Tríada

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

La intimidad como campo de batalla.

Tras un primer acto que en realidad es final trágico, el film vuelve atrás para ver cómo se llega a ese pequeño infierno sentimental.

No es sencillo comenzar cualquier tipo de relato, incluyendo el que se realiza en una película, si lo primero que se decide hacer es revelar el final. Mucho menos si se trata de un relato de suspenso, en los que el misterio es una herramienta fundamental para mantener atrapado a espectador. Eso es lo que decidieron hacer los directores Santiago Fernández Calvete y Sebastián D’Angelo en Tríada, desafío del que logran salir muy bien parados. La historia gira en torno del vínculo que se establece entre la pareja integrada por Matías y Julia, dos jóvenes que recién comienzan a transitar el camino de la convivencia, con Rodrigo, amigo de Matías de toda la vida, que es en realidad su único amigo. La primera secuencia encuentra a Matías descubriendo in fraganti lo que parece ser una aventura amorosa entre su mujer y su amigo, pero sin que ellos lo noten. Lejos de perder el control, Matías organiza un día después una salida entre los tres, en la que ninguno parece estar pasándola bien. Cuando se están por despedir, Matías se ofrece a llevar a Rodrigo hasta su casa, pero antes de llegar a destino dobla en una calle sin salida, cerrada al fondo por un gran paredón. A pesar de los ruegos de su novia y de su amigo, Matías acelera y la escena funde a negro poco antes de que el auto se estrelle contra el muro, justo en el momento en que él mismo desabrocha el cinturón de seguridad de su pareja. Un interrogante queda flotando en la oscuridad final de la escena: “¿Cuándo es el último momento en que ves a alguien?”

Esa pregunta se convierte en la oportuna puerta de entrada para el resto de la historia. Porque luego de eso, Fernández Calvete y D’Angelo retroceden hasta el verdadero comienzo de la historia, al momento en que Julia y Matías se conocen a partir de un encuentro incómodo en el bar que es propiedad de este último. Y de ahí a la entrada de Rodrigo, que acabará siendo el tercero en discordia de esta historia. Los directores cumplen en presentar muy bien a sus personajes, apelando a elementos que establecen las características de sus personalidades a partir de detalles que, siendo claros, no son necesariamente obvios. Así es posible percibir la violencia contenida en Matías aún antes de que esta aparezca en escena de forma explícita. Del mismo modo, su relación con Julia se encontrará atravesada por una tensión constante. La llegada de Rodrigo, dueño de una sensibilidad que es complementaria al carácter duro de su amigo, representará una inoportuna válvula de escape para la presión que acumula la pareja.

Aunque con elementos técnicos limitados a las posibilidades de una producción modesta, Tríada está narrada de forma prolija y efectiva. El guión escrito por el propio D’Angelo (quien además se hace cargo de darle cuerpo al personaje de Matías) se ocupa de engrosar la historia con diversas subtramas que, al superponerse, van construyendo de forma lógica ese desenlace que la película se arriesga a convertir en el primer acto. De esa forma cumplen, sin estridencias ni gestos ampulosos, en articular un relato en el que la intimidad se convierte en un campo de batalla por momentos asfixiante. Parte del mérito de que Tríada pueda considerarse una película exitosa en su intento de transmitir las diferentes tensiones que operan entre los personajes recae en la labor de los tres protagonistas, Mercedes Oviedo, Gustavo Pardi y el propio D’Angelo, quienes consiguen que sus composiciones de Julia, Rodrigo y Matías pulsen la cuerda precisa para que este pequeño infierno sentimental se convierta en un escenario verosímil, cercano al espectador.