Sólo por dinero

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

Estado de Santa Catarina

Solo por dinero resulta ser un objeto prácticamente insignificante que a los pocos minutos de estar mirándolo es capaz de despertarnos algo parecido a un amor secreto. La protagonista excluyente de la película y del sortilegio se llama Katherine Heigl, la chica de Ligeramente embarazada y de alguna que otra comedieta posterior que mejor olvidar. En esta oportunidad le toca hacer de chica en problemas serios, más que nada porque no tiene trabajo en estos Estados Unidos de crisis y vive en uno de esos sucuchos adorables que en el cine norteamericano vienen a significar que el personaje se desliza en picada hacia abajo en la escala social. El tópico se trata levemente, porque esto no es una comedia con mensaje social, pero le sirve a la película para describir un ambiente donde casi todo el mundo trabaja de algo que en realidad es una pantalla para alguna actividad ilegal (más que nada el tráfico de drogas duras).

Katherine Heigl es una mujerona de simpática cara redonda con un cuerpo definitivamente festivo, una celebración de curvas que parece evolucionar como tal en cada película en la que interviene. Acá su personaje se encuentra con que no tiene plata y la fortuna hace que caiga de casualidad en una oficina para reemplazar a un cazador de recompensas. Pronto se da cuenta junto con el espectador de que la cosa no tiene el menor glamour, sino que apenas es un oficio más, solo que tal vez con un grado de peligrosidad mayor que el resto. En Asesinos con estilo (o mejor Killers) demostró que podía empuñar un arma como nadie, hacer balancear su feminidad y jugar críticamente con la imagen de la chica que ingresa en un mundo presuntamente sofisticado, tan lejos de la rutina burguesa a la que parecía destinada, con casa enorme, maridito legal y niño en brazos incluido. Todo por dinero es como el despertar resacoso del personaje de Killers, el pasaje a los tumbos y con el vestido rasgado del barrio privado al barrio de inmigrantes y a los trabajos de mala muerte, al encuentro cara a cara con tipos feos, sucios y malos. La rápida afición por las armas de fuego y la destreza para usarlas como es debido parece que le vinieran también de allí, como un gusto adquirido que pasa de una película a otra y se resignifica en este nuevo mundo de malandras y de una decadencia que se percibe con filosofía resignada y tal vez un poco tristona.

Solo por dinero tiene enseguida la pinta de ser una anomalía, un bibelot que toma vida y se escapa de la repisa destinada a los recuerdos que se vuelven ligeramente venerables, no en virtud de su excelencia sino, por el contrario, de su carácter inferior y berreta. Por momentos podría ser también un telefilme, o una película que gracias al efecto de la repetición en los canales de aire se vuelve familiar, es decir televisiva. Vista en una pantalla grande, sin embargo, Solo por dinero alcanza una extraña densidad porque se las arregla para lucir extravagante y amable al mismo tiempo, como si acabara de llegar de los años ochentas por ejemplo, y está siempre animada por una convicción que parece surgida de otro mundo. Sus chisporroteos de humor son los de una comedia desaliñada, a veces ingenua e incluso un poco tonta; sus escenas de acción física pueden parecer algo torpes y poco espontáneas. Y sin embargo, sus rasgos de nobleza terminan siendo notables, un sentimiento que se impone acompañando la carta de triunfo representada en su actriz: la carencia absoluta de cinismo y del menor condimento de sofisticación, sumados a la aparente falta de autoconciencia respecto de sus materiales producen cosas como Solo por dinero, aves raras que llegaron acaso demasiado tarde para decirnos que también se vive de inocencia.