Un monstruo viene a verme

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Los relatos fantásticos han servido de puente para narrar todo tipo de historias, atravesando los géneros más diversos. El drama suele ser uno de los más recurridos, y el realizador español Juan Antonio Bayona parece no temerle.
Un monstruo viene a verme adapta la novela homónima de Patrick Ness, y desde los papeles, parecía ideal para el director de Lo Imposible.
Lewis MacDougall es Conor, un niño que vive en una campiña inglesa bucólica, alejada; junto a su madre (Felicity Jones).
A Conor le cuesta empatizar, hacer relaciones con los chicos del colegio de los cuales es objeto de burlas y maltratos varios. Su vida es casi un infierno triste, pero – obviamente – posee una gran imaginación que lo hace fuerte de espíritu.
Una noche, luego de hacer catarsis, comienza a ser visitado por un monstruo (voz de Liam Neeson), gigante y con forma del árbol del cual se desprende.
Este gigante, que muestra una actitud agresiva respondiendo al ofuscamiento de Conor, le contará cada noche, siempre a la misma hora, una historia diferente, todas con un mensaje detrás, con el objetivo de que, la última noche, Conor le cuenta una historia, su historia, su verdad.
No es la intención de este texto contar más de lo debido, adelantar algún dato revelador; pero es que el desarrollo sigue caminos tan previsibles que es imposible no hacerse una idea de lo que va a pasar – y va a pasar – con tan solo leer una simple sinópsis.
Un monstruo viene a verme responde a una tendencia de hace ya varios años de recurrir al manual de autoayuda disfrazado de algo de misterio y melodrama como para llenar varios tanques.
Todo lo que Conor “aprenda” de su nuevo amigo, le servirá en su vida diaria para ir avanzando en lo que internamente necesita, y que la película inútilmente intenta escondernos, aunque podamos adivinarlo a los cinco minutos.
Bayona se hizo mundialmente conocido con su ópera prima El Orfanato. En aquella ya se vislumbraban la predilección por historias de fuerte contenido melodramático enmarcadas en un contexto de cine de género. Pero a diferencia de Un Monstruo…, en aquella oportunidad, las emociones fluían naturalmente, la historia atrapaba, y uno podía compenetrarse totalmente con el sufrimiento y desesperación del personaje de Belén Rueda.
Aquí, es posible que lo que falle sea el texto original, que uno adivina una novela juvenil con consejos de vida en cada párrafo, mal disimulados. Lo que queda plasmado en la pantalla es una narración torpe, que fuerza cada momento dramático con todas las armas posibles; desde una fotografía cargada de ocres y verdes opacos, y una música que no nos abandona casi nunca, pero sube el volumen para que escuchemos más violines diciéndonos que debemos entristecernos un poco más.
La dirección actoral sigue siendo lograda, el director ya lo había demostrado anteriormente, y acá imprime un buen direccionamiento para que el trío formado por MacDougall, Jones y Sigourney Weaver como la abuela, despliegue buena química y momentos de climax intensos convincentes desde sus labores.
Los rubros técnicos son otro acierto, aunque intenten enfatizar esa veta dramática. La fotografía demuestra belleza, y el monstruo interactúa correctamente con Conor.
Sabiendo de ante mano que Un Monstruo Viene a Verme intentará hacernos llorar con todas las armas posibles (algunas bastante sucias y tramposas), y aun así aceptándolo, es posible que el espectador se tope con una película correcta, que propone un ritmo lento pero que no decae. Eso sí, habrá que advertir a los padres que decidan llevar a sus hijos sobre la posible historia a la que pueden exponerlos, esto no parece ser ni por lejos algo infantil ni casi juvenil.