Vicio propio

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Pánico y consumo en California: excelente debut de "Vicio propio" en los cines

El nuevo filme de Paul Thomas Anderson, confirma el genio brillante del director. Comentario y tráiler, acá.

Era esta la mejor película estadounidense del año pasado y es por eso que no obtuvo ningún Oscar. En efecto, la séptima película de Paul Thomas Anderson confirma su genio: aventurado narrador y singular formalista, aquí vuelve sobre la estructura delirante y perversa de la cultura estadounidense, su especialidad. El período elegido, el crepúsculo del hippismo libertario, forma de hedonismo deleznable. En síntesis: después de la presunta liberación de los placeres corporales y psíquicos, la represión discreta se impone y el consumo es la única forma de vida. En la década de 1970 cambiaron las coordenadas simbólicas. He aquí una prueba.

La línea argumental no sigue una trayectoria rectilínea. La figura geométrica del relato es indefinible, pues los saltos de continuidad en el tiempo y las elipsis son sistemáticos. Técnicamente, hay una puesta en abismo que se corresponde con un plano secuencia en el que el protagonista y su pretérita novia pasean bajo la lluvia. Hermosa secuencia. Pero la lógica narrativa parece en sí una puesta en abismo permanente. Aún así, la historia que cuenta Vicio propio se reduce a la búsqueda desesperada por parte de un investigador privado heterodoxo llamado Larry Doc Sportello de su exnovia. Ella ha desaparecido casi al mismo tiempo que un poderoso hombre de negocios, acaso su amante. A su vez, el detective Bigfoot investiga el caso y en principio sospecha de Doc. Hay más situaciones y personajes: hay soplones, amantes, una organización mafiosa llamada The Golden Fang e incluso un miembro de las Panteras Negras. La proliferación de personajes y situaciones es constitutiva del filme.

Si en Pánico y locura en Las Vegas Terry Gilliam intentaba materializar grotescamente las percepciones lisérgicas provenientes de la literatura gonzo de Hunter. S. Thompson, Anderson se apropia de la novela homónima de Thomas Pychon a través de una operación mimética con el estado de asociación derivativo propio del origen literario. Es un procedimiento ideal para Anderson, cuya poética narrativa tiende siempre a la indeterminación. La modernidad del filme estriba en hacer sentir rítmicamente la suspensión y experiencia cognitiva de un cerebro embriagado de cannabis, y en la forma de relato que de ahí surge.

Hay aquí escenas memorables que pasan volando pero dejan una huella. Es que los planos de Anderson sobreviven a la proyección. Pocos cineastas, como Orson Welles y David Lynch en el cine estadounidense, conocen el secreto del cine después del cine. Anderson pertenece a ese linaje. El cine es aquí una intensa actividad cerebral por otros medios.