X-Men: Apocalipsis

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

El fin del mundo según los mutantes

Resulta que el primer mutante fue una deidad del Antiguo Egipto. Y resucita en los años ochenta del siglo XX, tiempo de la acción de X-Men: Apocalipsis, para destrozar el mundo. Su nombre: En Sabah Nur / Apocalipsis. Del otro lado, los X-Men, que no están actuando bajo ese nombre. Hay alianzas, viejos y nuevos personajes, reencuentros, y toma de decisiones.

Como pasa con la mayoría de las grandes películas, en esta tercera parte de la trilogía precuela de los X-Men no importa tanto el argumento -aunque es sólido y límpido pero nada escuálido- y menos aún contarlo extensamente en una crítica. En el gran cine, cine de gran director de carrera despareja pero hoy evidentemente en pleno uso de sus facultades como Bryan Singer, lo que importa es la claridad conceptual que da paso a grandes beneficios como fluidez, sentido épico y comprensión del poder de los mitos: los de la propia serie, los cinematográficos y los que que preceden y exceden al cine. Singer y su equipo habitual de colaboradores hacen gran cine porque entienden el poder simbólico y amplificador que puede tener un relato.

Así, sin meterse en la crasa política de referencias inmediatas de, por ejemplo, Capitán América: Civil War, X-Men: Apocalipsis apunta a la relación/fascinación entre los dioses y semidioses (los X-Men, por caso) y los humanos. De esa manera puede entenderse la hermosa mirada de Moira Mactaggert (Rose Byrne) hacia Charles (James McAvoy), o la secuencia de notable esplendor narrativo del bosque con Magneto, su familia polaca y los policías. Repleta de cinefilia y de exactitud, esa secuencia es trágica y nuclear. En cada secuencia nuclear, los relatos se bifurcan en senderos diversos según las decisiones de los personajes.

X-Men: Apocalipsis es uno de esos raros prodigios en los que los muchos personajes importantes -es el reparto más brillante que se haya visto en películas de superhéroes- toman decisiones de forma casi continua, accionan según esas decisiones y sus motivaciones no sólo son comprensibles sino que se integran a la progresión y suman una cohesión notable. Si en la anterior X-Men, también dirigida por Singer, la mejor secuencia, aunque un tanto aislada, era la de Quicksilver -fascinante momento de acción y reflexión sobre el tiempo y su representación cinematográfica-, en Apocalipsis la aparición de ese mutante y sus prodigios potencia la lógica general de esta película que apunta alto.

Algunos de sus temas son el tiempo -con el deseo de eternidad y la exploración de lo infinitesimal-, el espacio entre los humanos y los dioses -las armas nucleares disparadas hacia arriba es un plano memorable- y el individualismo versus el trabajo en equipo.

Película de círculos, perfectamente unida -el trayecto del villano empieza y termina en el mismo lugar y el relato tiene como motivo recurrente la reunión y el reencuentro- X-Men Apocalipsis tiene ese aspecto chillón y desvergonzado de las aventuras de los 80, con colores plenos -nada hay acá del modo cool gris oscuro que han gastado tantas propuestas globales basadas en cómics-, trajes descaradamente atractivos y un humor que no se siente como un agregado para alivianar la épica y la mítica sino como parte integrante de este magnífico drama en sentido pleno del término. Con situaciones tensas y pasiones conflictivas, Singer y los demás hacen la mejor película de aventuras en mucho tiempo, una de esas que justifica su producción elefantiásica no sólo con espectacularidad sino con criterio, inteligibilidad, consistencia y talento, cualidades que no siempre están disponibles por más dinero que se ponga en juego.