Western

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Sobre nacionalismos desdibujados

Las dos características distintivas de la fascinante Western (2017) son también sus dos puntos a favor más importantes, mucho más considerando los problemas que suele tener el cine contemporáneo para transmitir una buena dosis de autenticidad y/ o para trabajar el verosímil desde la inteligencia: en primera instancia tenemos una narración marcada por lo que podríamos definir como un obrerismo naturalista, tan basado en la rusticidad de los personajes como en una simpleza general que a veces va acompañada de muchas palabras y en otras ocasiones de largos silencios, y en segundo lugar está muy presente la idea del choque cultural acrecentado por una barrera idiomática, lo que desemboca en prejuicios entrecruzados, una desconfianza “versión masculina” y una actitud defensiva constante entre los involucrados al momento de la comunicación o cuando urge ponerse de acuerdo.

El título es a la vez irónico y sincero porque la trama analiza la estadía de un grupo de germanos en un pueblito de Bulgaria, cerca de la frontera con Grecia, para dar los primeros pasos en la construcción de una central hidroeléctrica, una zona inhóspita que los alemanes explícitamente ven como una traslación demacrada del “Viejo Oeste” tanto por el carácter bucólico del lugar como por los lastimosos resabios del otrora estado comunista, y en simultáneo la estructura retórica toma mucho de -precisamente- esos westerns de antaño apuntalados en la llegada de un forastero a una comarca atravesada por diversos conflictos, como si se tratase de una exégesis despojada, actual y a la europea de El Desconocido (Shane, 1953). El eje del relato es Meinhard (Meinhard Neumann), un obrero sigiloso de la partida y el único que se esfuerza en hablar, pasar el rato y entender a los habitantes locales.

Si bien el film apuesta a un realismo muy bien logrado de impronta loachiana con actores no profesionales que entregan un desempeño maravilloso, a decir verdad el andamiaje narrativo es bastante clásico porque aquí tenemos una especie de contrafigura, Vincent (Reinhardt Wetrek), el capataz de los alemanes, un hombre patético que se quiere hacer el pícaro con una búlgara en una situación que bordea el acoso, lo que eleva aún más el nivel de recelos. De hecho, la disposición dialoguista de Meinhard y su amistad incipiente con uno de los búlgaros, Adrian (Syuleyman Alilov Letifov), le ganan a la par reprimendas y ninguneo de Vincent, sus compañeros y de distintos personajes autóctonos que desconocen la tolerancia. La realizadora y guionista Valeska Grisebach -sin siquiera recurrir a la música incidental- se luce explotando la distancia lingüística y los esfuerzos que todos hacen por comprenderse mutuamente, sin dejar en claro cuánto llegan a asimilar en lo referido a lo que cada uno transmite al prójimo. Otra dimensión del opus es la que abarca la destrucción de la naturaleza, siempre bajo la mentira de traer “progreso” a comunidades que no se pueden defender -o no quieren, por conveniencia temporal- frente a los embates del capital.

Las excusas para los incidentes son varias y se van acumulando de manera sutil: tenemos conflictos en torno a la preciada agua del área, la grava disponible para trabajar, un caballo blanco que vaga solo aunque aparentemente tiene dueño, un juego de póker en el que Meinhard ganó mucho dinero, el acercamiento del protagonista a Vyara (Vyara Borisova), una mujer local, y hasta las disputas internas entre las autoridades semi mafiosas del pueblo. A través de pequeños gestos que desembocan en episodios de una violencia cada vez más imprevisible, Grisebach logra edificar una semblanza minúscula alrededor del hecho de que los hombres son esencialmente iguales más allá de su cultura, nacionalidad o postura ideológica, un “detalle” que se les escapa a casi todos menos al personaje de Neumann y que va quedando en primer plano a medida que la historia avanza y las miserias de un lado y del otro saltan a la vista: de a poco aparecen rasgos ocultos como la soberbia, la xenofobia, el egoísmo, la corrupción y un chauvinismo ridículo que apunta más a la división en pos del lucro que a la defensa de un supuesto -e inexistente- orgullo nacional dañado, hoy totalmente desdibujado ante la torpeza de un maquiavelismo de vuelo corto…