Un día en familia

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Las huellas de lo ausente.

Esta semana se estrenaron dos películas en las que el cine de Yasujiro Ozu está muy presente. En la francesa El encanto del erizo el homenaje es obvio y evidente, ya que uno de los personajes es japonés, se apellida Ozu y en un momento mira un video de Las hermanas Munakata. Se trata de una película hipócrita que mezcla la defensa e ilustración del patrimonio cultural con la redención de un alma solitaria, utilizando sentencias grandilocuentes, trazo grueso y personajes caricaturescos. Por suerte, el otro estreno recuerda al cine del maestro japonés por su habilidad para captar el corazón de la unidad familiar mediante una crónica social cotidiana que, con aparente ligereza de tono, refleja la incomprensión entre las distintas generaciones. Un día en familia es una película sensible impregnada de un humor discreto que acota su narración a un sólo día y encuentra en la serena sucesión de momentos banales la materia de su singularidad.

La película aborda con economía, rigor y gran pertinencia el estatuto funerario de la familia. El motivo del encuentro anual es la conmemoración de la muerte de uno de los hijos. El director filma la luz del día como un eco, una presencia invisible. La reunión adopta la forma de un ritual en el que los fantasmas observan a los vivos, una ceremonia en la que cada palabra que se libera es una invocación dirigida a los ausentes. La autoridad está representada por un jefe de familia susceptible y gruñón, un viejo médico jubilado cuyo noble oficio funciona como modelo de actividad respetable para todos los hijos. Es la leyenda sobre la cual se basa la familia, aunque todo el mundo sepa que dejó de trabajar por la dura competencia de los hospitales privados que poco a poco le quitaron su clientela. La vida que comparte con su mujer está dedicada por completo al recuerdo del hijo fallecido. Cada año reciben a sus otros dos hijos, vivos e imperfectos, siempre decepcionantes. Cada reunión anuncia un balance, porque pertenecer a la familia implica compararse con su leyenda. Pero la película no retrata el hundimiento ni la lenta disgregación de la familia, sino su continuidad a pesar de todo, su afirmación alrededor de comidas, debates, caminatas y plegarias en las que cada uno busca en la mirada del otro la justificación de su propia existencia.