Sully: hazaña en el Hudson

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Héroe exprés para un pueblo necesitado

¿Qué tiene en común el capitán Sullenberger con el viejo conservador de “Gran Torino”, con el Chris Kyle de “Francotirador”, con los marines de “La conquista del honor”, con la Christine Collins de “El sustituto” (estos tres, personales del mundo real, como en esta nueva entrega), incluso con la boxeadora tardía de “Million Dollar Baby”? En todos los casos, se trata de personas comunes, estadounidenses promedio (o lo que el viejo Clint entiende como tal): gente del interior de Estados Unidos, esposos y padres de alguien en la mayoría de los casos, con un paso por las Fuerzas Armadas, sin estudios universitarios ni trabajos respetables. Se nos viene aquí el concepto de Bloom, que Tiqqun define como “ese ser que vive ‘en el interior más general’, en quien toda diferencia sustancial con los demás hombres ha sido efectivamente abolida, quien es cualquiera incluso en el deseo de singularizarse, pero que no lo sabe”. Léase: todo lo que tiene de singular es parecido al del vecino.
Pero todos ellos se distinguen por algo: por una decisión personal, una epifanía, o un “acto de Dios” (o sea, una circunstancia del destino) se convierten en héroes, o en mártires, o en individuos admirables. Y cuando ello sucede, el sistema (la sociedad, el Estado, los altos mandos) suelen confrontarlos, en muchos casos porque los necesitan singulares pero no tanto.
Alguien dijo por ahí que Eastwood tiene un personaje fetiche, el cowboy, al que va vistiendo con diferentes trajes. Pero esta hipótesis no sería tan apropiada, en la medida en que el cowboy es un personaje intrínsecamente épico (y más en el spaghetti western, donde se recibió de vaquero: para los italianos, el oeste es una especie de Tierra Media más que un período civilizatorio). Además, el “cowboy bueno” es un personaje sistémico: es un integrante de la “barbarie” ganadera que se pone del lado de la “civilización” de los granjeros. Volviendo: Eastwood nos habla de que el héroe no es épico hasta que le toca, que el héroe puede estar adentro de cada uno de nosotros.
Arriba y abajo
Metámonos un poco en la historia. Chesley “Sully” Sullenberger era el capitán del vuelo 1549 de US Airways, un vuelo de cabotaje desde el aeropuerto de LaGuardia (Nueva York) hasta Charlotte (Carolina del Norte), que despegó en la siesta del 15 de enero de 2009 y a poco de salir se llevó puesta una bandada de aves que destruyó los dos motores del Airbus A320, obligando a una solución heterodoxa: sin poder llegar a ninguna pista cercana, Sullenberger (ayudado por el primer oficial Jeff Skiles) logró acuatizar en el río Hudson, salvando a todo el pasaje y la tripulación. Esto fue célebre, y si el espectador no lo recuerda igual lo sabe a los cinco minutos del metraje.
Lo que aborda después el guión firmado por Todd Komarnicki, basado en el libro del propio piloto junto a Jeffrey Zaslow, es la ordalía por la que tienen que pasar Sully y Skiles, a manos de todos los interesados en demostrar que no son héroes, que pusieron en riesgo las vidas de todos, y que si hubiesen hecho esto o aquello podrían haber llegado a alguno de los aeropuertos cercanos. Fundamentalmente, para cubrirse legalmente (la aerolínea, el fabricante, la Junta Nacional de Transporte). En esta parte el relato, se pone minucioso a la hora de mostrar la serie de pruebas técnicas, simulaciones y evaluaciones de desempeño (no es difícil imaginar al piloto y cineasta Enrique Piñeyro mascando pochoclo y buscando aciertos y desaciertos), pero se distiende al dosificar información sobre los 208 segundos clave, volviendo siempre desde otro ángulo, o enfatizando otro aspecto.
La contracara de estas audiencias con severidad de juicio sumarísimo está afuera, en la calle. En medio de la incomodidad notoria que la Gran Manzana le genera al capitán texano, recibe las muestras de admiración y apoyo de “la gente de a pie”, del “hombre común”, que anda necesitado de héroes y buenas noticias: en plena crisis de las subprimes (que incluso afectó a Sully a nivel inmobiliario, al mismo tiempo en que teme perder su pensión), cuando el sistema financiero entregó a un malandrín de segunda como Bernard Madoff como “buey de piraña” (una cabeza de turco para esconder las tropelías mayores) y las últimas noticias sobre aviones habían tenido que ver con las Torres Gemelas, que “uno como nosotros” haya hecho lo extraordinario era un bálsamo para los corazones.
Algunos plantean que subyace un alegato a favor de Donald Trump, en el sentido de que los “villanos” que atacan a Sully son la burocracia y los medios de comunicación. Sería muy arriesgado decir eso; lo que sí podemos afirmar es que en la visión de la cinta, Sully no es antisistema, sino que el sistema vendría a ser anti Sully. Quizás es lo que alguna vez han sentido varios de aquellos que votaron por el magnate: que la cosa era contra ellos.
En el orden específico de la realización, vale destacar el cuidado trabajo de diseño de producción, a la hora de documentarse y reconstruir los detalles: la estética de los aviones, los uniformes, la caracterización física de los personajes; y sale airoso en uno de los desafíos que tiene el cine cuando reconstruye historias de pocos años a esta parte, el cual tiene que ver con la cuestión tecnológica: los celulares, los grabadores de microcasete de los periodistas, los televisores de tubo cediéndole su lugar a las pantallas planas.
El indicado
Más allá del chiste que han hecho varios de que nadie quiere volar con Tom Hanks, por haber sufrido varios accidentes de ficción, su elección tiene que ver con otra cosa. Mientras que otro Tom (Thomas Cruise Mapother IV), contemporáneo suyo, ha construido una imagen del héroe que siempre está a la vanguardia (con Ethan Hunt como personaje emblemático), Hanks tiene una parte de su carrera abocada a representar a personajes ordinarios en circunstancias extraordinarias: “Náufrago”, “La terminal”, “Capitán Phillips” (otro incidente real, con un capitán de un buque de carga) o “Puente de espías” (una intervención del verídico abogado James B. Donovan en la Guerra Fría); además, tiene mucho kilometraje interpretando a personajes históricos en general. En este caso, de la mano de la caracterización (el pelo blanco, el bigote) está eficiente, con ese toque de estoicismo con el que suele interpretar a personajes que soportan más que enfrentar su circunstancia.
En el caso de Aaron Eckhart, su actuación es bastante precisa, sin excesos, y quien vea al Skiles verdadero luego tendrá la oportunidad de apreciar una semblanza física respetable. El resto del elenco acompaña, destacándose entre ellos Laura Linney (como Lorraine, la esposa del capitán, que trata de aterrizarlo a la distancia) y las azafatas: Molly Hagan (Doreen Welsh), Jane Gabbert (Sheila Dail) y Ann Cusack (Donna Dent). Algo de tensión agregan los investigadores Mike O’Malley (el “malo”) y Anna Gunn (la “buena”), junto al áspero Jamey Sheridan. Como yapa hay una aparición de Michael Rapaport como el bartender Pete (el toque neoyorquino), Katie Couric entrevistando esta vez para la ficción, y la aparición de Vincent Lombardi (el capitán del primer ferry que salió al rescate) también haciendo de sí mismo.
A los 86 años, el viejo Clint sigue teniendo el pulso firme para la narración cinematográfica, y con el olfato listo para buscarle héroes al pueblo estadounidense... algo mejor que su olfato político.