Soledad

Crítica de Diego Batlle - La Nación

La hija del presidente de la Nación debuta en el largometraje con una prolija aunque por momentos algo fría transposición del libro Amor y anarquía, de Martín Caparrós, inspirado en un conmovedor caso de la historia policial y judicial de Italia que tuvo a una joven argentina como víctima.

La historia de María Soledad Rosas conmovió a la sociedad argentina e italiana de fines de la década de 1990. Cómo una joven de 23 años perteneciente a una familia conservadora de la clase media de Barrio Norte se convirtió en integrante de un grupo de okupas y activistas radicales en la ciudad de Torino y terminó inmersa en uno de los casos policiales y judiciales más controvertidos de esa época fue el eje primero de Amor y anarquía, libro escrito en 2003 por Martín Caparrós, y ahora de la ópera prima de Agustina Macri.

La Soledad del título (Vera Spinetta) mantiene una convivencia bastante tensa con sus padres Luis y Marta (Luis Luque y Silvia Kutika), se gana la vida paseando perros, está en una relación no demasiado estimulante con su novio Pablo (Julián Tello) y, tras finalizar sus estudios de hotelería, se embarca en un viaje a Europa en julio de 1997. Allí se suma a unos squatters, se enamora de forma apasionada de Edoardo Massari (Giulio Corso) y termina siendo apresada junto a éste y otros jóvenes acusados de formar parte de los Lobos Grises, uno de los grupos más buscados por su participación en atentados contra trenes de alta velocidad.

La película -sumamente cuidada en su narración y su factura- no profundiza demasiado en las cuestiones más polémicas (en un pasaje se ve a la protagonista acompañando a sus compinches en un intento de robo de cobre en terrenos ferroviarios) ni legales (hay algunas escenas de juicio y en cárceles) porque el énfasis está puesto en el cambio interno y externo (como cuando se rapa por completo) de Soledad y su fogosa relación con Edoardo.

Más allá de la indudable intensidad de la historia real, Soledad apuesta a una prolijidad que genera cierto distanciamiento. En algunos pasajes, la película remite a un clásico del cine argentino a la hora de retratar la rebeldía juvenil como Tango feroz, de Marcelo Piñeyro; por ejemplo, cuando apuesta a una edición propia del videoclip con la canción Matador, de los Fabulosos Cadillacs, sonando de fondo. Pese a estas y otras decisiones artísticas -todas conscientes- que convierten a una historia excepcional en una película por momentos bastante convencional, se trata de una buena carta de presentación para una directora que -está claro- logra trascender cualquier tipo de prejuicio de quienes pretendan limitar su carrera cinematográfica por el mero hecho de ser “la hija de”.