Winnie the pooh

Crítica de Mario Zabala - Clarín

Simple y hermoso

Un tierno cuento animado, para chicos de dos a siete años.

Hace rato que la empresa del tío Walt decidió hacer de la creación de A. A. Milne, es decir, el oso de peluche de conductas antropomórficas y que habla como un niñato conocido como Winnie Pooh, su frente de batalla a la hora de hacer filmes orientados a lo más pequeños (es decir, de dos a seis o siete años). Lo interesante de ese rinconcito que representa Pooh en el gigante Disney es su romanticismo: hay un constante -y se hace específico en esta nueva entrega del oso y la pandilla de peluche- aire a libro de cuentos. En este caso, directamente hay juegos intertextuales: letras que sirven de escalera, mayúsculas que enganchan hilos y una voz off que pasa, literalmente, página por página.

De hecho, ese romanticismo adquiere en Winnie The Pooh cierta alegría, cierta ñoñez conciente y explotada –visualmente- en momentos sinceramente lindos. Por ejemplo, la secuencia donde reina el sin sentido antes que el chiste de la palabra mal dicha, y donde la animación adquiere una textura de dibujo hecho a tiza. O la presencia en la banda de sonido de los intencionalmente tiernos She & Him (¡chicas palermitanas: pueden llevar a sus sobrinos!). En una oferta cultural donde la animación infantil busca una innovación que siempre le da un codazo al adulto o una velocidad bombástica, Winnie The Pooh se toma su tiempo, lúdico, para contar un hermoso y simple cuento, de esos que nos contaban antes de irnos a dormir.