Tres recuerdos de mi juventud

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

La caméra-stylo

Las películas de Arnaud Desplechin parecen leídas. El cineasta escribe su laberinto. Sus palabras son brazos, caricias y luces: una danza íntima y cotidiana con encuentros, peleas y viajes en tren. La vida ficcional de Paul Dédalus anida en su filmografía. El alter-ego encarna un cine sinuoso y complejo. En Tres recuerdos de mi juventud se cruzan fragmentos de sus películas anteriores: escenarios, ambientes, rostros, posturas, gestos y ritmos. El director vuelve sobre sus pasos, pero evita el lugar común de la reconstrucción biográfica. Desplechin utiliza el prisma de la imaginación, reinventa su juventud y les ofrece a sus héroes las aventuras que hubieran deseado vivir.

La cuestión de la identidad aparece como aliento inicial. Tras años en Tayikistán, Paul regresa a Francia y es detenido por la policía de frontera. Durante el interrogatorio le informan que existe otro Paul Dédalus, un refugiado ruso en Israel. Ante la evidencia de una identidad paralela, el protagonista comienza a explorar la propia. La película se compone de tres capítulos que incrementan gradualmente su magnitud y duración, construyendo al personaje y siguiendo su trayectoria borrosa.

Los recuerdos de infancia, que muestran a un niño con una fuerte personalidad y componen el primer capítulo, dan paso rápidamente a un episodio de espionaje juvenil en la Unión Soviética. Pero los desplazamientos geográficos que la película imagina no son nada al lado del viaje de regreso al primer amor. Esther es una adolescente hermosa y ligera que inquieta a Paul y enloquece a su entorno. Ella es maravillosa, fantástica, irreal: su rostro pulposo y su brillante cabello rubio se apoderan de la imagen con la belleza inigualable de un recuerdo.

Desplechin entrega uno de los retratos femeninos más bellos jamás compuestos por una ficción. El cineasta combina el arte del diálogo y la puesta en escena: hablar y ver en un mismo movimiento. Lo que dicen Paul, Esther, o las distintas voces en off siempre supera lo esperado. El heroísmo de los sentimientos a través del intercambio epistolar: Paul declama frente a la cámara sosteniendo la tensión inherente a la artificialidad del dispositivo. La iluminación otorga profundidad, espesor, sombras y materia a su historia. La emoción genuina mediante nobles recursos se amplía con una libertad formal desconcertante para crear un cine que, como diría Alexandre Astruc, es tan flexible y tan sutil como el lenguaje escrito.