Un método peligroso

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Del dicho al hecho...

“Un método peligroso” es, evidentemente, el resultado de un minucioso trabajo de laboratorio y su resultado, a pesar de los temas delicados que trata, tiene la particularidad de presentarse como un producto más bien aséptico, algo así como descontaminado de impurezas, rigurosamente esterilizado.

El conocido guionista Christopher Hampton (“Chéri”, “Expiación”, “Deseo y pecado”, “Relaciones peligrosas”, “El secreto de Mary Reylly” y “Carrington”, entre otras), y el renombrado director David Cronenberg (“La mosca”, “Una historia violenta”, “Promesas del Este”, “Crash”, “Pacto de amor”) se unen para filmar una adaptación de la novela “A most dangerous method” de John Kerr que refiere a algunos detalles muy relevantes de la relación de los grandes creadores del psicoanálisis: Karl Jung y Sigmund Freud.

Ya el título es sugerente del estilo que habrá de adquirir la narración, dado que lo que se pone bajo la lupa es uno de los avances científicos más controversiales del siglo XX, lo que para Jung era “la cura por el habla”.

Si bien la película está basada en hechos reales y, obviamente, en personajes también reales, de lo que ha quedado abundante documentación, el modo de contar está presentado como un contrapunto de opiniones respecto de la materia que los ocupaba: el origen, la tipificación y el tratamiento de las enfermedades mentales, como un campo de investigación dentro de la medicina.

Con una excelente ambientación, los hechos transcurren en Viena y otras ciudades europeas, a comienzos del siglo pasado, la tensión dramática está suscitada por la particular relación que establece Jung con una de sus pacientes más emblemáticas, Sabine Spielrein, con quien inicia precisamente sus experimentos a través del habla.

La cuestión es que Jung, que está casado con Emma, una mujer muy adinerada que es su principal sostén material, emocional y espiritual, comete un pecado imperdonable al involucrarse sexualmente con su paciente, lo que trasciende públicamente y le trae algunos trastornos, entre ellos, el reproche de su maestro, Freud.

Pero más allá de la anécdota, el episodio está utilizado por los guionistas como atractivo dramático para poner en juego varios de los temas de la época que hicieron resonancia en las teorías psicoanalíticas.

Por supuesto que la sexualidad y sus complejos tiene el lugar protagónico, como no podía ser de otra manera, pero también se filtran de modo insidioso otros asuntos como el antisemitismo, los conflictos de clases, los celos y rivalidades profesionales, el puritanismo y lo prohibido y hasta el uso de drogas psicotrópicas.

El contrapunto doctrinario fundamental, como se sabe, se da entre los dos grandes, pero además aparece un tercero, que pone una nota discordante aunque también funciona como facilitador, que es un psiquiatra díscolo e inclasificable, llamado Otto Gross.

Así las cosas, cada uno en su rol, los conflictos se irán desenvolviendo, como exige el método, mediante el diálogo, ya sea en forma personal o a través de cartas, como se usaba en la época.

Si bien Cronenberg pretende mostrar a un Jung humano, demasiado humano, la puesta es tan hierática que no logra transmitir muchas emociones y los personajes ni siquiera se despeinan.

No obstante, hay que destacar las actuaciones muy respetables de Michael Fassbender, como Jung, de Viggo Mortensen, como un atractivo Freud, y de Vincent Cassel, como el rebelde Gross. Mientras que Keira Knightley hace una Sabina un tanto sobreactuada en sus tics maniáticos y Sarah Gadon da vida a una Emma tan pulcra y majestuosa que abruma un poco con su rigidez.

Otro reproche que puede hacerse al film es que parece dedicado a un público selecto, el que se supone que conoce los entresijos de la teoría psicoanalítica y que no necesita de ninguna explicación, pero quizás ese toque que le da el lenguaje cifrado es lo que lo haga más atractivo para algunos.