Viola

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Excelente. Claro que es cuestión de gustos. De escalas, de conexiones, de otras visiones, de cuánto cine se ve, de a cuánto cine argentino uno se le anima. Pero después de repetir tres veces Viola , la película parece ofrecer disfrutes nuevos, nuevas conexiones, nuevos gestos, nuevos detalles. La rica y breve Viola es la cuarta película de Matías Piñeiro, la segunda de sus comedias sentimentales shakespeareanas. Viola parte de Noche de Reyes y transcurre en invierno en la ciudad de Buenos Aires (y provincia, "pero cerca"), a diferencia de su acompañante soleada Rosalinda , que transcurre en el Tigre y también se origina en Shakespeare (ver aparte).

El primer segmento de Viola -consistente, coherente- es un fragmento de representación teatral más una conversación en los camarines. Tierra femenina, trama femenina, estrategia femenina: actrices que actúan, simple o doblemente: hombres satélites, u hombres como un rol que se puede imitar y mejorar, afinar. Ensayos en una casa: el erotismo de la palabra, del acercamiento.

Las actrices de Piñeiro (bah, las actrices con Piñeiro) han actuado en teatro, pero Piñeiro sabe que en el cine la entonación de los diálogos y la intensidad de los gestos son otra cosa. Ahí Piñeiro convierte, subvierte a Shakespeare para el beneficio del ritmo, de la cadencia musical de las palabras. En Viola todo fluye, fluye en el movimiento y fluye en la quietud. Hay suspenso emocional en un beso, en cuándo se da. Eso se logra por la precisión en el gesto, en el sonido, en la duración de los planos, en la lógica de la luz, en las palabras en off y en sus efectos sobre los rostros. Por los grandes logros de un joven director que ha alcanzado la maestría en su territorio de diálogos, equívocos y cruces de personajes con este film con nombre de mujer.

El personaje Viola -la principal de las chicas que encarnan el movimiento, el encanto y el pensamiento del relato- anda en bicicleta por las calles de Buenos Aires. Viola reparte películas grabadas en DVD, parte fundamental del trabajo de la "empresa pirata" de nombre Metrópolis que tiene con su novio, Javier. Viola observa, deja que las cosas le sucedan, o de eso la acusan en la perfecta conversación en el auto (el auto quieto de esta película, el único elemento que no se mueve). Tal vez Viola trame con tanta perfección que pone todo en acción sin demostrar afán alguno. Viola, al final, incluso canta, y Piñeiro deja fluir esa alegría, ese estado diáfano y frágil de la levedad emocional que busca un ancla. Todo aquí es un juego digno de jugarse. Un juego excelente.

Claro que es cuestión de gustos. Pero más allá de ellos, Viola es un punto clave del cine argentino hoy: un nodo de gracia y sutileza, de revalorización del diálogo, de construcción sólida de situaciones. Un ejemplo de claridad para construir personajes, para entender los bordes filosos de sus personalidades como lugares de entrada para los pequeños temblores e inestabilidades que ponen en circulación el amor o su búsqueda. Un cine resplandeciente, seguro y estable para mostrar el movimiento y las dudas que generan los más encantadores pliegues del deseo.