Torrente 4

Crítica de Julián Tonelli - Cinemarama

Feo, sucio y malo.

Todo aquello por lo cual se puede amar (u odiar, dado que acá no hay término medio) a esa criatura llamada José Luis Torrente está en la primera película de la saga, cuyos minutos iniciales nos mostraban de qué venía la cosa, con el protagonista “apatrullando” la ciudad. Santiago Segura creó una caricatura implacable del Dasein franquista, un policía facho, corrupto, obeso, roñoso, putañero, racista, cobarde, misógino, alcohólico y merquero, que obligaba a su padre tullido a mendigar para luego dejarlo sin comer, o le proponía a su compinche retardado de ocasión hacerse “unas pajillas”, sin mencionar sus aborrecibles intimidaciones a los inmigrantes latinos, su fervor hooliganesco por el Aleti y su devoción incondicional por El Fary. En otras palabras, el gordo las tenía todas. Se lo aceptaba con carcajadas o se lo rechazaba con asco. Torrente: el brazo tonto de la ley, de hecho, tuvo un éxito impresionante, sin precedentes en la historia de la taquilla española.

Hubo dos secuelas: Torrente 2: Misión Marbella y Torrente 3: El protector. Aun con guiños al film original, el acrecentado presupuesto permitió introducir más persecuciones, más tiroteos, más explosiones y más chicas siliconadas, en detrimento de lo que realmente importaba, que era el propio Torrente. La flojísima tercera parte, con su insufrible sucesión de cameos, hizo pensar en el ocaso inminente del personaje. Poco quedaba de sus andanzas nocturnas por callejones, burdeles y bares de mala muerte. Parecía que había decidido abandonar esos recovecos marginales para mudarse definitivamente a lugares más coquetos.

La premisa 3D (cuyo efecto a posteriori termina por ser irrelevante) no implicaba augurios alentadores con respecto a Torrente 4: Lethal Crisis. Para colmo la introducción, en la que nuestro héroe echa a perder una boda de alta sociedad, insinúa que veremos más de lo mismo. A esta le siguen unos espectaculares créditos a la James Bond con música de David Bisbal, que dan cuenta del estatus icónico alcanzado por la invención de Segura. Afortunadamente, algo persiste de la vulgaridad maliciosa del viejo Torrente en esa reflexión frente a la tumba de El Fary: “Todo va fatal. Los socialistas nos han llevado a la ruina. Los homosexuales pueden casarse. Y hay un negro en La Casa Blanca, pero no de limpiador, no, ¡de presidente! Lo único es que España ganó el Mundial, pero eso tampoco es tan bueno, porque medio equipo era del Barça”.

Junto a los actores acostumbrados de la saga, como Tony Le Blanc, Luis Cuenca o El gran Wyoming, la cuarta Torrente exhibe una pintoresca bandada de personajes mediáticos muy populares en España (Belén Esteban, Kiko Rivera, y varios más, todos desconocidos en Argentina) y un abultado encadenamiento de cameos, que va desde Bisbal hasta Kun Agüero y Pipita Higuaín. Como en la entrega anterior, estas apariciones resultan demasiado forzadas y rozan por momentos lo publicitario. Más efectivas a nivel referencial son las alusiones al agente 007, a Escape a la victoria y a las películas de presidiarios. Si hay algo para celebrar, en todo caso, es el regreso de Torrente a los paisajes que mejor le sientan, los de una Madrid devastada por la crisis económica. Este contexto pone de relieve las cualidades crueles y vomitivas que lo hicieron famoso. Con su calva grasosa, su traje cochambroso, su camisa mugrienta y su calzón palometeado, vuelve el brazo tonto de la ley. Le guste a quien le guste.