Un amor en tiempo de selfies

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Mirada superficial sobre los “tiempos de selfies”

El gancho es el habitual. Dos personas jóvenes, lindas y muy capaces, cada una en lo suyo, se conocen, se tantean, se amagan, sintonizan una misma onda, se van a la cama y se enamoran. Hoy día esa meta se alcanza fácil, al menos en las comedias románticas a la americana, donde además todo brilla que es una paquetería. Acá San Telmo brilla de tan bonito que fue fotografiado, brilla el departamento de un artista de teatro independiente, soltero, brilla el pelo de su perro, que ni pulgas tiene, brillan hermosos y felices los dientes y los ojos azules de su enamorada, y brilla el smartphone que ella le regala para estar siempre comunicados. Ahí, justo ahí, por esa porquería de regalo, todo empieza a opacarse.

Y todo empieza a ponerse más interesante, a medida que la historia se suelta del modelo inicial de film hollywoodense y se anima a transitar rumbos extraños e inciertos, donde el comediante Martín Bossi nos descubre que también tiene altura de actor dramático, y la sociedad se descubre tan ajena al romanticismo que da miedo. Hipercomunicada, superentrometida, sobresaturada de intermediadores reales, virtuales y electrónicos de toda clase convertidos en lastre, o en bombas de tiempo. Antes, el tanguero cantaba "He recibido una cartita tuya, donde me dices que ya no me amas". Si él no lo cantaba, nadie más se enteraba. Ahora, el sucedáneo de la cartita es una cosa terrible que encima se viraliza y se entera todo el mundo. Y de ahí parece no hay vuelta atrás.

Por ahí va la historia. Que culmina en un episodio onírico de buen mérito, acaso arruinado por los últimos planos. O salvado, según cada espectador/a quiera verlo. Despareja, esta opera prima de Emilio Tamer señala varios problemas de actualidad, aunque de modo superficial e incompleto. Su propuesta daba para más. Bossi, muy preciso con tiradores a lo Robin Williams, es secundado adecuadamente por María Zamarbide, Manuel Wirtz, Luis Rubio (todos por primera vez en roles cinematográficos de primera línea) y el veterano Roberto Carnaghi, este último a la cabeza de un grupo casi circense de vocacionales, antídoto porteño de las americanadas antedichas. También antídotos, los bienvenidos cameos de Carlitos Balá y Graciela Borges.