Los amantes pasajeros

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

La ultima realización de Pedro Almodóvar, el director español con mayor cantidad de adeptos fuera de España, ganador dos veces del premio de la academia de Hollywood, Globos de Oro, cinco veces premios Bafta, y seis premios Goya, en distintas categorías, nos plantea una gran dicotomía en su impronta y en la primera posible lectura.

Demuestra ya desde los títulos que no estamos frente a lo que nos tenia acostumbrados, profundidad elocuente trabajada desde el drama, sino algo muy en el tono de comedia pasatista.

Pero siendo quien es, por eso la enumeración de los premios, no iba a ser gratuito ese retorno a la estética de los ‘80, iba a estar justificada desde lo textual.

Para ello recurre en forma constante a romper paradigmas, espacios, ejes de dirección, temporalidades, nombres, desde ese homenaje a la cantante Chavela Vargas, fallecida hace un año, dándole el nombre al avión donde transcurrirá todo, “Chavela Blanca” perteneciente al grupo de aerolíneas Península (¿será la Ibérica?) rumbo a Méjico. También puede ser pensado como ese país de “España en marcha” floreciente luego del franquismo y que se ha quedado estacionado.

Planteado así, haciendo casi abuso del mostrar sin tapujos la locación construida, lo falso desde lo escenográfico para indicar que estamos dentro de un avión, pero nunca tenemos la sensación de verlo despegar. Todo lo mostrado es exageradamente simulado e intencionalmente aparente.

La historia, el relato per se, es lo más flojo de la producción. La lectura metafórica del guión es inherente desde su presentación. Sólo que no termina ni por involucrar ni por seducir al espectador.

Nos cuenta de las experiencias y vicisitudes que vivirán dentro de ese avión los pasajeros de la “primera clase” cuando, por un desperfecto que se produce en la aeronave, deben quedarse dando vueltas en circulo sobre un aeropuerto de España hasta que le den pista para realizar un aterrizaje más forzoso que de emergencia. La clase turista y las azafatas de la misma son adormecidas con alguna sustancia, en cambio a los poderosos “privilegiados” deciden distraerlos mientras estén en “vuelo”.

Los encargados de la “distracción” son los “azafatos”, un trío por demás “gay”, haciendo uso de la multiplicidad de interpretación que posee el termino, originalmente personas alegres en ingles y luego acuñado por la comunidad homosexual para identificarse, y desprenderse del prejuicioso “homosexual”, allá por los años ‘70, un poco antes de la irrupción de Almodóvar con su filme “Mujeres al borde de una ataque de nervios” (1988), al que éste rinde pleitesía desde lo estético. Ese trío conformado por Joserra (Javier Cámara, un genio, mire), Ulloa (Raúl Arévalo) y Fajas (Carlos Areces) es un despliegue de irreverencia, desenfado, desprejuicio, y sobre todo de interpretación.

Los espectadores necesarios son toda una galería de personajes tan reales como almodovarianos, comenzando por Norma Boss (Cecilia Roth), una prostituta convertida en la principal “madama” de Madrid, quien conoce todos los secretos del poder todo, (¿Boss querrá significar jefe?), o Bruna (Lola Dueñas), una pitonisa tal cual Casandra, pero virgen, que ante la inminencia del posible accidente “utiliza” a alguien dormido de la clase “turista” para perder la virginidad, o la pareja de recién casados que no conocen las razones por la que están juntos, y entre ellos el corrupto de turno, casi un mafioso, van completando el grupo de “desdichados”.

La realización es de Almodóvar desde todo punto de vista, considerando guión, producción y dirección. También es profuso, excede lo decorativo desde la paleta de colores, utiliza la extrañeza desde la elección de los planos, hasta plantea realidades desatinadas. Temas como lo arbitrario del desprejuicio sexual, o la ingesta de droga y alcohol, el amor, la fidelidad, los celos, la oportunidad para infidelidades que funcionan por la pericia del director, no es ni por asomo lo mejor que ha hecho.

Corre el riesgo que el espectador se quede sólo con lo mostrado, ya que no hay demasiados indicios, ni son tan claros, esa es su mayor falencia para que lo explicado anteriormente se pueda visualizar rápidamente, entonces el producto se reduce en importancia a ser sólo algo demasiado pasatista, pero eso corre asimismo por cuenta de quien observa.