Todo queda en familia

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Fieles... a sí mismos

Dos hermanos croatas, en una ácida y al mismo tiempo indulgente comedia dramática sobre el adulterio y la doble (o triple) vida.

Aunque no sea sofisticada, esta comedia dramática de enredos es rara. Su centro es el adulterio. Un tema tentador, no sólo para el espectador sino para los protagonistas: dos hermanos croatas en (merecidos) problemas con sus parejas y acaso con la del otro. Lo extraño es el tratamiento: la película sobrevuela con liviandad dilemas complejos; por momentos, parece descender al simple melodrama, pero, justo entonces, impulsada por un humor ácido, remonta hacia la desbocada tradición tragicómica balcánica.

Lo mejor es que el director Rajko Grlic jamás juzga a sus criaturas, pertenecientes a la burguesía de Zagreb. Y las actuaciones: en especial la de Miki Manojlovic, actor fetiche de Emir Kusturica. Su personaje, que al comienzo espera el resultado de una biopsia y parece arrepentido de sus infidelidades, tiene amplias zonas oscuras que Grlic muestra con total naturalidad, dando cuenta de que, para él, son comunes a todos o casi todos los seres humanos.

Lo más flojo es la exagerada cantidad de giros y cruces de historias -con varios cambios de puntos de vista-, la extrema sencillez con que ocurren -lo que les da un carácter unidimensional a los personajes-, cierta misoginia y una musicalización constante.

Los hermanos, hijos de un artista plástico mujeriego, muestran contrapuntos que no terminan de estallar. Nikola (Manojlovic) es un bon vivant , empresario, que vivió en los Estados Unidos. Braco (Bojan Navocec) es más bohemio, usa remeras del Che, se quedó en Zagreb durante la guerra. Ambos beben, mienten, manipulan, tienen problemas con la paternidad: en el fondo se parecen y se apañan. Grlic los muestra en situaciones revulsivas, aunque los aborda con indulgencia: sus debilidades pasan, así, a ser deslices humanos lógicos, sin importancia.