Wakolda

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

La historia y la historia

Es extraño el caso de Wakolda , hasta ahora la mejor película de la también escritora Lucía Puenzo ( XXY , El niño pez ). Es una película atractiva, lograda en muchos aspectos, con diversos méritos, algunos nada desdeñables. Y es, además, una película ambiciosa, un rasgo bienvenido para un cine local que demasiadas veces tiene horizontes enanos. Es una película patagónica que, a diferencia de Historias mínimas , de Carlos Sorín, apuesta por lo contrario: por el exceso, por lo máximo, por rodear al personaje principal de tantas líneas como parezca soportar, al punto de debilitarlo. Y así, por no concentrarse en sus mayores fortalezas, tal vez por no confiar del todo en sí misma, o por intentar ofrecer una poco recomendable variedad de tramas, Wakolda se debilita.

El personaje principal es un médico alemán que, en 1960, se instala en una hostería en las afueras de Bariloche. La hostería es de una familia a la que conoce en la ruta: padre, madre embarazada, hijo, hija. Y el médico, prolijo, decidido, de personalidad fuerte, se inserta en la comunidad alemana, a la que pertenece la familia por parte de la madre. Los chicos empiezan el colegio alemán al que fue la madre, y en el que en los años 40 había banderas con esvásticas. El pasado aflora: el médico es nada menos que uno de los principales criminales de la Segunda Guerra Mundial. La película es, entre otras cosas, la vida en el colegio alemán -que incluye la pintura de las costumbres y el ocultamiento del pasado-, el embarazo de la madre, la fabricación de muñecas por parte del padre (la línea más groseramente metafórica y a la vez innecesaria), la persecución al médico, el trabajo del médico. Y la línea principal, o la que parecía serlo (que se establecía como tal al principio mediante la voz narradora), es la relación del médico con Lilith, la hija de la familia, de 12 años, pero que, por problemas de crecimiento, tiene una talla menor que la que marca su edad.

Ésa es la gran historia de Wakolda . Los dos actores involucrados son los mejores de la película (junto a la increíblemente fotogénica y vivaz Elena Roger): el catalán Àlex Brendemühl y la debutante Florencia Bado, enorme hallazgo. Brendemühl ya había logrado una composición fría y perturbadora en Las horas del día , de Jaime Rosales. Y Bado tiene ojos expresivos, gracia, seguridad en los movimientos: ocupa la pantalla con la prestancia de alguien grande en todo sentido. Esa relación, esa fascinación de un Humbert Humbert más oscuro, esos contactos peligrosos, son el centro de la potencia de la película, el motor perverso, el ángulo de entrada fascinante. Lamentablemente, ese manantial narrativo es reducido por todo lo que lo desvía hasta casi secarlo. Así, al final, la película nos deposita en una intriga internacional y en un episodio de suspenso de parto y puerperio que no estaban bien preparados y que nos hacen preguntarnos por qué la música suena tan fuerte si en realidad nos truncan lo más intenso que se había prometido. La Historia y sus nombres y datos se entrometen demasiado con la fascinante historia central de Wakolda , pero fue la propia película la que los invitó a entrar..