The Master

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Cine de ideas para ver y reflexionar

El nuevo film del siempre original Paul Thomas Anderson es un cuerpo extraño dentro de la industria cinematográfica. Con los protagónicos de Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix, una cinta para mirar y volver a ver.

Ningún film se parece a otro en la obra de Paul Thomas Anderson. Ninguna de sus películas son fáciles de digerir, más allá del carácter festivo de Boggie Nights, la estructura coral de Magnolia, la comedia negra que proponía Embriagado de amor y el debate dialéctico entre dos visiones confrontadas de los Estados Unidos en Petróleo sangriento. Pero la mirada del director está en cada una de ellas, deslizándose entre lo real y lo onírico, planteando dilemas sin solución, colocando su bisturí cinematográfico donde más molesta. Y, por si fuera poco, desconcertando a propios y extraños, valiéndose de un talento y de una acumulación de ideas que poco tienen que ver con el adocenado y conservador cine estadounidense.
Por eso, The Master es su película más ambiciosa, con más subas que bajas, planificada para la reflexión y no para el goce inmediato, tal vez necesaria de dos o tres visiones antes de arribar a conclusiones definitivas. El pretexto argumental se relaciona a los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial donde se presenta un personaje ajeno a la razón y a lo normal, Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un indócil sujeto que carga con las secuelas del conflicto bélico pero que se sospecha que siempre tuvo un comportamiento similar. En su desprolija existencia se cruzará azarosamente con Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), inspirado en L. Ron Hubbard, líder de la Iglesia de la cienciología, un sujeto manipulador, creyente a rabiar en lo suyo, un maestro con todas las letras.
De allí en más The Master establece su tesis, que parece de vuelo corto pero infinita en sus capas donde se superponen diferentes caminos para conocer la verdad, lo absoluto, el sometimiento, la revelación, las idas y vueltas de una trama que juega con las contradicciones y las preguntas sin respuestas (o al revés, con muchas certezas al mismo tiempo) en lugar de aferrarse a las afirmaciones absolutas. En ese punto, Anderson elige una puesta en escena gélida desde la empatía hacia los personajes, cuidadosa al detalle desde la forma y cerebral y nunca concesiva al espectador.
Las muchas conversaciones cara a cara entre Freddie y Lancaster, la formidable secuencia donde el aprendiz acepta los mandamientos de La Causa y el pasaje donde los dos personajes vagan por el desierto, resumen las ambiciones y las libertades expresivas de la película.
Entre lo real y lo onírico, la cinta es un bienvenido desafío al público y al cine mismo de los últimos años. Debate dialéctico, suspensión de lo real, actores magníficos (impresionante Phoenix; autocontrolado Hoffman para bien de la película; notable Amy Adams en su ambigua criatura sometida y poderosa al mismo tiempo), The Master ni ahí es puro entretenimiento pero tampoco es un ejemplo de cine arte concebido por Hollywood. Es un cuerpo extraño dentro del sistema, un ovni cinematográfico digno de ver, disfrutar, analizar y volver a mirar.