Un año más

Crítica de Fernando López - La Nación

Cerca del final de Un año más , en otra muestra más de su dominio de la dinámica dramática, Mike Leigh propone una escena de franca violencia que irrumpe en medio de una gris tarde de funeral y con ella pone al descubierto, al mismo tiempo que las libera, todas las tensiones y ansiedades experimentadas por los personajes que hasta ese momento habían permanecido amortiguadas pero latentes bajo la superficie. El espectador lo vive con similar intensidad, resultado seguramente de la singular metodología de Leigh. Como se sabe, el gran cineasta de Secretos y mentiras y Topsy Turvy construye sus guiones sobre la demorada exploración que hace con sus actores a partir de ciertas pautas generales, una búsqueda de la que resulta no sólo el espesor que gana cada uno de los personajes y su verdad interior sino una interacción que determina la propia estructura dramática del film y le confiere su incontrastable humanidad.

Tras la risueña y optimista La felicidad trae suerte, la mirada ha cambiado bruscamente a esta Un año más , cuyo tono queda claramente establecido desde la primera escena: la admirable Imelda Staunton, con la infelicidad y el desaliento pintados en el rostro, está en consulta con una asistente del servicio de salud: padece de insomnio y busca remedio en algún fármaco aunque probablemente sabe que su estado depresivo -o más que eso, su malestar existencial- no se cura con drogas. Ese momento, maravilllosamente interpretado como el film todo, basta también para conocer a Gerri, la mujer felizmente casada con un geólogo; son gente madura y serena a cuyo alrededor gira una ronda de amigos o familiares víctimas de la misma amarga desazón.

Con su esfuerzo, Gerri y Tom han escalado posiciones desde un origen modesto; ahora viven en paz y armonía, sin apremios económicos ni opulencias, tienen trabajos que los satisfacen y encuentran placer en el cultivo de su pedacito de terreno. Una vida relajada que les da margen para escuchar al prójimo, sea éste un viejo compañero de Tom, que encuentra en el alcohol un paliativo para su soledad, o Mary, una compañera de trabajo de Gerri que también aplica la misma receta para combatir su constante crisis después de varias relaciones fracasadas. Si Un año más es la respuesta a La felicidad trae suerte , Mary, personaje complejo que Lesley Manville mantiene siempre próximo al desborde sin caer nunca en él, es la contracara de Poppy, la maestra jardinera que en el film anterior resultaba casi exasperante con sus lecciones de optimismo.
Crisis de la mediana edad

De a poco, Mary va ocupando un lugar destacado en el relato, que Leigh ha dividido en cuatro partes según las estaciones del año. Es el personaje que pide atención en medio de un devenir de acontecimientos aparentemente banales; sus cruces con Ken, el viejo amigo reaparecido; con Joe, el hijo de la pareja, o con Ronnie, el abatido hermano de Tom, ponen en marcha situaciones que enriquecen el juego dramático y el retrato colectivo de esta crisis de la mediana edad, de la que quizá no escapan tampoco los protagonistas. Observador agudísimo de los comportamientos, Leigh percibe como al pasar algunas miradas cómplices entre ellos en las que acaso pueda verse que su humana y cálida comprensión de los males ajenos anida incluye cierto sentimiento de autosatisfacción.

Como en todos los films del gran realizador inglés, donde nada está puesto al azar, los actores-coautores consiguen el prodigio de hacer de personajes de ficción seres vivos cuya humanidad nos compromete tanto como para que sus sombras perduren en nuestro ánimo mucho más allá de las ilusorias dos horas que hemos convivido con ellos en una sala a oscuras..