Zaneta

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Contra el racismo.

La situación de los romaníes en tierras checas (una minoría populosa) es problemática desde hace ya bastante tiempo y los hechos de discriminación y violencia no han hecho más que recrudecer desde la caída del régimen comunista y la escisión de la vieja Checoslovaquia. El tema es, para ponerlo en términos concretos, un problema social urgente y de difícil solución, complicado aún más por el reciente surgimiento de grupos de extrema derecha y de movimientos anti-gitanos. El film del experimentado realizador Petr Václav –uno de los escasos estrenos de nacionalidad checa que llegan hasta estas costas– hace de esta cuestión el principal propulsor narrativo, al punto de poder señalarla, a falta de un término más apropiado, como una típica película de denuncia. El optimista título original, Cesta ven (“La salida” o “La puerta de salida”) hace hincapié en la posibilidad de un escape, a pesar de que el film mismo no hace más que ponerlo entre signos de pregunta a cada paso de su joven protagonista.

Zaneta –interpretada con inusual energía por la debutante Klaudia Dudová, una de las virtudes más evidentes del film– vive junto a su pareja, su pequeña hija y una hermana adolescente en un departamento suburbano. Ninguno de los adultos tiene un trabajo estable, situación que sólo parece empeorar cada vez que alguno de ellos se acerca a la oficina de empleos: la tez oscura, los rasgos, pesan a la hora de acceder a un cargo, por mal pago que esté. Tampoco ayuda que Zaneta no haya terminado sus estudios secundarios ni tenga demasiada experiencia laboral previa, hechos que cada uno de sus posibles empleadores le repite incansablemente. La posibilidad de que su novio ceda a la tentación del crimen es persistente y la hermana menor parece cada día más cerca de seguir sus pasos y abandonar el colegio precozmente. Así dadas las cosas, el film de Václav comienza a describir cada una de las caídas luego de los atisbos de esperanza, aunque se cuida bastante de asestar golpes por debajo de la cintura.

Lo que no puede evitar Zaneta, la película –al menos en varios pasajes–, es el trazo grueso. En su vehemencia por querer combatir el estereotipo al que los gitanos checos son reducidos por algunos de sus conciudadanos, Václav se tropieza con un montículo de lugares comunes del otro lado de la grieta social. Verbigracia en grado sumo: cierto cliente obsesionado con una prostituta cíngara resulta ser no sólo un hombre blanco, político de profesión, sino el principal portavoz de las quejas por el acceso de los gitanos a los beneficios sociales. Cuando la película abandona esos blancos y negros y aporta tonos de gris, o cuando se dedica a describir ambientes, costumbres y usos (como esa secuencia durante una fiesta popular que recuerda a los bailes proletarios de Milos Forman en su etapa europea) la historia gana en potencia y, paradójicamente, en universalidad. Al fin y al cabo, no hay nada menos exclusivo que el prejuicio racista.