Trolls

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

En Trolls hay guiños que pueden dañar la emoción

Hace meses que suena, en el mundo, la canción principal de Trolls: "Can't Stop the Feeling!", de Justin Timberlake , que tiene una energía notable y es altamente adictiva. Finalmente, llegó la película, y hay que decir que el hit de Timberlake es superior. Trolls, basada en los juguetes que existen desde hace décadas, es una de aventuras colorinche con lección sobre la felicidad. Y la felicidad, cuando es explicitada y verbalizada de esta manera en el cine, raramente encaja con gracia. Pero eso viene sobre el final: al principio se nos cuenta sobre estos seres tiernos y coloridos que viven felices, cantan, bailan y se abrazan. Pero hay unos monstruos malvados y feos, los Bertenos, que sólo conocen la felicidad mediante la ingesta de Trolls una vez al año. Así las cosas, los Trolls deciden escapar de su árbol y buscar otro lugar para vivir, hasta que...

Hay un Troll que perdió la alegría -y el color- y es en extremo cauteloso, está la protagonista Poppy (la princesa) y más personajes definidos con certera velocidad. Y sobreviene el viaje de rescate de los amigos capturados por los Bertenos. El viaje de Poppy es imaginativo y aprovecha las posibilidades de la plétora de colores que se nos ofrece y las de un mundo que puede crear sus propias reglas. También son simpáticas las animaciones de las páginas de los libros. Y hay algunos chistes efectivos en el primer tercio, además de una cantidad casi obscena de grandes canciones de éxito de diversas décadas, usadas con gran habilidad durante toda la película. Eso sí, el 3D sobra a todas luces y hasta parece un filtro aplicado a posteriori. Pero el problema principal de Trolls no es un 3D irrelevante.

Detrás de las canciones simpáticas y las voces de grandes intérpretes, y de un mundo mullido y cute, está el andamiaje que Dreamworks usa -y en ocasiones abusa- desde Shrek: el guiño para los adultos puesto a intervalos regulares y el cinismo como punto de partida. A veces sucede, como en este caso, que tanto guiño, tanta referencia para no perder a los mayores que acompañan a los niños y tanta canchereada distanciada terminan dañando las posibilidades de emoción, empatía y compromiso efectivo con los personajes. Lo que no sería tan importante si la película se jugara a pleno por el cinismo y no intentara, sobre el final, cargar las tintas sobre los sentimientos de estos seres que cantan y bailan grandes canciones y tienen mascotas sublimes como el Señor Peluche.