Titanes del Pacífico: La Insurrección

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Y seguimos con las películas pochocleras, bobas y divertidas. Ahora es el turno de la secuela de Titanes del Pacífico – ese homenaje de Guillermo Del Toro a toda la cultura cinematográfica japonesa de los monstruos y robots gigantes -, la cual anduvo floja en Norteamérica (claro, porque los yanquis prefieren los Transformers de Michael Bay en vez de una pelicula hecha y derecha) pero hizo estragos en la taquilla china. Como en USA se ha puesto de moda filmar películas pensadas casi exclusivamente para el mercado externo (especialmente para el masivo mercado chino), qué mejor que despacharse con una continuación co-producida con los mismísimos chinos. Y si la acción y las perfomances son muy buenas, el drama acá es que todo va muy rápido, algunas cuestiones fundamentales del filme original se pasan por arriba olímpicamente, y el guión tiene agujeros enormes de lógica por los cuales podría pasar tranquilamente todo un kaiju.

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Honestamente, el primer filme tenía un buen argumento, escenas de acción geniales y un par de sorpresas bajo la manga pero, por contra, la pareja protagonista era detestable (Charlie Hunnam tenía carisma cero y Rinko Kikuchi parecía un pollo mojado). Acá Pacific Rim: Uprising tiene protagonistas de muchísima mayor calidad – John Boyega sigue irradiando gracia y honestidad, y la gran novedad es Cailee Spaeny, que tiene una intensidad formidable; esa chica tiene un futuro enorme -, mas carismáticos y simpáticos; el drama es que les tocó un argumento de segunda. Ok, hay una cultura post kaiju donde la gente rapiña las ciudades devastadas por los bichos, los restos de los monstruos se venden en el mercado negro, los renegados construyen sus propios jaegers (¿en serio? ¿cómo hace una piba de 1.50 metros que apenas puede llevar una bolsa de supermercado para poder ensamblar una mole de acero sin tener grúas ni gente que lo ayude?), y hay algunos robots que parecen tener su propia agenda. Como Boyega es el hijo rebelde de Idris Elba (el severo comandante del primer capítulo de la saga), al tipo lo traen a la fuerza para una estación jaeger para que entrene nuevos equipos de pilotos. Por la ventana salió volando todo el drama de la compatibilidad mental entre los pilotos, los que debían ser hermanos, gemelos o padre / hijo para que el vínculo no les hiciera explotar el marulo: ahora cualquiera se conecta al cable como si fuera una Xbox con enchufe USB. Todo el mundo espera que los alienígenas (los Precursores, ahora se dignan en nombrarlos) regresen, pero no cuentan con que hay gente infectada / dominada por los extraterrestres desde la época de la guerra, los cuales se han convertido en colaboracionistas que complotan en secreto. Curiosamente ahí es donde Pacific Rim: Insurrección se mete en una onda visualmente inspirada en Evangelión – la idea de las ciudades que pueden esconder sus edificios bajo tierra; los jaegers hibridos (con cerebros alienigenas mutantes en vez de pilotos) que se transforman en unos robots monstruosos con mandíbulas que me hacen acordar a los EVAs cuando se salían de control -. Lástima que todo eso dura dos minutos porque el libreto – que vive inventando todo tipo de situaciones artificiales para mostrar que hay un complot (¿para qué corno se reúnen en Sidney? ¿qué diantres van a buscar a Siberia?) – decide cancelarlo todo en un instante para que los enemigos sean menos y manejables.

La destrucción divierte, Boyega y la chica son bárbaros, el hijo de Eastwood sigue siendo de madera (¿captan el chistonto?), y hay algunos homenajes para los fans del género (como la batalla final en el Monte Fuji), pero la trama no es limpia, y las motivaciones de los villanos son traídas de los pelos. En serio, ¿nadie en la corporación china vió venir la conspiración?.

Aún con todo eso, Pacific Rim: Insurrección me dejó bastante satisfecho. Será que uno pasó por momentos horribles hasta hace poco tiempo que ahora precisa un remanso de paz y desahogo, y películas como éstas calzan perfecto para lavarte la cabeza de toda la mier… que existe en el mundo (como le pasaba a mi vieja, que después del divorcio vivía en el cine viendo películas de terror!). El pasatismo es el pasatismo y Uprising no está pensada para hacer historia sino para pasar un buen rato, por lo cual soy amable y le doy un ok y una palmadita en el hombro por ser agradable y tibiamente recomendable.