Volando alto

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

El deporte como camino

Una épica deportiva basada en la vida de Eddie "The Eagle" Edwards, un deportista más tenaz que dotado, más perseverante que talentoso, más porfiado que habilidoso. La película se toma licencias varias, pero permanece la idea del amateur que quiere ser olímpico contra múltiples dificultades: rodillas débiles en la infancia, anteojos constantes, contextura demasiado pesada y -sobre todo- origen social más bajo que el habitual en las disciplinas de esquí.

Al quedar relegado en primera instancia del equipo británico para los Juegos Olímpicos de invierno de Calgary 88 (también recordado por el equipo de trineo de Jamaica, que dio origen a Jamaica bajo cero), Eddie se decide por el salto con esquíes, en el que no tiene experiencia.

Volando alto ofrece la típica estructura a la larga euforizante de películas deportivas sin grandes sofisticaciones: dificultad / dificultad / derrota / esperanza mínima / más dificultades / más derrotas / esperanza y la pregunta de ¿llegará alguna clase de triunfo? Se apuesta aquí a una estética ochentosa, no tanto en los decorados y el vestuario, sino sobre todo en la música y en cierta inocencia todoterreno -incluso exagerada- que remite a algunos éxitos aptos para todo público de los ochenta europeos.

Hay ciertos modos demasiado superficiales y plásticos que vuelven a este film un objeto chirriante en su primer segmento, en el que todavía no apareció Hugh Jackman y el protagonista, interpretado por Taron Egerton (de Kingsman), hace una composición exacerbada en la que las cejas le compiten a la boca en gestualidad desatada, mientras otros actores juegan con demasiado énfasis televisivo.

Cuando aparece Jackman, animal de cine, el ambiente actoral se vuelve (un poco) más sobrio, y mejora aún más con las participaciones de Jim Broadbent y Christopher Walken. Por lo demás, los saltos de esquí son material especialmente apto para la filmación lujosa que aquí se ofrece -la cercanía es impactante y el "estar ahí" en las rampas es asombroso-, y las redenciones y proezas deportivas son especialmente aptas para el cine.

Volando alto es una película sin oscuridad, sin pliegues, frontalmente agradable, casi alevosamente simpática. Una película sin misterios, sin nada de esa fascinación extraña que ofrecía Werner Herzog en su mediometraje sobre otro saltador de esquí: El gran éxtasis del escultor de madera Steiner (1974).