Tabú

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Miguel Gomes y un cine profundo, subjetivo y en estado puro

Se podrán decir muchas cosas sobre esta película de Miguel Gomes, empero en lo que quizás estemos todos de acuerdo es en el acto de proponer, saltar barreras, pensar el cine lateralmente para salirse de los esquemas. Utilizar con el mismo grado de capacidad expresiva el color, los formatos en fílmico, los sonidos, los silencios y las imágenes como elemento, tanto cronístico como evocador.

“Tabú”, al igual que el clásico de Friedrich Murnaw de 1931, está dividida en dos partes principales (porque podría volver subdividirse según la lectura): Paraíso perdido y Paraíso. La primera está mucho más relacionada con la alemana en términos comparativos pero, por lo dicho, no se trata de una remake tal cual las definimos.

Blanco y negro. Aurora (Laura Soveral) llama desde el casino a Pilar (Teresa Madruga) para que la vaya a buscar porque se quedó sin un peso para volver. Se trata de una octogenaria que se adivina bella y espléndida en su juventud, una belleza ahora decrépita entregada a los vicios que sirven para tapar la historia. Fue al casino a raíz de un sueño que tuvo involucrando a un hombre, un ritual africano, y cocodrilos.

Pilar va.

Va porque como vecina y aspirante a un mundo mejor, e impulsada por sus creencias, lo siente como una forma de aportar su granito de arena. Luego veremos por qué pasa todo esto. A lo mejor el sueño no es premonitorio, sino que refieren fantasmas del pasado. Quizás la buena vecina que no tiene pareja, ni hijos, ni pasión, y ni siquiera una historia propia para contar, más que la que podría darle el aceptar a una estudiante de intercambio que llega a Lisboa, pero nunca arriba a su casa.

Sólo queda Aurora como elemento novedoso. La vecina anciana y casi senil que vive con Santa (Isabel Cardoso), una criada negra que está porque le pagan. Ambas parecen saber algo relacionado con el pasado. Todo se va a desentrañar cuando en el hospital la vieja le pide a su vecina que encuentre a un tal Ventura (Henrique Espírito Santo), y da comienzo a la segunda parte.

Todo se reduce: Miguel Gomes, la película, la pantalla, el espectador, el escenario… todo se reduce y por consiguiente cambia de perspectiva. Cambia la mirada. Aparece la música de los ‘60, África, el monte Tabú y una historia de amor pasional que obedece estrictamente a lo contado miles de veces en el cine, pero particularmente en “la novela de la tarde”, esa que atrapa a millones de espectadores brasileros y portugueses, en donde conviven las diferencias de clases sociales con el amor no correspondido.

La diferencia es la elección visual y sonora que el director elige para contarla. Vemos a los jóvenes Aurora (Ana Moreira), su marido (Ivo Müller) y a Ventura (Carlotto Cota), el único que se transforma en el narrador en off de las imágenes. Recuerdos de un pasado esplendoroso y romántico en una África colonizada.

“Tabú” podría ser una película muda (de hecho en muchos aspectos lo es), pero hay una insistencia en la narración en off, como si el realizador quisiera hacernos escuchar en la voz del viejo toda la vida que se va perdiendo con los años, el brío de juventud que se va apagando con los tiempos y con las culpas que cada uno carga.

Mientras tanto, las imágenes no necesitan más que algunos sonidos aislados para construir la misma historia que conocemos todos y un cine tan profundo como subjetivo. Un cine con una única concesión: la de admitirse como una historia de amor pasional que desglosada y desarmada no es distinta de Corín Tellado. La única (y fundamental) diferencia es el modo de contarla, y al respecto el de Gomes es cine en estado puro.