Virus:32

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Con La casa muda (2010), Dios local (2014) y No dormirás (2018) el uruguayo Gustavo Hernández ya había demostrado su destreza como narrador, su ductilidad en el manejo del plano secuencia, su amor por el cine de género y su capacidad para sostener relatos en espacios cerrados.

Todas esas características se renuevan y en algunos casos se potencia en Virus: 32, un film que no aportará demasiado a la larga historia de películas de zombies, pero que se sigue con interés por el manejo de la tensión y el suspenso, así como las ideas visuales de las que hace gala el realizador montevideano.

Y una Montevideo nocturna y apocalíptica es el ámbito de este sucedáneo de Exterminio, de Danny Boyle, pero -claro- con una impronta local tan propia de la ciudad (y del club) donde transcurre. Es que la locación principal de Virus: 32 (el número hace referencia a la cantidad de segundos que hay para sobrevivir antes de la reacción y un nuevo ataque de los zombies) es el Neptuno, un club que parece anclado en el pasado con sus cafetería, sus gimnasios, su piscina, sus vestuarios, sus calderas y sus oficinas que -con la ayuda de la dirección de arte- nos ofrecen un look vintage.

Iris (Paula Silva) es una madre joven que nunca se ha ocupado demasiado de Tata (Pilar García), su hija de ocho años, pero cuando Javier (Franco Rilla), el padre en apariencia bastante más responsable de la niña que está separado de Iris, la deja a su cargo ella no tiene más remedio que llevarla al Neptuno, donde trabaja en rutinarias tareas de vigilancia. En ese club nunca pasa nada, pero ese día se desatará el virus del título y decenas de zombies sedientos de sangre irrumpirán en el lugar en un juego de gato y ratón por las distintas instalaciones. A mitad de película aparecerá en escena Luis (Daniel Hendler), un personaje a todas luces contradictorio que además atraviesa circunstancias extremas que es mejor no anticipar.