Terminator Génesis

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Una secuela innecesaria

"Soy viejo, no obsoleto", repite una, dos, tres veces el androide interpretado por Arnold Schwarzenegger durante este regreso de la saga que lo hizo famoso. Pero, aunque la frase pretenda sostener la vigencia del héroe de acción austríaco de ¡68 años!, o apostar desde la ironía a la complicidad del espectador, en el contexto del film se parece más a un mantra propio de la meditación para sostener la autoestima.

A 31 años del inicio de la franquicia, Terminator Génesis intenta con escasa fortuna recuperar el espíritu de los dos primeros films de James Cameron y revitalizar una carrera de Schwarzenegger que en los últimos años no ha podido trascender el mero sesgo autoparódico.

Los guionistas Laeta Kalogridis y Patrick Lussier recurren al viejo artilugio de la máquina que permite viajar en el tiempo para que los protagonistas vayan a y vengan de distintas épocas (1984, 1997, 2017, 2029) intentando incidir en el pasado para cambiar el futuro. Kyle Reese (el galán australiano de la saga Divergente Jai Courtney), Sarah Connor (Emilia Game of Thrones Clarke, aquí en reemplazo de la mítica Linda Hamilton), John Connor (Jason Clarke) y el guardián de Schwarzenegger son los cuatro protagonistas de esta suerte de Volver al futuro con bastante más solemnidad que humor (las bromas, además, son poco lucidas e ingeniosas).

En realidad, Terminator Génesis es un poco de todo y mucho de nada. Acumulatoria y derivativa, esta superproducción de 155 millones de dólares de presupuesto a propulsión de efectos visuales 3D (gentileza de Industrial Light & Magic) combina algo de ciencia ficción, un puñado de secuencias de acción y destrucción apocalíptica, un poco de romance y drama familiar, y el resto dedicado al humor poco sutil ya mencionado.

Podía esperarse algo más de Alan Taylor (Thor: Un mundo oscuro no era ninguna obra maestra pero fluía bastante mejor que esta acumulación de enredos temporales). Así, el recuerdo de las joyas originales de 1984 y 1991 permanece inalterable y, lamentablemente, también inalcanzable.