Sueño de invierno

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Escenas de la vida conyugal

La maestría formal de Nuri Bilge Ceylan es indiscutible. El cineasta encuentra siempre el encuadre justo capaz de transmitir el estado físico, emocional o mental de sus personajes. Su singular búsqueda de belleza, a través de un cine impuro que dialoga con otras artes para que surja lo más íntimo del ser humano, remite a las obras de Antonioni y Bergman. En el previsible panorama contemporáneo, Sueño de invierno es una película fuera de norma que convoca al placer de sumergirnos con cierto gusto proustiano en el gran cine de autor de los años sesenta.

En un hermoso hotel de la Anatolia profunda vive Aydin, propietario y también actor retirado, junto a su joven y bella esposa Nihal y a su hermana Necla, que acaba de divorciarse. Los paisajes son fabulosos, los clientes escasean y la vida parece agradable pero un poco monótona para estos burgueses cultivados. La tranquilidad aletargada por la llegada del invierno va a ser interrumpida por un incidente: un niño de la aldea arroja una piedra al coche de Aydin. Luego nos enteramos de que el pequeño quería vengar a su padre, un expresidiario que alquila una casa perteneciente al protagonista. Este embrión de lucha de clases desestabiliza a Aydin. El demócrata iluminado es brutalmente devuelto a su condición de propietario explotador y el incidente se propaga dentro del hotel como una onda sísmica.

La película avanza con largas sesiones de diálogo, disputas en un sentido casi medieval, justas verbales que exploran temas morales como el mal, el arrepentimiento, el perdón, el remordimiento o la verdad. La palabra desempeña un papel preponderante. Los diálogos de alto vuelo, tan intimistas como políticos y filosóficos, constituyen la materia prima y desnudan de a poco la hipocresía burguesa. El juicio y la humillación circulan entre los personajes que caen bajo golpes de palabras, se recuperan y devuelven el argumento con la misma dureza. Al igual que otras películas de Ceylan, Sueño de invierno está atravesada por referencias literarias; aquí el drama shakesperiano con la compasión como tema central se funde con los clásicos del cineasta turco: Chejov y Dostoievski. Por otro lado, tanto la fábula absurda sobre el valor de la existencia como la organización geográfica recuerdan al minimalismo de El castillo de Kafka: el hotel está situado en un Olimpo confuso y difícil de alcanzar, la aldea debajo yace ahogada en el fango.

Las paredes de la oficina de trabajo de Aydin están repletas de signos literarios y teatrales. La escritura representa el noble proyecto de toda una vida pero, paradójicamente, la palabra es el refugio de los instintos más bajos. Los esfuerzos de Nihal en favor de las escuelas primarias de la zona son el detonante de una interminable y magnífica pelea conyugal, filmada con una sobriedad ejemplar, entre una mujer joven y hermosa y un hombre que se acerca a la muerte. Los editoriales de Aydin para una revista regional, con una mirada corrosiva sobre las posiciones de algunos intelectuales laicos, son el punto de partida de una feroz disputa entre hermanos. Los actores hacen gala de una sutileza de largo aliento que otorga a los intercambios verbales la intensidad de las escenas de acción.

Ceylan elabora hábilmente formas de tensión con la dilatación de los tiempos, con la irrupción de una ironía discreta o con la inesperada intervención de la violencia. La película es también el viaje del personaje dentro de sí mismo. La magnífica composición de la luz oscila con notable fluidez entre los cálidos interiores que acompañan el ocaso de sus habitantes, y los fríos, erosionados y espectaculares escenarios de la Capadocia. Luego de una conmovedora pelea conyugal en la habitación del protagonista, el cineasta cambia de escala reduciendo a sus personajes a simples siluetas perdidas en un paisaje eterno.