollo de la obra sino principalmente del personaje, pasando de una situación anímica a otra de manera instantánea, sin mediar absolutamente nada, como también de un estado mental a otro, recuerdos o vivencias actuales, esto sólo es posible de ser aceptado a partir de la increíble composición que realiza Cate Blanchet. Algunos ya hablan del premio de la Academia de Hollywood como mejor actriz, y no parece exagerado. No obstante todo lo pasado, nuestra “heroína” todavía es hábil en proyectar su aspecto distinguido, sin embargo intentara reestablecerse, comienza a estudiar computación, consigue un trabajo de secretaria. Mientras convive con Ginger y sus hijos, se las ingenia para despreciar las relaciones afectivas de su hermana, su mal gusto con los hombres, su ex marido y el actual novio Augie (Andrew Dice Clay) y Chili (Bobby Canavale) equiparables o dos versiones del personaje polaco y bruto que inmortalizara Marlon Brando. En ese deambular, Jazmine acierta al encontrar un nuevo príncipe, Dwight (Peter Sarsgaard), que roba a nivel actoral, aunque tenga pocos minutos en pantalla, con su performance como un empresario viudo con una incipiente carrera diplomática que se enamora casi a primera vista de la ninfa rubia. Una de las principales dificultades de Jasmine, además de su ceguera de no querer ver lo evidente, es que su autoestima esta sólo sustentada a partir de la forma en que es percibida por los demás, En este nuevo opus, Woody Allen hace uso magistral de muchos recursos narrativos, tanto de manera tangencial, como clara y directa de los elementos del lenguaje, sobre todo un increíble diseño de montaje, utilizando innumerables, necesarios flashbacks, mayormente trabajados desde la memoria del personaje, lo que le sirve no sólo para que el relato vaya justificando el presente, sino para que el mismo posea una progresión armónica, sin extrañezas. Al mismo tiempo que lo utiliza para confrontar los dos mundos que intenta y logra describir, la clase alta y la clase media trabajadora, con sus cualidades y defectos. Sin perder de vista que los orígenes del texto están en el clásico del siglo XX, se las ingenia para mostrarnos la vigencia de los griegos adaptados al siglo XXI, al punto tal que algo del orden de la obra de Eurípides, “Medea”, puede leerse. También es loable destacar el muy buen uso del diseño de vestuario en la conformación de los personajes, como la dirección de arte en general, la puesta en escena en particular, haciendo pausas claras en los espacios y objetos que demuestran una importancia superior al resto, apoyados en la muy buena fotografía. Claro que la mayor responsabilidad para que “Blue Jazmine” sea lo que es parece estar apoyada en la espalda de Cate Blanchett Su actuación es descomunal, mostrando paralelamente sin solución de continuidad esos estados antes mencionados como pasar de la genialidad a la idiotez, de la soberbia más insoportable a la chatura más recalcitrante. Empatiza con el espectador al mismo tiempo que produce rechazo, puede ser seductora o repugnante, sensual o distante, bondadosa y calida, fría e hipócrita, de la alegría injustificada a tristeza del título, todo junto y en un mismo plano. Woody nunca se había ido, sólo que a los 77 años se reencontró con formas de decir las cosas que parecían olvidadas, o su pareja actual lo hizo rejuvenecer, referencia casi obligada en muchos de sus últimos trabajos, aquí no podía ser menos.
Juan es un hombre de 35 años que tiene como hobby el practicar el físico - culturismo. Su ocupación cotidiana se desarrolla entre la convivencia con su mujer, su hija y el trabajar en algo que no le gusta, una pequeña fábrica donde, a pesar de su imponente presencia corporal, es víctima de su jefe y burlado por sus compañeros, alternando con changas actuando en seguridad, como “patovica” de boliches de mala muerte. Tiene un sueño, un deseo que lo lleva a seguir adelante: ser dueño de su propio gimnasio y así poder dejar esa pobre vida, pero esa ilusión aparece como inalcanzable por la falta de recursos económicos. Su vida día a día es rutinaria, hasta que por cuestione de lo fortuito es testigo de un delito, el que le dará la oportunidad para cambiar su suerte. Una noche, de retorno del trabajo, la joven que trabaja en el local de venta de golosinas, al que diariamente él concurre a comprar siempre lo mismo, es atacada por un hombre de unos 50 años, de mediana contextura física y decide no intervenir, sólo que los sucesos se transcurran Este hecho es el que se instala por un lado como inverosímil, luego como desdibujando lo constituido por la descripción al personaje, para terminar el relato en situarlo como un pobre tipo, no es un héroe, ni un antihéroe. Si bien “a priori” el slogan del filme podría establecerse en “todos somos buenos hasta que dejamos de serlo”, no hay un acto de maldad sino de omisión no creíble y menos justificable. Pero a diferencia de muchas producciones nacionales esta tiene el don de saber seducir al espectador, ya sea por la actuación de Pablo Pinto, o por lo que al principio plantea el interrogante sobre lo que desea el personaje de la quiosquera, muy bien interpretado por Malena Sánchez. La frutilla del postre es ver a Alejandro Awada haciendo el despliegue habitual de su repertorio de herramientas actorales para conformar de manera superlativa, un personaje muy diferente a los que nos tiene acostumbrado. La primera mitad del filme se podría definir como mas contemplativa, donde la intención es configurar empatia entre el personaje y los espectadores. No hay un uso manipulador con la imagen, sólo presentaciones de lugares, y personas, unas más comunes que las otras, al mismo tiempo que el diseño de sonido con casi ausencia total de música, tiempo en el cual la torna realista al extremo. Luego de ese punto de quiebre del relato no sólo modificará la mirada del espectador sobre el personaje, sino que también se modifica la estructura narrativa y la utilización de los elementos del lenguaje viran en relación a los actos de quienes llevan adelante las acciones. Más allá de esas cuestiones morales por la que circula el texto y el personaje finalmente el director decide darle un tinte de denuncia al mismo, situación que no agrega nada al filme, pero al menos da la idea que tiene sobre estos hechos, la ausencia de justicia, y la inseguridad imperante.
Desde hace mucho que he definido a las películas, para mi propia clasificación en tres grandes categorías, 1) Las muy buenas, 2) Las muy malas y 3) El resto. Las mismas se encuentran subdivididas en regulares y buenas. De las primeras dos clases muy difícil que me olvide, las del tercer rango, posiblemente a pocas horas de salir del cine no tenga ningún tipo de registro nemónico al respecto. Los porcentajes van variando, pero más o menos se podría decir 70% para el resto, 25% para las muy malas y sólo un 5%, de todo lo que se estrena en las carteleras vernáculas entran en la lista que hasta se pueden nombrar como imprescindibles “20.000 besos” esta de lleno y sin lugar e dudas dentro del 70% de la mayoría de filmes que llegan a la pantalla grande de los cines. El filme comienza con una leyenda “Cuando una persona te gusta de verdad un beso es demasiado y 20.000 no son suficientes” ¿Qué quiere decir con esto? No lo se, el filme no lo desarrolla ni lo explica, así es todo de trivial en esta producción nacional. La historia se centra en Juan, (Walter Comas) un treintañero que está en plena crisis con su propia vida, con lo que tiene y con aquellos que ha dejado de lado. El vivir con su pareja le ha quitado tiempo para ver a sus amigos, de casa al trabajo y del trabajo a casa, en uno haciendo lo que no le gusta, en el otro la rutina ha hecho desaparecer la magia del enamoramiento. Incomodado por la existencia que lleva decide separarse sin poder dilucidar las razones concretas. Luego de pasar unas noches en la casa de su amigo Goldstein (Gaston Pauls) va intentando reconquistar el tiempo perdido y los afectos dejados en suspenso. Alquila un departamento, se reencuentra con sus amigos y cuando comienza a disfrutar de su nueva vida su jefe le asigna un trabajo junto a Luciana, (Carla Quevedo), una compañera de la oficina, divertida e ingenua, con intereses muy distantes a los de Juan. Lo único que los une es que en el derrotero de la construcción de los personajes ambos terminan siendo infantiles y superficiales, aunque Juan no lo aparente. Esta situación en principio esta más cercana a un capricho del jefe, a algo estudiado o un proyecto serio. Lo que instalara una relación de opuestos en comedia romántica de estructura tan clásica como trillada. Pero por arbitrio del guión en la convivencia cotidiana ira sintiendo algo por la niña que no creía capaz de volver a suceder, se empieza a enamorar. ¿Cuanta originalidad, no? Hay varios puntos en el filme que hacen que uno empiece a sentirse molesto. Todos los amigos de Juan, tienen su historia personal, que se constituyen en subtramas que no terminan por desarrollarse del todo, y menos aun cerrarse, la utilización de afiche de películas que sólo están puestas para dar cuenta que estamos en el mundo del cine, con diálogos con demasiados altibajos, algunos divertidos y otros aburridos al extremo de la tontería. Sólo son rescatable las actuaciones de la pareja protagónica, muy bien acompañados por Gaston Pauls y Alan Sabagh como uno de los mejores amigos de Juan. Pero no hay en esta producción, chata desde lo narrado, búsquedas de ninguna naturaleza, ni estéticas, ni de estructura, ni de intentar profundizar en qué y cómo se produjeron estos niños en cuerpo de adultos, para poder entenderlos recomendaría leer “Adultos en crisis, jovenes a la deriva”,un texto de la Dra. Silvia Obiols, psiquiatra argentina. La película se presenta como olvidable, ya que queda a mitad de camino en todo.
La otra mujer Esta nueva, no la última, realización de la directora alemana Margarethe von Trotta choca “a priori” con una gran dificultad, cómo poner en suspensión, extraer la idea y poder mostrarla cuando se trata de tener un acercamiento al pensamiento de uno de los más importantes filósofos políticos del siglo XX. Por cuestión de principios se podría suponer que la responsable de obras como “Las Hermanas Alemanas” (1981), por la que gano el León de Oro en el festival de Venecia de ese año, o “Rosa de Luxemburgo” (1986), no intenta construir una biopic clásica de un personaje tan complejo como lo fue Hannah Arendt, sólo se suscribe a representar el tiempo en que su “heroína” hace frente y desarrolla uno de sus textos más conocidos, “Eichmann en Jerusalem, un informe sobre la banalidad del mal”. El enfoque sólo centra su acción en esos años a principios de la década de 1960. Comienza cuando ella le solicita al editor del “The New Yorker”, revista emblemática de la intelectualidad yankee de la época, cubrir el juicio que se realizará en Israel contra el criminal nazi Adolf Eichmann, secuestrado en la Argentina por fuerzas israelíes, en 1961. En este punto es que el filme, desde una estética y estructura narrativa clásica, produce una dicotomía con lo relatado, pues el pulso, la elección del qué y el cómo contar, es lo que termina enriqueciendo el material fílmico, y cabe decir que gran parte de su valía se sustenta en la formidable interpretación de la actriz, también alemana, Bárbara Sukowa, quien sabe darle carnadura a un personaje por demás ininteligible, en su acepción más abarcativa del termino, desde las vivencias afectivas por las que circulo, como alumna y amante de Martín Heidegger, hasta su lucha por sostener y explicar su, hasta hoy en día, mal interpretado texto, producto de su estadía en Jerusalem durante el juicio. Lucha que derivo en la producción de otros escritos de igual importancia como “Eichmann y el holocausto” o “Responsabilidad y Juicio”. El texto fílmico, desde una perspectiva menos didáctica y más dramática, hace anclaje en el enfrentamiento que tuvo que soportar no sólo con la comunidad judía de Nueva York, pues no fue bien recibida la denuncia que ella hace sobre el colaboracionismo con el régimen imperante en Alemania que hubo de parte de los Judenrat, los consejos judíos, creados por los nazis, para que los propios habitantes de los guetos se controlaran entre ellos, creando la policía judía, o nombrando a los capo dentro de los campos de concentración, que eran doce personas consideradas influyentes para los otros. ¿Quién podría colocarse hoy en día, desde la comodidad de un sillón de un living, a juzgarlos? El texto mal interpretado, en algunos casos hasta el día de hoy, era entenderlo como una defensa del criminal nazi, cuando en realidad es una llamada de atención hacia el resto de la humanidad que colocaba como “monstruo” a Eichman, y que Hannah Arendt lo categorizaba como un burócrata con poder, un ser insignificante, mediocre, parte de lo humano, no era un monstruo, o peor lo monstruoso no dejar, como demuestra la misma existencia de seres de esa calaña, como parte de lo humano, y esto se hace intolerante. Algo así como advertir que si lo despegamos de nosotros mismos ese “el asesino que esta entre nosotros” podría volver a emerger, de hecho hay más de un caso hoy en día alrededor de la urbe que podría ser un fiel reflejo de la advertencia. Pero varias son las cualidades que unen a la directora con su personaje y que no es para desmerecer: ambas alemanas, una, la pensadora, exiliada forzosa por su condición de judía, la otra, nacida en Berlín en plena Segunda Guerra Mundial. Una pudo y lo hizo, la otra, igualmente mujer, se vehiculiza con al primera para decir lo suyo; una, sufrió no sólo el ataque sino un nuevo aislamiento de los que hasta ese momento eran sus afectos cercanos, su núcleo cotidiano de convivencia, tanto en el ámbito universitario, donde impartía clases, sino asimismo en el grupo de intelectuales de Nueva York. La otra, se sigue mostrando como una luchadora de los derechos civiles en general, y de la mujer en particular. La otra que nos muestra a la una que sólo encontraría reposo en los brazos de quien fuera su marido, Heinrich Blücher, muy bien interpretado por Axel Milberg, momentos en suspenso, detención de lo narrado con el único fin de acrecentar la importancia del ocio del personaje, es que la directora asimismo utiliza el recurso del flashbacks para adentrarnos en la memoria en Hannah, y su relación amorosa con quien fuera su profesor a finales de la década de 1920, produciendo otra dicotomía donde no parece existir. Lo que hace sustentar esta estrategia narrativa es la intención clara de Margarethe von Trotta de no clausurar a su personaje, dejar que fluya desde el pensamiento, y ese arbitrio posibilita al espectador tener un acercamiento menos manipulado. A la ya mencionada actuación de Bárbara Sukowa, se le debe sumar el diseño de montaje con un respeto por marcar bien los tiempos internos, muy diferentes a los de interacción con los otros; la increíble recreación de época, desde el vestuario, la escenografía; la fotografía en tonos pasteles; el sonido dando soporte al clima imperante en la imagen. Una pregunta para el final: ¿Habrá sido casual o un homenaje para Hannah, que el personaje Marion Post, interpretado por Gena Rowlands en el filme de Woody Allen, sea una profesora de filosofía?
Para que quede claro sobre a qué nos enfrentamos, ya está en pre- producción, de la mano del mismo realizador, la segunda “The purge 2”, la que sería protagonizada por Carlos Gallardo, el actor mejicano que fuera conocido por el publico de la mano de Robert Rodriguez animando el personaje central de “El mariachi” (1992). También podría pensarse como una remake para la sociedad latina, ¿mejicana específicamente?, de la que se estrena ahora. ¡Quién lo sabe! Pero los buenos dividendos producidos provocan éste tipo de reacción. Si bien la idea que sustenta y luego desarrolla es inquietante, movilizante, hasta desestructurante, son tantos los desaciertos que termina por ser un producto menor. Esa idea primaria se diluye cuando el filme hace un despliegue de violencia glamorosa, anticipada por los diálogos y la presentación de los personajes. Nos encontramos en el año 2022 (no falta mucho) en los Estados Unidos de América, país que se encontraba desolado por la creciente ola de delitos cotidianos, y con las cárceles superpobladas. El nuevo gobierno, los llamados “nuevos padres” de la Nación, ha encontrado un modo de frenar la violencia incontrolable. Para ello se sancionó una ley que permite durante un período de 12 horas, de las 7 de la tarde a las 7 de la mañana siguiente, en un día determinado del año, que toda actividad violenta, criminal, incluyendo asesinatos, se vuelva más que legal, necesaria. Todas las fuerzas de seguridad dejaran de responder a los llamados de auxilio o a recibir denuncias, y los hospitales suspenden la atención, nunca se aclara si los que ya están internados quedan desprotegidos y abandonados a su suerte o si sólo a los que se registren en esas “horas desesperadas”. Es una noche en la que la ciudadanía se autorregula sin pensar en el castigo, ¿tampoco en las consecuencias de sus actos? En esta noche invadida por la violencia consentida, casi una morbo de delito transformado en pandemia, cada persona y cada familia deberá decidir que hacer, si “purgarse” de toda la violencia contenida durante un año o encerrarse, atrincherarse, y protegerse de posibles ataques. Entonces nos encontramos con James Sandin (Ethan Hawke), un exitoso hombre de negocios, padre cuasi ejemplar de una familia tipo, con una hija adolescente, Zoey (Adelaida Kane), en plena ebullición del deseo sexual, un hijo puber, Charlie (Max Bulkholder), quien es todo un genio de la electrónica, o cosa similar, y una esposa, Mary (Lena Headey), toda una ama de casa de las de antes. Esta familia decide encerrarse en su mansión fortificada a pleno, ya que él es un vendedor de sistemas de seguridad, y se hizo rico al haber sido el instalador en todas las casas del barrio privado en el que vive, e incluso haberlo hecho extensivo en todo el perímetro, de esa pequeña ciudadela asimismo fortificada. Pero algo sale mal, la orden, la pauta, es que no se abre ni se desconectan los sistemas bajo ninguna circunstancia, pero Charlie observa por medio de las pantallas que reflejan lo que las cámaras exteriores captan, a un hombre negro (el único de toda la película), también hay un latino que trabaja para el barrio, en peligro, que lastimado y perseguido pide auxilio, todo un homeless, al que, por acto humanitario, le abre las puertas para que ingrese a la casa. Eso hará que la familia sea atacada furiosamente por un grupo de jóvenes, blancos, neo nazis tácitos durante 364 días, que les exigirá la devolución de su “objeto” (el negro) elegido para descargar la ira contenida. Planteada la disyuntiva, la familia debe decidir si entrega o no a quien parece ser quien los puso en peligro, o si decide defenderse del ataque exterior. Claro que para que la trama se siga desarrollando James debe confesarle a su familia que el sistema de seguridad no es infalible. Ergo, la irrupción de los “malos” es inminente. El realización es un ejemplo claro del guión al estilo Hollywood: todos los tiempos están respetados, los puntos de quiebre aparecen en el momento adecuado, las acciones promueven el desarrollo del relato, la música y el diseño de sonido suscita y acrecienta los momentos de tensión, ayudados por el montaje tanto del sonido como de la imagen, apoyándose en la dirección de arte, específicamente la fotografía y el manejo de la luz que están al servicio del supuesto suspenso, todo es un despliegue de catalogo, incluso los diálogos se constituyen en ese orden. El problema principal es que la producción termina siendo casi atractivo por mostrar aquello que en un principio intenta denunciar, pero el otro punto débil que casi pasa desapercibido es la incongruencia entre las primeras imágenes, esas que instalarían las razones de la instauración del “Dia de Des - Gracia” con lo que los personajes, todos, los principales y los secundarios, dicen de la experiencia. Ya que constantemente parece que estamos ante otro día de purga, y en realidad, si tomamos esas primeras imágenes, presentadas en el registro de un archivo de noticias, de documental, esta noche de marzo de 2022 sería la primera. Pero digamos que eso queda soslayado por la intención primordial de posible denuncia que plantea el texto. Todo lo demás es ya visto, hasta los giros expresivos, narrativos y las supuestas sorpresas que depara, sólo sostenidas por las buenas actuaciones, tanto del siempre eficiente Ethan Hawke como de los otros actores casi desconocidos por el gran publico, situación que ayuda a la credibilidad.
Del director de la exageradamente sobrevalorada, de manera injustificada, “Damas en guerra” (2011), se estrena esta producción que a priori, por el titulo con el que la conocemos en la Argentina y el afiche que la publicita, la enmarca en el genero de comedia con tintes de acción. Pero no, se queda en el mero intento, pues en ningún momento presenta algo que pueda provocar aunque más no sea un esbozo de sonrisa, ya que todo resulta ser un catalogo de reiterados lugares comunes. Desde hace algunos días se puede ver en la cartelera porteña “Dos armas letales” que plantea casi la misma estructura e historia, pero que se convierte en un muy buen ejemplo de éste tipo de producto, salvo que sus protagonistas y los personajes que recrean son lo mejor que posee. En “Chicas armadas y peligrosas” también nos enfrentamos ante una pareja despareja forzada a unir voluntades y personalidades opuestas en pos de una finalidad común. Sarah Ashburn (Sandra Bullock) es casi una extrapolación del personaje Gracie Hart del filme “Mis simpatía” (2000), que tuvo en su segunda parte (2005), es una construcción de historia similar a “The Heat”, titulo original de ésta que se estrena ahora, en la que una colega se posicionaba en las antípodas, pero que terminaba resultando imprescindible para resolver el “misterio”. Bien, ahora Sarah es una bella, esbelta, cuarentona, arrogante, eficiente, pensante, deductiva, estudiosa, pacata, asexuada, insufrible y eficaz agente del FBI que, y pongamos tintes misóginos en el relato, debe, por orden de su jefe, trasladarse de New York a Boston para desbaratar a una red de narcotráfico, para poder obtener, por sus antecedentes y logros, el ascenso que se merece, si no fuese mujer. En ese lugar se enfrentará de manera primaria, y luego se verá obligada a trabajar muy a regañadientes, a Shannon Mullins (Melissa McCarthy), a quien le exigen que repita su catalogo de situaciones y acciones de mal gusto que nunca llegan al grotesco, lo que si podría mover a risa, quien hace un despliegue de aptitudes para desarrollar el humor físico, envidiable por cierto, pero sin valores adherentes, casi rayano en el orden de lo escatológico, de muy mal gusto, que termina por provocar rechazo. Shannon por su parte, como queda dicho, se mueve en las antípodas respecto de la constitución del personajes de Sarah, es una detective de la policía de Boston, treintañera, gorda, desprolija, de carácter impulsivo, puro instinto, violenta, desprejuiciada, para quien las reglas no existen, pero al mismo tiempo muy eficaz en su trabajo, tampoco posee el don de la diplomacia, ni filtro alguno entre lo que piensa, lo que dice, y lo que hace, toda una “come hombres” (¿es una metáfora?) a los que luego de locas noches de pasión abandona. Las dos mujeres tendrán que aprender a zanjar sus colosales discrepancias, a cooperar y aunar sus pericias, a ensamblar sus potencias para alcanzar el objetivo que las unió, esto debería provocar jolgorio, debería…. Ambas actrices cumplen con lo que se les plantea, hasta logran momentos de buena química entre ellas, lo que no redunda en el resultado que se desea, que sería provocar risa, sólo hacen que por instantes la trama, en este caso lo menos importante, la acción, su razón de ser, sea algo creíble. Todo esta puesto para el lucimiento de sus protagonistas, pero tan débil, lamentable, es la estructura en la que se debe construir que el filme, en sus excesivas casi dos horas, terminan aburriendo, eso favorecido por la ausencia de algún interés relacionado al misterio o el suspenso que tampoco aflora, pues todos los pormenores y los personajes laterales están sacados de viejas películas o de un antiguo manual de guión que debería dejarse de usar.
La formula de dos personajes contrapuestos por características de personalidad, unidos por un mismo objetivo, dio sobradas muestras de funcionar de maravillas atravesando todos los géneros, empezando por la comedia Laurel & Hardy, siguiendo por acción, aventura, el western, hasta el policial, ejemplos como “Adios al amigo” (1968), teniendo su auge posiblemente en la década de 1970 con películas del calibre de “El golpe” (1973), o a la que más recurre el pensamiento por identificación el titulo de esta producción “Arma mortal” (1987). En todas la variable que se sostiene es la relación de “camaradería” impuesta entre dos hombres, que puede terminar convirtiéndose en amistad, la mujer pasa siempre en estos casos a un segundo plano, a ser casi una figura decorativa sin peso ni dramático ni narrativo, sólo una excusa. Esta conjugación de géneros, así expuesta, en la cual de base puede asentarse en cualquiera para luego desplegar o aunar otros, incluyendo escenas de dinámica de acción, el montaje pasa a ser la vedette, con recurrencia a los efectos especiales, o el humor trabajado desde los diálogos chispeantes de los personajes, tanto principales como secundarios, o los actos mismos ejercidos por ellos. Todo esto se encuentra en “Dos armas letales” protagonizada por Denzel Washington y Mark Walberg, cuyas actuaciones, y la química entre ellos, termina por ser lo mejor del filme, muy bien acompañados por secundarios de la talla de Bill Paxton en el rol de un jefe de la CIA, o Edward james Olmos como el líder de un cartel mejicano del narcotráfico. Basada en el comic de Steven Grant: Denzel (Bobby Trench) es un agente de la DEA, serio, conspicuo, compenetrado, mientras que Mark (Michael Stigman) es un oficial de Inteligencia naval, muy seguro de si mismo, a punto tal que puede jugar a que todo es un juego. Ambos trabajan infiltrados, y de manera clandestina, en un doble caso que implica a la “irracional mafia” de una ciudad de frontera entre Mexico y los Estados Unidos. Uno y otro desconocen la auténtica identidad de su compadre, lo que implica control sobre el otro y natural desconfianza, pero para lograr su objetivo deciden robar el dinero de un banco en la que supuestamente el narcotraficante guarda su dinero mal habido. Pero todo se enredará cuando la existencia del dinero es diez veces superior al estimado y descubran que el botín robado no es de los narcotraficantes, sino que es pertenencia de un jefe de la CIA, en competición con otro jefe la inteligencia naval. Posiblemente este sea desde la idea lo más reaccionario del texto, no son malas las instituciones sino que en cada una hay alguna oveja negra, descarriada, y esto queda claro en el dialogo entre Stigman y el almirante Tuwey (Fred Ward), quien ante la denuncia de corrupción del superior inmediato del agente le aclara que no puede involucrar a la armada de su país. La construcción del filme, el diseño mismo de su estructura narrativa, mueve a que el espectador se enganche con los personajes. Son tantas las vueltas de tuerca, los imprevistos giros, tan descabellados y por momentos irracionales, que eso mismo por distracción sostiene el interés, incluyendo a los personajes de Bill Paxton (Earl), haciendo las veces del personaje del policía interpretado por Gary Oldman en el “Perfecto asesino” (1994), casi un Stanfield, pero sin la locura desatada, si el sadismo, mientras que el segundo en la piel del narcotraficante Pappy Greco, hace toda una creación donde no queda fuera el cinismo a ultranza ni la codicia que enceguece. En cuanto a los rubros en las que se debería apoyar la producción todos cumplen de manera más que eficiente o empática, según sea la fotografía o la música, sin demasiadas búsquedas de ninguna naturaleza. Lo dicho, película pochoclera por donde se la mira, bien realizada, casi un ejercicio para el director que demuestra ser un muy buen técnico, sólo para pasar agradablemente un buen rato.
Sólo como definición se podría decir que el titulo del filme, “Sólo Para Dos”, se debe a que el 99 por ciento de las acciones transcurren en un hotel del Caribe paradisíaco, de ese nombre, pero no sólo eso, la película abre mostrando esto, todo lo que sigue será así de burdo, chabacano. No me arriesgo demasiado si lo promuevo como uno de los peores filmes del año, y no me aventuro desatinado si digo en lo que va del siglo, iba a decir de la década ganada, pero ya son 13 años. Conceptual, estratégica, literaria y estructuralmente vieja; previsible, ramplona y hasta se podría sentir cierto tufillo entre discriminador y misógino. Todo transcurre en el hotel nombrado de la venezolana isla Margarita. Los dueños son una pareja en crisis, Gonzalo (interpretado por el actor español Santi Millan) que sigue perdidamente enamorado de Valentina (nuestra querida Martina Gusman), quien desde el minuto cero amenaza con el irse, separación, divorcio, pero siempre por cuestión de diplomacia atiende de maravillas a los huéspedes. En cuestión de construcción de conflictos, el personaje es demasiado lábil, insustancial, tanto como el inconducente posterior desarrollo de ambos elementos, por lo que se puede decir, sin faltar el respeto a nadie, que el lenguaje cinematográfico en este caso opera desde la mudez, no por decisión sino por no saber hablar. Dentro del nuevo contingente de turistas encontramos a Mitch (Nicolas Cabre) dejado por su novia en la Luna de Miel al descubrirle una infidelidad ¿?. Jairo (Antonio Garrido), un cantante español del montón que cada año se aparece con una novia nueva, más joven que la anterior, es intimo amigo de Gonzalo, que lo cubre y apaña en la estrategia de engatusar ninfas tontas. Por último aparece la ayudante local del dúo, la bella Tania (Maria Nela Sinisterra, colombiana ella), cuya única función será tener su affaire con alguno de los implicados, lo que hará que los malos entendidos se entiendan….y mostrar los pechos, o a la inversa. Así van pasando los minutos, aburriendo por lo rancio del texto, porque las actuaciones no ayudan, porque la música abruma, ni hablar de los mal llamados rubros técnicos en el orden de toda la producción. Historias de amores cruzados, engaños, infidelidades, etc, digamos que si no fuese que la isla no esta a la deriva como un barco, pensaría que es una versión del “Crucero del Amor” (Serie para TV 1977-1986), sólo actualizada porque se ven un par de senos de mujer.
Hay dos formas de acercarse a este producto, como uno más de lo peor que se haya realizado dentro del más acérrimo clasicismo del terror en las últimas décadas o, en una segunda opción, como de una gran broma sobre las producciones de los anteriores veinte años o del mismo género. La primera posición es aquella que le producirá un fastidio insoportable a partir de los 15 minutos de comenzada, donde la previsibilidad del relato es tan evidente que uno sólo espera que le muestren el cómo, no quienes ni cuándo ni en que orden van a ir muriendo. Aquellos a los que el género no los fanatiza, pero están dispuestos a dejarse llevar, esta es una oportunidad más que loables de vivir esa experiencia, sino no están, o no se sienten, preparados para ello, deberían abstenerse, La segunda posición dependerá asimismo, y mucho, de cómo se observa la primera secuencia, todo un homenaje a “scream”, o una mala copia de él, y a partir de ahí todo en tono de lo ridículo, gracioso, los diálogos casi rayando lo idiota, o el cliché más barato, pero algo la transforma en diferente, la intencionalidad impuesta por el director de promover en forma constante y permanente la ausencia absoluta de esa solemnidad que impera en la mayoría de las producciones que responden al género del terror. La historia comienza cuando, para celebrar su trigésimo quinto aniversario de su boda, los Davidson deciden escaparse a su casa de campo, junto sus hijos y sus respectivas parejas. Todo parece estar instalando en una vida familiar de lo más normal, con secretos, mentiras, competencias, y cuestiones sin resolver. La cena es el momento propicio para que salgan a la luz antiguas rencillas entre hermanos, a los que sus respectivas parejas parecen trabajar como contrapeso, pero en la mitad de la comida son atacados por un trío, el mismo que vimos en esa primera escena. Este grupo de asesinos, todos ellos enmascarados con cabezas de animales típicos del lugar, empiezan a perseguir a uno por uno a los integrantes de la familia. Cuando llegan las primeras muertes ¿será casual que el primero es un personaje que se define como director de cine documental? La perturbación e incredulidad se apodera en las víctimas, pues son para ellos inexplicables estas agresiones irracionales. El filme no intenta mostrar más de lo que expone, casi no hay segundas lecturas, sin embargo la historia le da la posibilidad de deslizar algunas cuestiones sociales, culturales, ir como nombrando algunos rasgos humanos o más que humanos, rivalidad, rebeldía, afectos, deseos, ambiciones y el Dios dinero que mueve montañas ¿o era la fe? Son estas mismas cuestiones las que van en algún punto dando la línea de lo previsible en el texto, lo que no influye en demasía sobre el resultado final, pues esta trabajado desde el humor, el sarcasmo, como dice el axioma “a veces la familia puede semejarse a una cámara de torturas”. Desde este lugar, y como por arte de magia, lo imprevisible se instala en un personaje cuando, dando rienda suelta a su verdadero yo, se muestra cómo un verdadero John McCLane (personaje protagónico de “Duro de matar”, 1988), todo un artista del escapismo y supervivencia que da vuelta la relación y convierte a los cazadores en perseguidos, lo que derivará en la sátira. No por intentar mostrarse como diferente la producción deja de lado todo aquello que lo certifica, sangre, cuerpos despedazados,y la utilización del exabrupto sonoro para incrementar la sensación de miedo. Se podría decir que hasta parece un filme de formula, de hecho lo es, sería que entonces las bondades estarían en la calidad y dosificación de los productos (elementos) elegidos, entre ellos la selección de actores no demasiado conocidos ni modelos para armar, pero que cumplen con darle veracidad a las acciones que aplican.