Viaje a los pueblos fumigados

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Envenenados de ambición.

Ovacionada en Berlín y no es nada extraño, Viaje a los pueblos fumigados es la nueva película de Fernando Pino Solanas. Y a catorce años del estreno de Memoria del saqueo confirma que nada ha mejorado en Argentina; que los problemas de la matriz productiva siguen siendo los mismos y las consecuencias de un modelo agroexportador, que hizo de la soja su único cultivo rentable, condena a cualquiera que hoy por hoy se alimente con vegetales, cereales y hasta carne vacuna.

Más allá de los negociados entre los políticos y las multinacionales, el cono de silencio sobre los trastornos de salud, el avance progresivo de la desnutrición en un país que desbordaba materia prima y era capaz de alimentar a millones, son los reveses de ese saqueo comenzado durante la década del ’90 y perfeccionado en las décadas siguientes, con la República Argentina como escenario de la desigualdad, la exclusión y la falta de control sobre toda la actividad económica.

Tal como viene haciendo con sus anteriores documentales, todos ellos concentrados en algún tópico polémico como la minería a cielo abierto, el negocio del petróleo entre otros, Pino Solanas asume su condición de documentalista y narrador de su experiencia. Ese tono ameno, con apuntes personales que refuerzan su pensamiento, ideología y compromiso con las causas sociales, se nutre de historias periféricas de gente anónima, aunque importante a la hora de resaltar sus aportes tanto profesionales como de lucha silenciosa contra la injusticia a la que son expuestos a diario.
En esta oportunidad, el eje se concentra en los agrotóxicos y sus nefastas consecuencias en los pueblos fumigados. Poblaciones enteras sometidas al veneno que entra por vías aéreas, por el agua o sencillamente por la piel cuando se expone a la invasión de avionetas fumigadoras, que no reparan en la presencia humana en las zonas que recorren. A ese compendio trágico que incluye la muerte de niños por envenenamiento con sustancias prohibidas se suma una importante galería de profesionales, expertos en la materia, doctores, siempre silenciados por el poder de turno. Investigaciones que se intentan tapar generan en Pino Solanas un sinfin de preguntas con la misma respuesta de siempre: Nadie piensa en otra cosa que la rentabilidad económica. Inclusive aquellos chacareros que abandonaron sus viejas prácticas de cultivo y envenenan la tierra para sobrevivir en el mercado.

Párrafo aparte merecen las transformaciones del INTA al haber entrado en el juego perverso de las patentes de semillas y en la competencia para emplear la poca tecnología y recursos humanos en la creación transgénica, al servicio de los intereses de las grandes multinacionales que solamente financian aquello que los beneficia en términos comerciales.

Monsanto es un nombre que se escucha en cada testimonio para ponerle cara a la cuestión económica y el plan sistemático de destrucción de los recursos naturales en nuestro suelo, violando todo tipo de ley y comprando silencios de políticos sin importar el partido que los nuclee.

La ausencia de voces defensoras de lo indefendible abre las puertas a las pequeñas proezas de chacras mixtas o proyectos agroecológicos de enorme impacto social y rentabilidad asegurada. Así, es justo dejar en esta nota nombres como los de Jorge Rulli, Adolfo Boy y Pedro Peritta, o los de Remo Vénica e Irmina Kleiner, con su proyecto Naturaleza Viva.