Una hermana

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

Un Peugeot 505 aparece incinerado en un descampado. El plano es fascinante: una carcasa escupiendo fuego con creciente rabia sobre un fondo crepuscular. El auto será de la madre de Guadalupe, una chica desaparecida.

¿Qué se sabe de su paradero? Casi nada: se fue de un boliche para nunca más volver. Este “casi nada” parece signar el tono de la ópera prima de Sofía Brockenshire y Verena Kuri, tanto en buenos como en malos términos.

Desde el guion de Una hermana no hay necesidad de establecer certezas. En definitiva, una desaparición es la vacante del sentido, el limbo del saber. Aquí todo será indicio, posibilidad, especulación, un imaginar sórdido que hará de Guadalupe un cadáver o una víctima de la trata de personas. O alguien que decidió fugarse. La ausencia de respuestas es una decisión osada que alejará al filme de la prosa y lo arrimará al lirismo.

Justamente, en esa orilla las directoras parecen asustarse y no dar el salto definitivo para enrarecer el relato.
Alba, la hermana de Guadalupe, se encargará de iniciar la búsqueda por sus propios medios, lidiando con la angustia de su madre y con el cuidado del mismísimo hijo de Guadalupe. Hay en el detalle del niño abandonado –junto a la condición precaria de la familia– cierta gula por el infortunio, por suerte no acentuada gracias a Sofía Palomino, que desvía la atención del golpe bajo para guiar al espectador por su travesía frustrante: averiguar un paradero sin pistas sólidas.

A medida que las esperanzas de Alba se derriten, las directoras desordenan la estructura del relato: el tiempo se confunde y se vierte un manto de sospecha sobre determinados personajes (algunos anónimos). Pero todo será un bucle de sugestión. La sumatoria de imprecisiones le imponen al filme un bienvenido clima pesadillesco, sólo que este clima no llega a profundizarse. Habrá tomas extrañas, sucesos incomprensibles, metáforas crípticas, pero siempre bajo el pulso prosaico que dio inició al filme.

El quiebre formal será en extremo mesurado y esto logra que el espectador clásico exija más datos y que el espectador sensorial se quede corto en su narcosis.