Winter: el delfín 2

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Cuando el agua es una gran lágrima

La secuela de una buena historia, hecha trizas.

¿Qué sucede si una (buena) película deja la sensación de que con su primera parte agotó los recursos para conmover al espectador? Y además exprimió una historia -verídica e interesante- ajustándole la tuerca emotiva al máximo.

¿La solución? Agregarle personajes a la trama (también reales) para generar una especie de autotributo a su original, condimentada con el mismo tenor lacrimógeno que su predecesora. A Winter (un delfín amputado en su cola) se le suma Mandy, otro cetáceo encallado en las costas de la Florida y trasladado al Clearwater Marine Aquarium para su rehabilitación y futura vuelta al mar.

Con daños en la piel por la exposición al sol, una infección pulmonar y otros problemillas, el nuevo integrante de la familia del acuario llega justo para disolver la angustia luego del deceso de Panamá, un delfín hembra de 40 años que muere de vieja y la encuentran en el fondo del estanque del acuario. Allí también perecen las buenas intenciones de este filme.

Como sabemos, Winter tuvo acceso a una prótesis personalizada. Y la figura de la amputación no es inocente en esta secuela que muestra demasiados chicos y chicas con extremidades artificiales. Winter: el delfín 2 busca el golpe bajo sin piedad. Deposita en el espectador más angustia que emoción, más dolor que ternura.

Las escenas bajo el agua son, lejos, las mejores, casi oníricas, con un logrado trabajo de cámaras y manejo de los cetáceos. El joven instructor Sawyer -buena interpretación de Nathan Gamble- es humilde y duda en embarcarse en una preciada capacitación universitaria: viajar en un barco durante meses para profundizar sus conocimientos en biología marina, con todos los gastos pagos. Su amiga Hazel es todo lo contrario: sobreactuada, imperativa y hasta caprichosa, buscando un rol adulto que le queda dos talles grande.

Darle la mamadera a un delfín bebé (la estrella del filme) o ver cómo se emparenta con Winter son de los escasos momentos rescatables. El resto, pura lágrima.