Star Wars: El ascenso de Skywalker

Crítica de Santiago García - Leer Cine

La trilogía de La guerra de las galaxias se completó en 1983 con la película El regreso del Jedi. En aquella época no era común que los espectadores siguieran trilogías o sagas. Tampoco que significaran dichas películas algo tan importante en su formación como personas. George Lucas pudo soñar muchas películas, pero La guerra de las galaxias (1977) fue concebido sin la certeza actual de la franquicia que se abre. Ahora Harry Potter, El señor de los anillos o el Universo Cinematográfico Marvel llevan a los espectadores a experiencias de varios años y muchas horas de películas. Los espectadores crecen durante esos años y generan un vínculo muy fuerte que le pasa muy por encima a la lectura de las películas desde el punto de vista cinematográfico. Ese cambio notable de paradigma hace que la Trilogía Original de Star Wars (Episodios IV, V y VI) se vea muy distinta a las otras dos trilogías.

Llega Star Wars: Episodio IX: El ascenso de Skywalker (2019) y se busca generar la idea de que el universo de nueve películas que nación en 1977 llega a su fin luego de cuarenta y dos años de emociones y experiencias colectivas. Pero aunque hay mucha emoción en juego, lo que es más discutible es que se trate de una saga de nueve películas. Demasiadas diferencias estéticas, estructurales, temáticas, incluso los guiones tienen tantas diferencias que se difícil concebirlas como un todo. En todo caso se trata de tres trilogías diferentes, separadas por mucho tiempo, con cambios generacionales, tecnológicos, ideológicos y artísticos. Sí, se conectan, y esa conexión produce en el espectador diferentes interpretaciones a las que podría tener si no fueran nueve films. Sin embargo, estudiarlas por separado permite disfrutarlas o denostarlas de forma más justa, una trilogía a la vez. Así que hay mucho en Episodio IX que emociona, pero a la vez no es una emoción de cuarenta y dos años de acumulación, sino de una trilogía en particular y de un film dentro de dicha trilogía. Lo otro, la emoción de la saga, la ceremonia, el culto y la devoción, podrán ser mejores o peores, pero no tienen mucho que aportar a la hora del análisis cinematográfico. Siento que yo formo parte de las dos cosas: la emocionalidad del seguidor de Star Wars y la capacidad de aun así trata de analizar las películas. La emoción no puede olvidarlo o negar que existe.

En la trilogía final de Star Wars, conformada por Episodio VII: El despertar de la Fuerza (2015), Episodio VIII: Los últimos Jedi (2017) y Episodio IX: El ascenso de Skywalker (2019) los cambios estéticos son notables. La tecnología permitió que el asombro que producía una película como Star Wars llegara a niveles increíbles. Claro que lo hizo cuando todo el cine había empezado a alcanzar esos mismos picos. Episodio IV: Una nueva esperanza (1977) significaba para el espectador de su época algo jamás visto, algo que no podía ser comparado con nada, en eso los films finales no representan revolución alguna y eso se siente. J.J. Abrams dirigió los Episodios VII y IX y se nota, porque Episodio VIII tiene algunos aires sobradores y cancheros que le cayeron bastante mal al tono de la trilogía.

En El ascenso de Skywalker la estructura es más coral que nunca. Porque incluso en las subhistorias los personajes están separados. Por un lado tenemos a Kylo Ren, hijo de Han y Leia, por el otro a Rey –verdadera protagonista de la trilogía-, por el otro al grupo formado por Poe, Finn, Chewbacca, C3PO y BB8. Más los villanos del Imperio, los secundarios de la resistencia que están con Leia y así todo. Muchos personajes con muchas líneas de diálogos y escenas. Sin excesos de guión en lo que a información refiere, está claro que no posee la simpleza de la trilogía original y por lo tanto no se le parece demasiado tampoco en eso. Este mundo de personajes dificulta un poco la identificación, más bien la destruye, y sólo Rey consigue tener una atención completa de sus conflictos, ninguno de los otros, excepto Kylo Ren, un paso más atrás, permite interpretar algo alrededor de su figura.

El timing actoral en general es bueno, no completamente acertado, porque hay varios personajes que no dan en el clavo, pero Poe, Finn y Rey combinan bien en la comedia y Rey y Kylo Ren combinan bien en el drama. Los gags de C3PO también funcionan y hay algunos hallazgos memorables, como el personaje de Zorii Bliss, cuyas escenas con Poe Dameron son puro Hollywood clásico, Hawks en estado puro: comedia, tensión sexual y aventura. Un nuevo robot aparecerá para dar humor y ternura, dejando a R2D2 un poco fuera del centro. A la película no le falta ambición. Algunas locaciones evocan a las ya conocidas y la Estrella de la muerte a medio hundir en un océano es inolvidable.

¿En dónde falla El ascenso de Skywalker? En las vueltas de tuerca. Los golpes de efectos de una escena que en la siguiente ya no tienen valor. Es muy tramposo este recurso y la película lo usa varias veces. Creemos que pasó algo irreversible y luego o no pasó o es reversible. Una segunda visión de la película tapa esta característica porque ya no hay sorpresas y porque uno ve los recursos que el director usó para cubrirse. Los movimientos de personajes de un lado al otro tienen algunos disparates que no podemos dejar pasar. Aceptamos la inverosimilitud, pero algo muy distinto es que se pueda hacer cualquier cosa. Tampoco quedar muy real la agenda de integración e inclusión que la película propone. Primero hay que preocuparse por la calidad del film, luego veremos que todos estén representados correctamente, estos son los problemas que tienen todas las grandes superproducciones del cine actual.

Si El despertar de la fuerza era una especie de versión nueva de Una nueva esperanza (1977), queda claro que acá se busca hacer una nueva El regreso del Jedi (1983). La conexión es notable. Elementos de la estructura del guión, locaciones y personajes hacen pensar en aquel título. Pero es tan descomunal todo aquí que parecen films independientes del festival Sundance los tres títulos originales producidos por George Lucas. Descomunal es la palabra de define a la trilogía final. A diferencia de Avengers o El señor de los anillos, no tendremos aquí un cierre largo, tedioso y lleno de tonterías sensibleras. El cierre es verdaderamente sobrio y hermoso.

Daisy Ridley interpretando a Rey es una elección de casting de esas que quedan en la historia. No hay malos actores en esta trilogía, aunque sí algunos personajes desdibujados. Pero Rey es un personaje perfecto. Su conflicto es interesante y su final está a la altura. El carisma de Daisy Ridley permite todo. Humor, drama, aventura, incluso oscuridad. Lo peor que tuvo la trilogía de las precuelas es no poder dar con un elenco adecuado, acá por suerte ocurrió todo lo contrario. Rey salva a la saga porque ella es, además, la protagonista de la saga.

La ceremonia de Star Wars anuncia acá su final, pero como ya dijimos, es el final de una trilogía, no nueve películas. Como ocurre con la mitología, ya hay versiones diferentes sobre los mismos personajes. Cambios de tono, estilo, ediciones especiales y ramificaciones. No seamos puristas, si es una mitología, hay que dejarla ser. De tanto en tanto dará alguna maravilla suelta como Rogue One (2016) y muchas otras veces serán derivaciones menores. Los fans pueden reclamar, festejar, coleccionar, hacer todo lo que quieran. Las películas pueden ser juzgadas y analizadas como cualquier otra obra de la historia del cine. Qué tenga un significado profundo para una generación no le da inmunidad pero tampoco es un defecto. Star Wars ya es parte de la historia. La música de John Williams tiene mucho mérito en el éxito y la vigencia de la saga y está en nuestra memoria para siempre. Tres trilogías, varios spin-off y probablemente muchas cosas más por venir. Qué la fuerza los acompañe.