Yatasto

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Postales de un duro oficio familiar

Cada tanto, alguien se fija en los niños carreros. Cirujitas al mando de un resignado caballo, a veces un jamelgo, en un viejo transporte medio enclenque. También a veces, con suerte, alguien ajustó los tablones y cambió las ruedas originales por otras de auto, que tienen sus ventajas y dan cierto aire de modernidad. El vehículo es más moderno, digamos. No así el cirujeo, ni el trabajo infantil. Como sea, ellos están contentos de su oficio, y orgullosos de tener un caballo bajo su mando y responsabilidad.

Entre los documentalistas que se han fijado bien, estuvo hace tiempo Ana Gershenson, autora de un lindo film lleno de ternura y color, y también algún dolor, «Caballos en la ciudad». Era interesante ver cómo registraba, por ejemplo, la dedicación que ponía un carrerito en su animal, cómo lo hacía tusar, lo cepillaba y vigilaba, y apreciar en detalle los sombreros y adornos que los demás carreros ponían a sus «fletes», linda costumbre de otros tiempos que ellos supieron mantener.

A Gershenson se suma ahora Hermes Paralluelo, catalán afincado en la ciudad de Córdoba, quien acá nos presenta una familia dedicada al oficio desde, por lo menos, la época del bisabuelo. Fue éste quien bautizó Yatasto a su caballo de carga, risueña asociación con el pura sangre que entonces brillaba en las pistas (el mítico Yatasto que de 24 carreras perdió solo dos, y terminó como padrillo de un stud californiano). El mismo nombre tiene el animal con que ahora la familia sigue el mismo trabajo. La abuela se lo enseña al más chico, que aspira tener un caserón con «una piecita para el caballo». Otro, en cambio, quiere vender el suyo y comprarse una moto.

Son tres cabritos, como llaman los cordobeses a sus chicos. La cámara registra su rutina diaria, sus charlas, llenas de humor simple y preocupaciones de pequeños trabajadores. Tienen 15, 14 y 10 años, padres ausentes, tal vez también tengan un futuro asegurado.

Un detalle a destacar: Federico Disandro, el sonidista, se preocupó de ponerle un inalámbrico a cada uno, limpiar ruidos molestos, dar un buen fondo, etc., un trabajo realmente a conciencia, que nos permite entender bien, en todo sentido, lo que están diciendo. Y otro detalle, que se destaca como advertencia: Paralluelo se ocupó de poner la cámara fija frente a los tres que van sobre el pescante. Así, en cada salida, más que ver por dónde van apreciamos casi exclusivamente sus gestos y reacciones mientras charlan durante el viaje. Punto. Esto tiene su razón de ser, bastante plausible desde puntos de vista teóricos y formales, pero a la tercera vez que se repite la mecánica más de un espectador empezará a mirar la hora.