Vicio propio

Crítica de Cecilia Martinez - Función Agotada

Capas de cebolla

El cine de Paul Thomas Anderson es enrevesado, complicado, es decir, con pliegues, con múltiples capas de sentido que se construyen como capas de cebolla. Sin embargo, cuantas más capas pelamos, más nos acercamos a lo inaccesible, a lo inasible.

Centro y periferia

Existe en su cine una línea narrativa principal, en general más bien tradicional y accesible (en este caso, la investigación del caso Mickey Wolfmann y Shasta Fay Hepworth), y otra línea plagada de ramificaciones que se van desprendiendo, con una narración bastante alejada de la estructura tradicional, que da lugar a una forma más alucinógena, atemporal y disruptiva (como también pasaba en The Master), ligada a cierta traducción de los estados internos de los personajes, menos asequible, si se quiere. Se trata de digresiones, acaso reflejos de la mente, sus procesos conscientes e inconscientes. En Vicio Propio (Inherent Vice), los espectadores nos colocamos como testigos oculares y sensoriales de los procesos mentales de Doc Sportello (Joaquin Phoenix), detective hippie fumón nostálgico y paranoico, con un caso para resolver y un pasado para procesar.

Policial fumón

El caso para resolver involucra individuos de lo más diversos y estrafalarios, y Doc se mueve entre ellos y esos mundos con la calma, el tacto y la pericia que su profesión de investigador privado le confiere a la vez que con el asombro y la cautela que le despiertan esos personajes, entre hippies fumones como él, prostitutas que comen coños, músicos surfers, groupies, policías del LAPD, el FBI, asistentes de fiscales, panteras negras, magnates inmobiliarios, clínicas psiquiátricas y dentistas extravagantes. El derrotero de Doc es externo e interno, dos caminos que se bifurcan hacia lugares distintos pero que se van tocando a medida que Doc avanza en su investigación y en su propio proceso introspectivo, relacionado a su pasado y a Shasta Fay (Katherine Waterston), sus recuerdos salpicados, la felicidad pasada.

Duración

Un rasgo notable en el cine de PTA es la duración de los planos, el encuadre perfecto que recorta justo lo que hay que ver y lo deja en pantalla un poco más de lo normal, tal vez unos segundos, tal vez un minuto, tiempo suficiente para otorgar una nueva capa de significación. El plano desde afuera del auto de Bigfoot (Josh Brolin), que lo capta comiendo la banana bañada en chocolate, con Doc en profundidad mirando con ojos aterrorizados el espectáculo, es un plano que dura más de lo esperado y nos mete a los espectadores en la piel de Doc. La duración genera entonces dos efectos; uno de extrañamiento, al hacernos parte de la mirada de Doc y experimentar lo que él siente, y uno humorístico; como también sucede en el humor con la repetición de un recurso (que por saturación provoca comicidad), la duración excesiva genera ese efecto humorístico, al estirar una situación y tornarla cómica por lo ridícula.

Lo mismo ocurre con la escena en la casa de Hope Harlingen (Jena Malone), cuando ella le muestra a Doc la foto de Amethyst; de nuevo, la cámara se detiene en Joaquin Phoenix más de lo esperado y el resultado es extrañamiento (la situación y la expresión de Doc son disparatadas) y humor (cuando Doc grita y sigue mirando la foto).

Además, esos planos largos y los planos secuencia provocan una sensación de ralentización del tiempo. Sentimos en todo momento, como quien le da a la María, que el tiempo transcurre más lento, que todo es más pausado y acompasado, como si estuviéramos adentro de la cabeza de Doc.

Joaquin

Esos planos que se prologan de más lo tienen como protagonista y centro a Doc, a un Joaquin Phoenix con ciertas mañas heredadas de Freddie Quell (el personaje que interpretara en The Master), aún medio encorvado y con un caminar ligeramente simiesco. Es que Joaquin Phoenix parece haber nacido para interpretar los papeles que PTA tan benévola y acertadamente le obsequia. La caracterización de Doc, las patillas tupidas, las camisas de bambula, el caminar cansino, los ojos inyectados o adormecidos, la mirada de displicencia cuando le miente a algunas de sus amantes y la de entrega y devoción cuando la contempla a Shasta, la picardía cuando saca su lado juguetón y la manera de rematar los chistes nos dan la sensación de que el guión se hace uno con él. La prosa de Pynchon se hace cuerpo y alma en JP, como si el actor fuera el mensajero inequívoco de su mente.

Pynchon

La voz dulce y angelical de Sortilege (Joanna Newsom), personaje convertido en voz en off omnisciente, es acaso el único vehículo posible para obsequiarnos un poco más de la exquisita prosa de Pynchon. Porque si no, qué queda para las descripciones pormenorizadas, las sensaciones físicas, la paranoia que invade la época y a los personajes, el fluir de la conciencia, la ironía no verbalizada, los soliloquios silenciosos, los estados internos, los recuerdos, la nostalgia. Sortilege está ahí para imbuirnos de sensaciones, para transportarnos de la mano junto a Doc, para recorrer la periferia, pelar capas y ver adónde llegamos. Si hay un lugar donde el cine de PTA y la literatura de Pynchon encuentran un punto de contacto es en la imposibilidad de hallar un centro más que el absoluto vacío. Es ahí cuando uno no puede pensar sino en Anderson como el perfecto interlocutor de Pynchon.