Whiplash: Música y obsesión

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Golpe a golpe

A punto de cumplir 30 años, Damien Chazelle es uno de los guionistas y directores más interesantes que han surgido en los Estados Unidos en los últimos tiempos.

Tras filmar en 2009 la hermosa Guy and Madeline on a Park Bench (búsquenla, véanla), rodada en blanco y negro, se consagró definitivamente con Whiplash: Música y obsesión, nominada a 5 premios Oscar (incluidos los de Mejor Película y Guión), ganadora absoluta del Festival de Sundance (máximo galardón del jurado y del público) y presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes.

Si en aquella pequeña ópera prima (vista en el Festival de Mar del Plata) el coprotagonista era un tímido trompetista negro de jazz, el antihéroe perfecto de esta irresistible tragicomedia es Andrew (Milles Teller, proyecto de actorazo visto en The Spectacular Now), talentoso baterista blanco (también de jazz) de 19 años que estudia en un exigente y elitista conservatorio de Manhattan (algo así como la Juilliard).

La fría relación con su padre (un escritor frustrado interpretado por Paul Reiser) y un incipiente romance con Nicole (Melissa Benoist) convencen a este joven bastante freak de que debe focalizarse en lograr “grandes cosas”. Allí entrará en escena la figura de Terence Fletcher (un descomunal J.K. Simmons), el despiadado, sádico, perfeccionista e implacable profesor y director de orquesta.

El duelo entre el maestro y el alumno, entre el mentor y el discípulo, es siempre fascinante y por momentos demoledor, de esos que pueden pasar de la complicidad a la agresión sin escalas, para un inteligente ensayo sobre los costos y sacrificios que conllevan la búsqueda de la perfección, de la excelencia.

Más allá de algunos ingeniosos pero algo manipuladores trucos de guión y de un final que resulta un poco efectista y ampuloso (pero igualmente muy eficaz), se trata de un film notable, un crowd-pleaser con todas las de la ley que regala además un extraordinario trabajo con la música y, sobre todo, con el sonido. Chazelle, está claro, no va a ganar el Oscar, pero estamos en presencia de un cineasta con un futuro inmenso por delante.