Vuelta al perro

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

El padre del autor, protagonista de la película, lleva a cabo en 2010 una obra de teatro basada en cuento de Piglia acerca de personajes que buscan un cuento de Arlt que no existe. La génesis del proyecto muta en la idea que finalmente conoceremos bajo el título de “Vuelta al Perro”. Financiada por el INCAA, estrenada tres años después del comienzo de la filmación, llevada a cabo en Salto (Provincia de Buenos Aires), la premisa de un director que vuelve a su pueblo natal coloca en pantalla imágenes nostálgicas del lugar en donde transcurrió la niñez. Ayer era una estación de tren, un río, calles de barro, puestas de sol en la plaza del pueblo, la siesta intocable. Fragmentos de tiempo vienen a la memoria. Poco queda en pie, pero la identidad se construye mirando en retroceso hacia aquellos espacios sagrados. Di Cocco, de profusa labor cinematográfica desde 1997, hurga en su propia historia personal. Una infancia transcurrida entre salas de teatro y ensayos como lugares de pertenencia se nutre del ambiente que bien sabe describir, en pos de una óptica que no es condescendiente con el arte que hacemos por placer. ¿Es puramente ficción la historia que estamos a punto de ver? Un perdedor retorna al cubículo que lo vio nacer. ¿Vuelta al perro con la cola entre las patas? Más ambición nos depara la aventura, una obra de teatro simboliza otras posibles ‘reaperturas’. El tiempo transforma las relaciones personales, contraponiendo la idea del éxito y el fracaso. La disyuntiva de quien eligió quedarse contrapone la ambición de crecer al emigrar a las grandes ciudades con el mentado regreso, cotejando la suerte de aquellos que decidieron permanecer. Saliendo de la mirada paternalista de la ciudad hacia el pueblo, “Vuelta al Perro” propone un viaje al comienzo que es, en verdad, una búsqueda a sí mismo.