Sinfonia para Ana

Crítica de Fernando Sandro - Alta Peli

De amor, lucha, esperanza y oscuridad.

Una frase muy común entre quienes adoptan una postura detractora del cine argentino es la de “siempre se habla de la dictadura militar”. Más allá de la liviandad, escasa fundamentación, y poco asidero con la realidad de esa frase; el modo más sencillo de responderla es con una sola letra: ¿Y?.

Sinfonía para Ana es una de las más perfectas muestras de que el tema no está para nada agotado, que siempre hay nuevas formas de abordarlo, y que sigue provocando una sensación fría de impotencia, dolor, y emoción cuando es bien llevado.

Basada en la novela homónima que, a su vez, se inspira en hechos reales, cuenta la historia de Ana (Isadora Ardito), una adolescente de menos de quince años que concurre al Colegio Nacional Buenos Aires. Junto a Isa (Rocío Palacin), ven pasar los años complicados que se viven en ese entonces, siguiendo a una compañera mayor que decide militar políticamente.

Claro, son los inicios de los años setenta y todavía hay un gran desconocimiento sobre lo que estaba por suceder.

Ana e Isa tienen los ojos de la inocencia, mantienen un compromiso político social pero no dejan de ser adolescentes, y mucho de lo que les interesa pasa por esa vertiente.

Lito (Rafael Federman) es un compañero que milita aunque no en la Juventud Peronista como ellas: milita en la Izquierda, y lo que a priori no parece un conflicto para que él y Ana inicien un romance, pronto se transforma en una división difícil de superar.

Ficción documentada:
Molina y Ardito son una pareja de cineastas con amplia trayectoria en el mundo documental. Trabajos exquisitos en la materia como Moreno, Corazón de fábrica, o Raymundo enriquecieron las salas cinematográficas con una forma única de abordar a esos personajes.

Su forma narrativa pasa por un lenguaje estético poderoso, por eliminar las típicas entrevistas y armar una historia desde la documentación, con el uso prominente de la voz en off.

Todo fue trasladado a la ficción en Sinfonía para Ana, convirtiéndola en una película con un estilo de narración para nada usual, atrapante.

Ana realiza grabaciones, escribe un diario y cartas para su amiga Isa. También es Isa la que le escribe desde algún hecho posterior a Ana; y hasta habrá inserts de textos de algunos de los personajes masculinos. En base a esos escritos y tomas audiovisuales es como se estructura Sinfonía para Ana, casi a la suerte de un collage, por supuesto, cercano a un documental.

Las voces en off son más fuertes que los diálogos, hasta pueden llegar a ser casuales. Ardito y Molina saben que desde la primera persona, desde la experiencia personal, nadie puede contar mejor una historia, su historia.

Los directores narran la historia del país durante esos años, a sabiendas de lo que va a venir. La visión de una adolescente y sus conflictos personales les servirá para trazar paralelismos, jamás forzados o interpuestos. Es inevitable que la vida personal de Ana se viera manchada por lo que sucede en su entorno.

Ana y Lito pudieron tener un romance como cualquier otro. Pero Ana no solo tiene el miedo típico de la primera vez sexual: los suyos comienzan a ser perseguidos, la militancia política está cada vez más cerrada y extrema, y ellos dos quedan en medio del fuego.

A las influencias de sus compañeros para sospechar de Lito, habrá que sumar la aparición de Camilo (Ricky Arraga), al principio una pareja de fachada dentro de la JP, después… veremos.

A medida que la historia del país se oscurece, la vida de Ana se cierra más y más, y la esperanza de que todo termine bien se hace cada vez más difusa.

Desde el alma:
No es casual que Ardito y Molina hayan realizado para TV la maravillosa miniserie documental El futuro es nuestro, sobre la lista de desaparecidos del Colegio Nacional Buenos Aires. Al ver Sinfonía para Ana, más allá de la novela de Meik, queda traslucido que ellos saben de lo que hablan, y es algo que los compenetra.

Sinfonía para Ana es una película emotiva, y más dolorosa a cada paso que da, sin apelar a golpes bajos. Si algo provoca un cosquilleo en el film, es porque la historia de nuestro país es así de penosa y no hay otra forma de narrarla que siendo fiel a lo ocurrido.

El ritmo siempre es fluido; más allá de un pequeño bache imperceptible en la primera aparición de Camilo, siempre se sigue más que con interés, con pasión.

Molina y Ardito se encargaron además de la dirección general y de la adaptación de la novela a guion, del montaje y de la dirección de arte y cámaras. En conjunto con la dirección de fotografía de Fernando Molina logran planos de una belleza única. Capturan momentos que cuentan una historia en sí misma. Sin lugar a dudas estamos frente a una de las películas con mejor despliegue visual de los últimos tiempos, sin necesidad de enormes artilugios ni efectos, simplemente talento.

El hallazgo visual se complementa en emoción con una banda sonora precisa, que pega directo en el alma. Mariana Carrizo actuando y entonando una de sus coplas, y la secuencia en la que suene Cuando ya me empiece a quedar solo de Sui Generis, complementándose todos los elementos, son sencillamente un regalo al corazón, escenas para la posteridad, magia cinematográfica pura.

Sinfonía para Ana, además, sorprende con una dirección actoral ajustada, en el que todo el elenco, tanto jóvenes como adultos, expertos (entre los que podemos contar a Rodrigo Noya, Sergio Boris, Manuel Vicente y Vera Fogwill, entre otros) y debutantes, se lucen acoplados, transmiten las emociones de sus personajes, logran que podamos “verlos” mientras hablan en off con una cadencia particular cargada de sentimientos. Y aún los villanos que apoyan a los militares no se ven exagerados (algo común en este tipo de propuestas). No hay un punto en el que el film flaquee.

Conclusión:
Sinfonía para Ana transita el necesario camino de la memoria desde una perspectiva personal, no tradicional. Su estructura en viñetas de recuerdos, acopladas a un correcto uso de la voz en off, la fluidez narrativa, la belleza de la fotografía, su banda sonora, y el puñado de interpretaciones que transmiten lo que viven sus personajes, convierten al debut en ficción de Ernesto Ardito y Virna Molina en una de las mejores películas sobre los años más duros y oscuros de nuestro país.