Un profeta

Crítica de Florencia E. González - Leedor.com

El profeta, una de las obras más premiadas de cine europeo en el último año – Gran Premio del Jurado en Cannes -, está seleccionada como candidata al Óscar como mejor película extranjera, representando a Francia.

El tema del film lleva adelante una historia enmarcada en la conmoción social y cultural que provoca la presencia árabe musulmana en el paisaje francés, no correspondida por la apertura de espacios de poder o de decisiones que integren a esa mayoría. De más de cinco millones de musulmanes, dos tienen nacionalidad francesa y la tasa de natalidad aplasta 7 a 1 a la “pura cepa europea”. Ese abismo entre superpoblación árabe y falta de oportunidades, tiene como resultado una fábrica de parias cuya solución se regula abarrotando prisiones. Una bomba de tiempo que reproduce las peores fobias.

La película comienza con Malik El Djebena, un joven de 19 años de apariencia enclenque, condenado a seis años de prisión. Se lo ve completamente solo y parece más desprotegido y débil que los demás presos. Malik no sabe leer ni escribir y es el prototipo del perejil inmigrante árabe, víctima de la marginación social y de la exclusión económica. Su notoria fragilidad poco a poco, es compensada por dos características que le salvarán la vida: entender obviamente el idioma árabe - la lengua más hablada en los penales franceses -, y su capacidad para aprender rápido. En silencio, se convierte en espía ideal por interpretar los complejos códigos de las relaciones carcelarias y absorber los demás idiomas que se hablan en prisión. Su capacidad y predisposición le permiten ganarse la confianza del cabecilla de la principal banda liderada por un corso, quien le paga con protección y algunos privilegios. Este personaje funciona en el film como prototipo del poder occidental: es minoría, maneja los hilos del penal; usa, desprecia y subestima la capacidad de los musulmanes pero de a poco verá perder su influencia, e irá en franca decadencia.

El título del film, Un profeta, traza la línea espiritual de Malik (interpretado por el notable, debutante y multipremiado actor Tajar Rahim), que alude a un sentido socavado elevando el contubernio criminal a un nivel alegórico por el proceso evolutivo del personaje. Malik entra a la cárcel siendo un pobre diablo, analfabeto, delincuente de poca estofa y se convierte en poseedor de un imperio basado en el narcotráfico de hachís. Inversamente, el corso capomafia ve escurrírsele el poder a manos del Malik, el “inferior” árabe. Desesperado, le espeta lo que le dicta su sangre occidental: Es gracias a mí si sueñas, si piensas, si vives… Si es eso lo que creen, ¡cuidado, franceses!, El profeta, una gran película moral, dice: no saben leer, balbucean el francés pero aprenden rápido, parecen tontos pero no lo son, si son serviles lo hacen por conveniencia, saben planear sus propios negocios y si no manejan lugares de dominio... pronto lo harán. Además, se multiplican a escala geométrica, saben interpretar las tramas de los márgenes, de los suburbios, son mano de obra legal e ilegal de Europa, pueblan cárceles, escuelas y también caminan por el centro de Paris. De a poco perciben que son el profundo motor del país.

El director del film, Jacques Audiard, es en función de su trayectoria - Lee mis labios (Sur mes lèvres, 2001) y De latir mi corazón se ha parado (De battre mon coeur s'est arrêté, 2005), un enamorado del cine negro que oscila en su vertiente americana y francesa. El Profeta mantiene esa identidad de cine bipolar aunque se permita pequeñas digresiones que embellecen la propuesta narrativa y que sumerge, desde el punto de vista estético, en una atmósfera asfixiante acorde al tema del film.

Para el cine francés no es una novedad que la migración árabe en Europa sea una amenaza. Así también lo demuestra otra película premiada de Cannes, ganadora de la Gran Palma de Oro, Entre los Muros. Este film ambientado en una escuela suburbana de Paris también apunta a la variedad inmigrante y al valor del conocimiento lingüístico dominante. Desde su título se desprende una imagen claustrofóbica: “entre los muros” como la expresión diagnóstica de una vida confinada al encierro, de una infancia moldeada por la carencia y la represión, de unos cuerpos definidos por el espacio en que se hallan. Así la cámara no filma más que los límites internos de tal espacio: el aula, la sala de profesores, el patio, otra vez el aula, la celda, el patio… todo es celda.

El Profeta y Entre los Muros son, al fin, películas con fuerte contenido moral donde el mensaje, puertas afuera dice: “nos invaden, los necesitamos y los odiamos, y no sabemos qué hacer” y puertas adentro dice: “sobrevive el más vivo como en una selva”. Pero el cruel aprendizaje de la supervivencia de ser extranjero en toda tierra, significa sufrir y tratar de sobreponerse al rechazo y a la humillación que le infligen los otros, es decir, de todos aquellos que no son “yo”.

El film de Audiard compite con El Secreto de tus ojos el próximo 7 de marzo. Creo que su profundo andar en un conflicto “tan” europeo, “tan” francés, atenta contra sus posibilidades de ganar la estatuilla en Estados Unidos. Las especulaciones terminan este domingo y con ellas, El profeta supongo también se juega su destino en las salas argentinas.