Yo maté a mi madre

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Técnica ingeniosa, para una idea mínima

Desde esta punta del planeta, vaya uno a saber qué dirá la madre del joven director quebequense Xavier Dolan, cuando por todo el mundo repiten lo que él mismo dijo, que ha hecho una obra de inspiración autobiográfica. Y es que la madre que se representa en la película, pobre mujer, es extremadamente cargosa, vulgar, ridícula, discutidora, en fin, un bochorno andante, y encima incapaz de entender al hijo adolescente. Así la pinta el autor, que también es el actor principal de su propia creación.

En efecto, Dolan tenía apenas 19 años cuando hizo lo que ahora vemos, y 16 cuando empezó a escribirlo. Un geniecillo, según parece. Y una esponja, que absorbe de todo y después deja las diversas marcas por la superficie de la pantalla, desde los actuales videoclips del sueco Jonas Akerlund a los viejos dramas malhumorados de John Osborne, las actuaciones exacerbadas y las escenas intermitentes de Cassavetes, y, por supuesto, la anécdota del niño de «Los 400 golpes» que cuando le requieren la entrega de un trabajo escolar se justifica con una excusa extrema: estaba de duelo. Sólo que el personaje de Francois Truffaut es un niño indefenso que inventa lo primero que se le ocurre, y el de Dolan ya es un muchachito que, casi abiertamente, oficializa una expresión de deseos. Lo que más quisiera es que la vieja se muera de una vez.

Su problema es que la vieja todavía es joven, bastante atendible, y quiere disfrutar de la vida, aunque él se la amargue diariamente porque también tiene sus defectos, él no es más que un zopenco histérico, egoísta y desagradecido. Su problema, también, es que sólo son ellos dos en el hogar, y en el fondo se quieren. No se entienden, no se tienen paciencia, no se soportan, pero de algún modo se quieren. Sucede tantas veces en la vida real.

Algún día llegará la comprensión, o la resignación. Por su parte, el problema del film es que, para llegar al debido final, da demasiadas vueltas sobre un único asunto, con variaciones sólo formales, en sucesión de recursos a la moda y entretenida demostración de habilidades técnicas, pero sin mayor progresión dramática. Un poquito menos ostentoso, Dolan realizó, casi enseguida, su segunda película, «Les amours imaginaires», con su pareja de ésta, el rubio Niels Schneider, y acaba de rodar la tercera, «Laurence Anyways», sobre los problemas de un joven para conservar su amor después de haber cambiado de sexo. Un nuevo director a tener en cuenta.