Un año más

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Ensayo sobre la Soledad

¡Y el cine ha vuelto! Algunos piensan que lo que diferencia al arte cinematográfico de las demás artes es la capacidad de impresionar con grandes paisajes, efectos especiales, en fin… ¡espectacularidad! Nos han acostumbrado a pensar, de hecho, que una película de cámara (en el sentido minimalista de la palabra) es en realidad… televisión. Si una puesta de cámara es sencilla y simple, vemos espacios urbanos “comunes” y la fuerza de la obra la llevan los actores, entonces estamos en una cruza de una novela televisiva y un melodrama teatral. De acuerdo, el western se debe disfrutar en pantalla gigante… pero hay que saber fotografiar un western. No es lo mismo Cowboys & Aliens que Erase una Vez en el Oeste o La Diligencia, por nombrar acaso los dos mejores ejemplos, de dos estéticas diferentes a la hora de encuadrar el género más antiguo del cine.

Pero sucede lo mismo con las películas de “actores, historias y personajes”. No es lo mismo una película de James L. Brooks que una de Mike Nicholls o Mike Leigh, por decir nombres de directores, que trabajan temáticas y estéticas similares. ¿En que se diferencian uno de otro? Los primeros planos.

Una vez, asistí a una ”Clase Maestra” que dio el GRAN director húngaro Itzvan Szavó en Mar del Plata, y dijo una verdad irrebatible: observar un rostro en pantalla gigante, sostener el plano, prestar atención a cada detalle, a cada gesto mínimo, el cambio paulatino de expresión… ¡eso es cine! Y sino, fíjense en como Nicholls, hombre de teatro, construye películas solo con primeros planos: ¿Quién le Teme a Virginia Woolf? o Closer. Dos ejemplos excelsos sobre el poder de sugestión de los primeros planos, el impacto que puede llegar a tener, el efecto de un primer plano sobre el rostro de actores verdaderamente expresivos. Claro, que una cosa era un primer plano sobre Richard Burton que uno sobre Jude Law, pero aún así, Nicholls es un maestro de esta estética.

Mike Leigh es mucho más íntimo, personal, autoral y sobre todo menos discursivo. Es capaz de convertir a una persona netamente “felíz” en alguien de amargura interna, que brinda felicidad para que el drama exterior no le afecte psicológicamente (La Felicidad trae Suerte). Lo que logró en aquella oportunidad con Sally Hawkins, traspasó lo admirable, para llamarse un milagro cinematográfico y algo similar sucede en el caso de Lesley Manville en Un Año Más.

La última película del director de Secretos y Mentiras, se centra en una matrimonio exitoso de clase media inglesa, Tom y Gerry (espectaculares Jim Broadbent y Ruth Green). Ambos representan un modelo a seguir en todo sentido. Tom es un ingeniero hidráulico respetado, Gerry, una psiquiatra sumisa. Los dos tienen una huerta y apuestan por un proyecto de vida ecológica. El tercer personaje que intercede entre ambos es Mary, una compañera de trabajo de Gerry, solterona cuarentona, charlatana y chismosa, que atraviesa un periodo de depresión debido a la ausencia de pareja. Trata de tapar dicha ausencia, comprando un coche que le traerá más problemas que alegrías. Tom y Gerry, a su vez, tienen un hijo de 30 años también soltero.

A lo largo del transcurso de este año que Leigh decide mostrarnos en la vida de Tom y Gerry vemos, los personajes que los rodean: un amigo borracho de Tom, su hermano austero, un sobrino rebelde.

Acaso lo más interesante de Un Año Más es justamente esto, como los secundarios, los que rodean a los supuestos protagonistas, van ganando participación y terminan siendo más ricos que la pareja, no por un descuido narrativo, sino por una elección del director de centrarse en lo que más le interesa hablar en esta obra: la soledad, y como la ausencia de “esa” persona o la rutina con “esa” persona pueden llevar a la depresión.

El film empieza de hecho, con un primer plano de la enorme Imelda Staunton en otro personaje introvertido. Una mujer que busca somníferos para salir de una profunda crisis depresiva. La vemos sola, durante 5 minutos frente a la cámara. Leigh da una clase maestra de dirección de intérpretes. La evolución que cada actor secundario, los cambios mínimos que efectúan en un plano secuencia fijo, que solo muestra el rostro es increíble.

Un Año Más es bellísima. No solamente la naturalidad de los actores, su delicadeza que desnuda cada capa íntima. La fotografía que se va modificando estación a estación, pero manteniendo un tono gris deprimente a lo largo de toda la historia es fascinante. Detalles de vestuario, escenografía y diálogos… que dicen tanto, pero a la vez, esconden comportamientos hipocráticos.

Leigh empatiza con esas almas en pena solitarias que vagabundean en busca de su pareja perfecta, pero que no logran encontrar, mientras tanto termina por defenestrar la fanfarronería de la clase media inglesa, y el sueño de familia tipo.

Películas tan delicadas, sutiles, meticulosas estéticamente, complejas en su sencillez como Un Año Más es difícil encontrar hoy en día en la cartelera. Riqueza cinematográfica en todo sentido.